Coachella es encantador. Es, primero, un festival de música. Es, después, un escenario de "street style", donde convergen celebrities, blogueros, influencers, marcas premium para desplegar sus valores, sus virtudes, sus looks. Es la casa de hippie chic más pretencioso. Un lugar común en el que personalidades de la talla de Rihanna, Kendall Jenner, Paris Hilton, Alessandra Ambrosio, Gigi Hadid y Beyoncé se confunden entre la multitud para celebrar sus segmentos hedonistas, privadas del lujo y la distinción.
Porque Coachella reúne características generales del concepto festival: entradas generales, baños portátiles, piso de pasto, polvo y barro según determine la naturaleza. Las más distinguidas celebridades acuden para expresar naturalidad, autenticidad, aunque conservando estilos, frescura y la búsqueda del impacto mediático. Es la doble moral, la ambigüedad, la contradicción tolerada de uno de los eventos musicales más prestigiosos del globo. La antinomia convierte al festival de música en una idealización de la felicidad. Detrás de esa frescura impuesta, se esconde el trendy, el postureo, la exposición pretendida, el hilo invisible de las marcas.
Coachella es de manera oficial el Festival de Música y Arte de Coachella Valley en Indio, California. Dura dos fines de semana: la edición 2017 se realiza del 14 al 16 y del 21 al 23 de abril. Y se nutre de las combinaciones más exóticas. Radiohead, Kendrick Lamar y Lady Gaga pueden compartir cartel en un encuentro que aborda géneros dispares: rock alternativo, música electrónica, indie o hip hop. Ambientado en una atmósfera que remite a los años setenta, el vestuario es casi un uniforme: el adn fashionista es el estilo hippie chic.
Coronas de flores -patentada por Vanessa Hudgens- o sombreros, botas, camisetas identificadas con la estética boho y los infaltables shorts; el look es ya un clásico. Por eso las marcas, en pos de la necesidad de reinventarse y readaptarse a las tendencias, han invadido el festival de varias maneras: patrocinándolo, organizando pool partys exclusivas -porque no todo es barro y carpas para dormir: los más adinerados duermen y descansan en mansiones cercanas al complejo- o lanzando colecciones especiales (H&M lanzó en febrero H&M loves Coachella). Firmas como Adidas, Lacoste, Guess, Revolve Clothing y Shopstyle se mezclan con blogueras del talle de Chiara Ferragni, Aimee, Jules, Camille y Kristina.
Coachella abraza una cultura "cool", alternativa, detenida en el tiempo, inspirada en las mieles de los setenta aunque atravesada por la coyuntura moderna. Recientemente el festival más hipster del mapa concentró críticas de grupos activistas, dirigidas a su organizador, el multimillonario Philip Anschutz. El magnate no oculta su ideología de ultraderecha: financia grupos anti-gays como Mission America Coalition -un organismo que exige restricciones de circulación por el mundo de portadores del virus VIH-, está acusado de apoyar medidas discriminatorias contra la comunidad LGTB y es un recio negacionista del cambio climático.
Bajo el ardiente sol de California, músicos antagónicos montan sus recitales frente una multitud también variopinta. Coachella es, primero, uno de los festivales más espectaculares del mundo. Es, después, una gran tarima para que las celebrities desfilen sus declarados looks hippie chic entre el polvo, los normales y los fotógrafos de ocasión, como si nadie las estuviese mirando.
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