Una de cada cinco personas percibe sus emociones con mayor intensidad que el resto. No son llorones ni están enfermos, se trata de seres hipersensibles. Ser sensible no está nada mal, pero una cosa es emocionarse al mirar una película y otra, quedarse mal el resto del día por el comentario de un familiar o un amigo.
Ayelén, una empleada administrativa de 30 años, cuenta lo duro que es vivir con ese nivel de intensidad: "Tenía una amiga que nunca contestaba los mensajes de Whatsapp, yo veía el doble tilde azul como que lo había leído y empezaba a perseguirme: ¿Por qué no me escribió si lo vio? ¿Se habrá ofendido por algo? ¿Qué dije estos días? Y así toda la tarde, preocupada, en lugar de pensar que capaz estaba pasada de trabajo, lo leyó y no pudo contestarme. Y así con cada hecho que sucedía en mi vida, hasta llegar al final del día agotada y, sobre todo, angustiada".
La licenciada María Gabriela Fernández, del Instituto Sincronía, explica que tener este tipo de personalidad no suele ser algo positivo: "En la sensibilidad, como en otras cuestiones, los extremos no son aconsejables. Estar siempre con el tono emocional tan alto y percibir los acontecimientos de una manera tan dramática, hace que perdamos eficiencia y capacidad de disfrute ante los mismos".
La sensibilidad es un rasgo que aporta empatía: nos permite ponernos en el lugar del otro, ser compasivos, comprender lo que puede vivir el que tenemos al lado. El punto es cuando se presenta en dosis excesivas, la intensidad sube y se siente y reacciona de forma desmedida.
Lo importante es saber que este estado puede ser transitorio. "En algunas coyunturas (por ejemplo, en momentos de quiebres emocionales como una separación, la pérdida de un ser querido, un despido laboral o un viaje) nos sentimos más vulnerables, como si anduviéramos en carne viva, y también más expuestos frente a las conductas o comentarios de los demás", aclara la especialista.
Sin embargo, en otras ocasiones, se trata de un rasgo de la personalidad que es necesario tratar con un psicólogo y encarar un tratamiento.
¿Qué son las PAS?
En su libro El don de la sensibilidad, la psicóloga Elaine Aron habla sobre las "personas altamente sensibles" (PAS). Suelen ser individuos con una inteligencia emocional más desarrollada que la media, lo que las lleva a identificarse con lo que sienten los otros. Lo positivo de esto es que logran una fuerte conexión con los demás y son muy dadas a las reflexiones profundas.
¿La contra? Al ir por la vida con las emociones a flor de piel, un gesto o una palabra inesperada suelen afectar su estado de ánimo y generarles sufrimiento. Y como refugio y protección, terminan encerrados en una coraza emocional para mantenerse a salvo de críticas y vivencias hostiles. Y tampoco es saludable esconderse, aislarse o terminar relaciones porque se repetirá siempre la misma mecánica y seguiremos cambiando figuritas afectivas. Según Aron, las PAS deben aprender a administrar su emocionalidad para no magnificar lo que pasa a su alrededor.
"La mirada del otro es la del otro, no la nuestra. La gente cree que lo que dicen los demás es la verdad y no, no es verdad como tampoco es mentira. Es un juicio, lo único verdadero son los hechos. Cuando te das cuenta que lo que dicen habla más del otro que de vos, desempoderás los juicios, bajás el nivel de ansiedad ante eso que puedan decir y al bajar, empezás a regular tu propia sensibilidad", explica Manuel Montaner, coach ontológico y organizacional, director de la carrera de Relaciones Públicas de la Universidad del Salvador (USAL).
Borrón y cuenta nueva
La clave es reconocerse como hipersensible, hacerse cargo y tomar el control remoto de nuestras vidas. "Cuando no podemos registrar que las emociones nos gobiernan, le damos el control a otras personas o situaciones externas, por lo tanto, cualquiera nos controla emocionalmente. Nadie puede cambiar aquello que desconoce por eso es importante detectarlo", recomienda Montaner y asegura que cuando eso se ve, comienza el trabajo de liderar las propias emociones: "En lugar de enfrentarlas hay que acompañarlas. No es romper algo sino atravesarlo, disolverlo. Entonces lo que antes nos sensibilizaba mucho, ahora se puede trabajar desde otro lugar sin que entre en juego el enojo, el llanto o la resistencia porque sino, se afianza más. Lo que resiste, persiste".
