En un atelier de altos techos y paredes blancas sobre la calle Rodríguez Peña, Rocio Rivero recibe a sus clientes con dos grandes percheros ordenados por color. La cualidad monástica del espacio choca con el artificio y la exuberancia de sus prendas en las que abundan el ornamento y el volumen, testigos de un nuevo barroco que se gesta a través de dos puertas en las que se ubica un taller minado de vestigios de bordados y experimentos textiles.
Detrás de esta fachada de opulencia se esconde, sin embargo, un origen profundamente terreno. De hecho, los géneros con los que construye sus piezas provienen de antiguas prendas vintage, saldos de producción y se espera que, eventualmente, de materia orgánica tratada. “Lo que veo de las prendas recicladas en el mercado es que te dan la sensación de estar poniéndote una pieza vintage”, comenta Rocio en diálogo exclusivo con Infobae. Y agrega: “Lo que yo hago son productos modernos con tela que no se consigue más”.
Bajo esta consigna, Rocío Rivero nace como la cara de una sustentabilidad moderna en la que lo sostenible no es sinónimo de austeridad ni de represión del consumo, sino que pasa a ser un símbolo de exclusividad, de tener una prenda imposible de replicar. “Las tratamos como se trata al arte”, explica Rocío, “cada una viene con su certificado de autenticidad que explica cuántas horas llevó en hacerse, qué técnicas usamos, de dónde salieron los materiales y cuántas unidades hay”. De ahí nace el término “art couture” que adorna el nombre de la marca, jugando con la combinación entre lo artesanal y especializado de su confección y la dinámica de su creación y comercialización.
Su búsqueda constante de nuevos materiales llevó a Rocio a adentrarse en el desarrollo de bioplásticos, que son, como su nombre lo indica, plásticos creados a partir de materia biológica. Géneros de agar agar y gelatina adornados con tintes naturales de cebolla, repollo y espinaca, corpiños de alginato de sodio y retazos de almidón de papa y mandioca se encuentran entre los desarrollos de la diseñadora. “Uno de los grandes problemas que tiene la industria de la moda es que hay mucha sobreproducción y, por lo tanto, mucho desecho”, sostiene Rocío, “hay mucha contaminación que proviene no solo de la confección sino del momento en el que la prenda no se usa más... los bioplásticos se biodegradan si les das las condiciones apropiadas, lo que permite desarrollar una moda más efímera”.
Tal vez uno de los grandes atractivos de visitar el atelier de la diseñadora sea el contar con la oportunidad de oír la historia detrás de cada una de las prendas. Desde un conjunto de falda (que también es un top) y top (que también es un pantalón) hechos a partir de una bata de organza con puntos de terciopelo de la abuela de una de sus amigas, un vestido fabricado con un textil recuperado que con su equipo bordó por 300 horas tomando prestadas lentejuelas de otras prendas vintage, a un top con mangas removibles, “eso también es sustentabilidad”, todas las piezas cuentan con una historia digna de ser contada.
Para Rocio, al contrario de lo que trata de hacer con su trabajo, la moda se concentra en exceso en la publicidad y no en que las prendas hablen por sí mismas. “Al cliente no se le comunica cómo se hacen las prendas, por eso yo creo que todos tenemos que dar a conocer el detrás de escena del diseño... así que mi deseo para la industria es que logremos comunicar de dónde vienen las cosas y cuánto tiempo y trabajo lleva hacerlas”, concluye esperanzada.
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