Por Paola Florio
Los expertos afirman (y a esta altura resulta innegable) que la leche materna es el mejor alimento para el bebé, aportando una gran cantidad de beneficios para su salud. Sin embargo, cuando hablamos del vínculo madre-hijo resulta imprescindible que nos detengamos a pensar una cuestión primordial: el amor, la dedicación y los cuidados son el alimento que nutre emocionalmente al niño; un pequeño recién llegado al mundo, cuya vulnerabilidad sólo encuentra sostén en la mirada de amor y aceptación de la madre o de quien realice la función materna.
Lamentablemente, la sociedad no siempre es comprensiva y respetuosa con las madres que (por la razón que sea) deciden no amamantar; aún en estos tiempos.
Las causas pueden ser muy variadas, desde cuestiones de salud hasta la decisión de no iniciar o continuar una tarea muchas veces por demás difícil y dolorosa, que implica, en gran cantidad de oportunidades, un verdadero sufrimiento tanto para la madre como para el bebé.
En estos casos, una madre que observa con responsabilidad y con amor que la experiencia no está resultando beneficiosa para ambos, y decide entonces no amamantar, es sin duda una madre atenta al bienestar de su bebé.
Pero también sabe que se expone a la mirada y la crítica ajena: ¿por qué no le da el pecho? ¿Prefiere preservar su estética antes que alimentar a su hijo? Son algunos de los señalamientos del afuera.
Ahora bien, siendo tan sencillo de entender, ¿cuál es la razón por la que muchas de estas madres suelen cargar con cuestionamientos y comentarios de desaprobación, en ocasiones por parte de su círculo más íntimo, y otras, de parte de la misma sociedad?
"Muchas veces, algunas mujeres se encuentran dando explicaciones sobre la decisión que tomaron, o se descubren sintiendo culpa o preocupación por haber elegido como lo hicieron. ¿Acaso no son los juicios de valor, la incomprensión, los señalamientos y los estereotipos sociales, la falta de adecuada y suficiente información libre de todo prejuicio (para que cada mamá pueda elegir la opción que más se ajuste a sus propias necesidades y a las de su bebé) factores que dañan a esas madres y a sus bebes de manera profunda y silenciosa? Teniendo en cuenta, además, que ambos se encuentran transitando una etapa de enorme vulnerabilidad emocional", reflexiona la licenciada en psicología Vanina Cassano.
Una cosa es conocer los beneficios de la leche materna, y optar por la lactancia si así se desea y además resulta posible, y otra cosa es desconocer que el amor es el principal alimento que todo hijo necesita recibir de parte de su madre.
"El vínculo de sostén y cuidado no depende de la procedencia del alimento. Pero sí se verá afectado si como entorno social no cuidamos emocionalmente a esa mamá, cargándola de dudas, culpas, exigencias y frustración. Como sociedad, nos debemos la tarea de reflexionar sobre todos los mandatos que, más o menos conscientemente, seguimos cargando", asegura la especialista.
La clave es que la mujer sea quien pueda decidir cómo alimentar a su bebé, con libertad y siendo respetada, sin tener que pagar con la culpa por ello. La especialista propone que "lo diferente no debería asustarnos, sino nutrirnos y darnos la oportunidad de apelar a nuestros aspectos más evolucionados, para ampliar nuestras concepciones, o al menos ejercitar la comprensión, la aceptación y el respeto por el otro. En última instancia, se trata de sanar, con una conciencia más despierta, las heridas que tantos mandatos heredados han causado en la mujer y en la energía femenina. Todas somos parte de esta energía que nos reúne y nos sostiene. Y todas, desde nuestro lugar, podemos hacer nuestra parte, pequeña pero indispensable, para que el cambio ocurra".