Quien tiene estas características no necesita resignarse a vivir su vida con este padecimiento. La licenciada Fernández aconseja: "Podemos explicarles a las personas que tenemos alrededor que estamos intentado manejar este comportamiento y si necesitamos alguna actitud en particular de parte de ellos para que nos ayuden. También es importante aceptar que si bien, es imposible controlar lo que otros dicen o hacen, podemos nosotros manejar nuestras reacciones ante eso".
Los talleres de arte pueden ayudar a canalizar las emociones y para bajar la ansiedad, conviene sumar ejercicio físico y respiratorio, como yoga o meditación. Una receta casera: armar una lista de personas que nos rodean y poner al lado de cada una de ellas un signo positivo o negativo, de acuerdo a cómo influyen en nuestra vida. Las pesimistas, ultracríticas o excesivamente exigentes, por ejemplo, merecen un signo negativo: conviene alejarse de ellas. Protegerse también es quererse.
El llanto que conecta
No se trata de que la emoción sea negativa. Emocionarse y llorar también nos conecta con nosotros mismos. "Yo soy re de llorar. Me pasa que si hay una situación que sé que me haría llorar y no estoy llorando, se me prende una alarma porque siento que estoy desconectada de mí misma", nos cuenta Mariana, y asegura que para ella, "llorar es el indicador de tu sensibilidad y de tu conexión con lo que estás viviendo. Me parece que es algo que uno no debería reprimir, cuando viene hay que soltar, sacarlo, es liberador".
De todos modos, ella también aprendió a preservarse: "Capaz que antes era más masoquista, me leía todos los libros dramáticos. Tengo la melancolía en la sangre, ¡el tango! En general, todo lo que me sensibiliza es lo que me gusta. Quizás después de la maternidad, y de que los años pasan, evito determinados temas para consumir porque no me gusta revolver. Por ejemplo, si sé que una película me hace llorar, no la vuelvo a ver. Así que ahora está bien si viene el llanto, pero no lo busco".
Entonces, ¿es malo llorar? "Venimos de una tradición donde el llanto tiene mala prensa, se leía como debilidad, vulnerabilidad y poca entereza. Sin embargo, hoy sabemos que estar presentes en el aquí y ahora con nuestra consciencia, permitiéndonos vibrar en una emoción que nos produce llanto, permitiéndonos expresarlo, demuestra un grado de fortaleza a todo nivel. Mucha gente relata que después de un llanto sentido se percibe más relajada porque hay cierta energía que circuló y se soltaron corazas", explica Paola D`Angelo, psicóloga y astróloga formada en terapias energéticas.
Las lágrimas también nos dicen mucho de nosotros: "Lloramos como reacción a ciertos estímulos y experiencias que nos generan angustia, bronca, frustración, tristeza, dolor, decepción, así como también lloramos de alegría o contemplando una obra de arte que nos emociona. El llanto permite la circulación y la liberación de la energía que lo dispara. Alguien que puede llorar por aquella emoción que lo embarga está siendo muy consciente de un sentimiento que lo habita, por eso los invitamos desde el trabajo terapéutico a darle lugar, hacerle espacio en el cuerpo a esa emoción que es perturbadora, a respirarla, aceptarla y mirarla", asegura D`Angelo.
¿Cómo saber si el llanto, la tristeza o la sensibilidad está exacerbado o es síntoma de alguna patología o trastorno? La especialista asegura que "dependerá del diagnóstico que un profesional haga a partir de la situación actual del paciente, los pensamientos que lo acompañan, ideas recurrentes, el estado de sus vinculos, su situación laboral, la mirada que tiene de sí mismo y la visión de futuro, entre tantos otros puntos a considerar". Después de todo, dejarse llevar por las emociones no siempre es tan malo.