Diana Vreeland, la emperatriz del estilo que hizo de la moda un espectáculo atrapante

Fue la primera gran editora de la revista Harper´s Bazaar, y también dejó su marca en Vogue. De destacada columnista a descubridora de talentos y asesora de Jacqueline Kennedy. El retiro silencioso en su departamento decorado íntegramente de rojo

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Diana Vreeland en su casa,
Diana Vreeland en su casa, decorada íntegramente de rojo

“La bikini es lo más importante desde la bomba atómica”, dijo una vez ante un grupo de diseñadores que se quedaron atónitos mirándola. Si de definiciones se trata, Diana Vreeland era una máquina viviente de titular las 24 horas. Por donde se la mire, respiraba ideas, moda y periodismo. “La gente toma mi idea y hace algo con ella. Ahora, yo estaré detrás de usted y seguiré lo que haga con esa idea hasta el final”, repetía en las reuniones.

Directa, sin pelos en la lengua, adelantada a su época, capaz de agradar y llamar la atención de quién fuera. Así fue Vreeland, la primera gran editora de Harper´s Bazaar -trabajó entre 1936 y 1962- que supo también tener su lugar años más tarde la revista Vogue de los 60, varios años antes del “reinado” de Anna Wintour. Si había algo que sabía hacer esta cazatendencias de moda y talentos, era cómo contar y mostrar el estilo de su tiempo. De eso se trataba siempre para ella: del cómo.

Vale la pena detenerse en la línea de tiempo por un momento: es la década de 1940 y a Vreeland, quien hace sus primeros pasos en Harper’s Bazaar, no le gusta el enfoque común con el que viste la mujer de Estados Unidos. Esa foto de Vreeland, la mujer que detestaba los zapatos de tacón alto con tiras o los vestidos de crêpe de chine, representa quizás un poco su propia idiosincrasia, esa lectura fina con la que supo romper los esquemas del estilo convencional y mostrar el costado más brilloso, arriesgado y de show business que la moda miraba aún con timidez por ese entonces.

Vreeland era una socialite serial. Un evento o una comida, era siempre una oportunidad para descubrir, ya sea a la próxima modelo de tapa como a un concepto o idea que no había sido visto hasta el momento. Y si había algo, una fórmula secreta para lograr ese y otros cometidos, esa carta era la curiosidad permanente “¡Leí todo! Habría leído el directorio telefónico si lo hubieran puesto delante mío”, solía de decir Diana.

Diana Vreeland en una reunión
Diana Vreeland en una reunión en su oficina con editores de la revista Harper's Bazaar, en mayo de 1963

Otro rasgo de Vreeland es que nunca escondió la fascinación que tenía por el dinero. “Siempre sentí que el dinero era importante. Hubo un tiempo en el que se consideraba vulgar e innecesario perseguir el dinero, pero hoy en día cualquiera que no crea en el dinero debe estar loco”, expresó en una oportunidad.

Su mirada elegante y su ojo para descubrir el talento más fresco y novedoso le valieron años más tarde el pasaporte al Costume Institute del Metropolitan Museum de Nueva York, en calidad de coordinadora para las exposiciones. Vreeland también publicó dos libros: Allure –donde compartía todas sus inspiraciones y sus fetiches– y D.V. su autobiografía.

Nace una estrella

Esta carismática y talentosa mujer, que hoy en día sigue siendo un referente en el mundo del estilo, nació en París, el 29 de septiembre de 1903, siendo la hija mayor de su madre -también socialite-, la americana, Emily Key Hoffman, y del corredor de bolsa británico, Frederick Young Dalziel. Desde pequeña acarreó un fuerte complejo por su rostro. Pero lo que podría haber supuesto un escollo en su personalidad se convirtió en su mejor marca y la empujó a forjar un carácter irrepetible.

Directa, sin pelos en la
Directa, sin pelos en la lengua, adelantada a su época, y capaz de agradar y llamar la atención de quién fuera. Así fue Vreeland, la primera gran editora de Harper´s Bazaar (Photo by Jack Robinson/Hulton Archive/Getty Images)

Al estallar la primera guerra mundial ella y su familia emigraron a Estados Unidos, Nueva York, donde Diana fue enviada a la escuela de baile. En marzo de 1924, se casó con Thomas Reed Vreeland, un banquero y financiero internacional, con quien tuvo dos hijos: Thomas Reed Vreeland y Frederick Dalziel Vreeland.

En la década del 30 la familia se mudó a Londres. Durante su estancia, bailó con las Tiller Girls y conoció a Cecil Beaton, quien se convirtió en su amigo de toda la vida. Diana comenzó a codearse con figuras como Syrie Barnardo y Elsie de Wolfe, otras mujeres de la sociedad que dirigían sus propias boutiques. Por aquel entonces, ella operaba un negocio de lencería cerca de Berkeley Square.

De tanto en tanto visitaba su amada París, donde compraba la ropa que más le gustaba, principalmente, elegía Chanel, a quien había conocido en 1926.