Cuando todo se complica
Mariana lo transitó y lo cuenta en primera persona: "Con Matilda la teta se dio fácil, la fui llevando. Tomó 9 meses y me dejó ella, no tuve trauma. Un día no tomó más. Pero con Máximo tuve muchas complicaciones, y tuve que pedir ayuda a una puericultora. Cuando vos estás en una situación de extrema vulnerabilidad como el post parto con un bebé recién nacido y encima tenés problemas con la teta, hay un lugar en el que una está muy sola, es una soledad intransferible. Es un momento de muchísima vulnerabilidad. Consulté a varias puericultoras hasta que vino una a mi casa y me enseñó y explicó todo", revela.
Para ella, esa alianza fue fundamental: "Fue como cuando entre nosotras armamos la tribu: ella me explicó todo lo que yo no sabía e hizo que eso empezara a ser algo placentero. Muchas veces nos rendimos porque no tenemos a alguien que nos enseñe. Está bueno ayudarnos entre nosotras". Sin embargo, cuando ya no pudo amamantar a su bebé, también intentó que fluyera de la forma más natural posible: "Estaba tomando una medicación muy fuerte y tuve que tomar la decisión de sacarle la teta. Para mí era terrible porque quería seguir y sabía que era mi último hijo, así que la puericultora me dijo que esto no tenía que ser una tortura sino algo placentero y que iba a encontrar otra manera de tener esa misma conexión, por lo que tomé la decisión y fue bastante buena la transición, pero necesité esa ayuda de alguien que supiera desde un lugar muy femenino, que no fuera una amiga".
Gabriela Cortelezzi es empleada en una empresa de salud, su experiencia fue súper angustiante: "Con mi primer hijo Joaquín fue horrible y traumático, no lo llenaba y se quedaba con hambre. Fui a la puericultora y me quedaba horas, me hacían ponerlo en la teta con una jeringuita de costado y darle la leche para que chupe. Era un griterío, me dolía, me sangraban los pechos, pero me negaba a abandonar: leí libros, compré todo lo que me aconsejaron, hice todos los masajes, me encerraba en la habitación a darle la teta para estar sola y él gritaba que no la quería y yo lloraba. Fue bastante traumático. Debe haber durado dos meses, me sentía mal pero después me relajé, tampoco es tan grave como uno piensa".
Con su segunda hija todo fue distinto, desde la experiencia de lactancia hasta su postura sobre el tema: "Con Olivia ya estaba más relajada, se prendió, me salía leche, pero no engordaba, bajaba de peso en cada control, tenía reflujo, le tenía que dar una leche especial, pero al menos le pude dar un tiempo más. Fue otra historia, ya estaba mentalizada, con experiencia y más tranquila. Hoy le diría a quien no puede dar la teta que no pasa nada, que se relajen y sigan. Tengo dos niños sanos con leche de fórmula y soy una madre feliz".
La revinculación
Si se complicó pero te negás a bajar los brazos, hay formas de seguir intentando con la lactancia. Valeria Fernández, puericultora, doula y creadora de Oro blanco lactancia materna, aconseja cómo continuar, aunque cada caso es distinto: "depende de muchos factores individuales, pero a grandes rasgos se puede apelar a un plan de extracciones, succión del bebé y el uso del relactador, en el caso de ser necesario. Los resultados van a depender de si hay factores médicos que le impiden a la mujer alcanzar su máxima capacidad de producción, por eso cada historia es única. Yo hablo de lactancias con S, en plural, lo ideal sería que cada una pudiese definir el objetivo de su propia lactancia según sus deseos y posibilidades, darle lugar a muchas posibilidades de lactancias: exclusiva, mixta, con relactador, sin relactador. No hay una respuesta universal porque va a depender de hasta dónde se quiera llegar".
Ella, que desde su página en Facebook e Instagram asiste a otras madres (buscala como @oroblancolactancia), acuerda en que cada una debe hacer lo que pueda sin ser juzgada: "hay mujeres que no dan la teta porque vieron que no era para ellas, y es tan valioso como la que la da tres años, porque lo más importante es ser consecuentes con una misma y porque, con teta o sin teta, el bebé siempre necesita a su mamá". Y porque lo más importante, es alimentarlo con amor.
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