Ella sabía con quien asociarse.
Ella sabía con quien asociarse. El fotógrafo Richard Avedon fue llamado a trabajar con Vreeland y aquel tándem de directora creativa - fotógrafo, terminó siendo un sólido binomio de creatividad sin precedentes. (Photo by Sherman/Getty Images)

En 1935, el trabajo de su esposo la trajo de regreso a Nueva York, el lugar donde se asentó para siempre. Allí paso todo, entre otras cosas, su carrera editorial. Comenzó en 1936 como columnista de Harper’s Bazaar. Carmel Snow, el editor de la revista, quedó impresionado con el estilo de ropa de Vreeland desde el primer momento. Era demasiada sofisticada para la época, pero siempre, sin perder el gusto ni el estilo. Le pidió entonces que trabajara en la revista y desde 1936 hasta su renuncia, Diana publicó una columna llamada: “¿Por qué no lo haces?”

Se trataba de un hilarante espacio, desde donde dictaba divertidas propuestas. Claro que también dejaba atrevidos retos y fuertes consignas.

Veinticinco años en el cargo de editora dieron el margen suficiente a Diana Vreeland para poner patas arriba el oficio de editora de moda. Hasta entonces el cargo sólo comprendía las funciones de una señorita de sociedad. Ella inventó desde cero una nueva profesión, poniendo creatividad con su ojo apasionado.

Forman parte de la leyenda de Vreeland sus costosas producciones. No había cabida para la mediocridad. Las sesiones en las que intervenía Diana brillaban con luz nueva. Ella sabía con quien asociarse. El fotógrafo Richard Avedon fue llamado a trabajar con Vreeland y aquel tándem de directora creativa - fotógrafo, terminó siendo un sólido binomio de creatividad sin precedentes.

Harper's Bazar Poster by H.
Harper's Bazar Poster by H. McVickar (Photo by �� Swim Ink 2, LLC/CORBIS/Corbis via Getty Images)

El período en el que Diana trabajó para Harper’s Bazaar coincidió también con un momento personal complejo: Reed, su marido, tuvo que abandonar Nueva York e instalarse en Canadá ya que la Segunda Guerra Mundial impuso una mudanza forzosa. Diana se quedó en NY manteniendo su cargo de editora de moda al frente de la publicación.

El fin de su periplo en Harper’s vino con la retirada de Carmel Snow. Algunos dicen que Vreeland era la perfecta editora de moda, pero no era la candidata idónea para la dirección. Su visión era magnífica para crear universos estéticos, pero no para dirigir la revista.

La llegada a Vogue

Según algunas versiones, a Diana le dolió que la hayan pasado por alto para un ascenso dentro de Harper’s Bazaar en 1957, por ello se unió a Vogue en 1962, donde fue editora en jefe desde 1963 hasta 1971. Vreeland disfrutó enormemente de los años sesenta porque sentía que se estaba celebrando la singularidad de su trabajo.

YVES SAINT LAURENT & DIANA
YVES SAINT LAURENT & DIANA VREELAND, NEW YORK, USA - 1981: Diana supo hacer muchas amistades entre ellas, con el diseñador francés Yves Saint Laurent. Aquí, juntos, en una fiesta lanzamiento de una fragancia, en 1981

Durante su estancia en la revista, descubrió a la estrella de “youthquake” de los años sesenta, Edie Sedgwick. Empezaba una década vibrante, llena de innovaciones que estaban cambiando el mundo de la moda. La década de los sesenta fue sin duda la de Diana. Adoraba y veneraba cada pequeña muestra de irreverencia, cada bocanada de aire fresco. Su trabajo viró en un producto mucho más exquisito, y también más costoso.

Por ello, y por su falta de conexión con la nueva época, Diana fue despedida en 1971. Después de Vogue, se convirtió en consultora del Instituto de vestuario del Museo Metropolitano de Arte en Nueva York en 1971. Para 1984, había organizado doce exposiciones.

Vreeland fue una visionaria, sobre todo, una cazadora de talentos. Son muchas las personas que descubrió, entre ellas, la actriz Lauren Bacall, durante la Segunda Guerra Mundial. Pero sin dudas, su mirada fina de las tendencias y la moda la llevó a conectar con un personaje singular: Jacqueline Kennedy. En 1960, John F. Kennedy se convirtió en presidente y Diana Vreeland asesoró a la Primera Dama. Vreeland asesoró a Jackie a lo largo de la campaña y ayudó a conectarla con el diseñador de moda Oleg Cassini, quien se convirtió en el jefe de diseño de la primera dama.

Cinco años años antes, en
Cinco años años antes, en 1984, cuando un periodista le preguntó como veía las revistas de moda, expresó casi como influencer del futuro: “Lo que estas revistas dieron fue un punto de vista. La mayoría de la gente no tiene un punto de vista; necesitan que se lo demos nosotros, las revistas” (Photo by Santi Visalli/Getty Images)

Los últimos años de la vida Vreeland los pasó en su casa escribiendo. En 1984, publicó su autobiografía en una suerte de minimalismo no esperado para su título: eligió la iniciales de su nombre, D.V.

Sus últimos días los pasó retirada en su departamento pintado casi totalmente de rojo, al que decoró como “un jardín, pero un jardín en el infierno”, según dijo. Murió en 1989 de un ataque al corazón, a los 85 años, en el Hospital Lenox Hill, en el Upper East Side de Manhattan, Nueva York. Se fue rodeada de familiares y un selecto grupo de amigos.

Cinco años años antes, en 1984, cuando un periodista le preguntó como veía las revistas de moda, expresó casi como influencer del futuro: “Lo que estas revistas dieron fue un punto de vista. La mayoría de la gente no tiene un punto de vista; necesitan que se lo demos nosotros, las revistas”.

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