La biodiversidad comprende igualmente la variedad de ecosistemas y las diferencias genéticas dentro de cada especie. Éstas son las que permiten la combinación de múltiples formas de vida cuyas mutuas interacciones con el resto del entorno fundamentan el sustento de la vida en el planeta.
Para la humanidad, la biodiversidad supone el capital natural que permite obtener energía, alimentos y hasta beneficios médicos derivados, por ejemplo, del uso de las plantas.
El valor más importante de la biodiversidad reside en que es el resultado de un proceso histórico natural de gran antigüedad y tan solo por eso tiene el derecho de continuar su existencia.
La biodiversidad también es garante de bienestar y equilibrio en la biósfera. Los elementos diversos que la componen conforman verdaderas unidades funcionales, que aportan y aseguran muchos de los "servicios" básicos para nuestra supervivencia.
Desde una mirada humana, la biodiversidad representa también un capital natural ya que los beneficios que ésta representa han contribuido al desarrollo de la cultura y garantiza una fuente potencial para necesidades futuras.
Si se puede asegurar que el hombre y su cultura forman parte de esta diversidad es natural que se deba velar por protegerla y respetarla. Este compromiso condujo a que en 1992 las Naciones Unidas decidieron firmar el Convenio Internacional sobre la Diversidad Biológica. Los resultados, sin embargo, fueron pobres: los científicos reconocen que la proporción de pérdida de especies en la actualidad es mayor que en cualquier época anterior de la historia humana.
Solo en el reino vegetal se estima que se encuentran amenazadas más de un 12% de las especies conocidas, siempre debido a la poco racional actividad humana, como la tala de bosques nativos.
La ciencia sugiere que un ecosistema más diverso puede resistir mejor a la tensión medioambiental y por consiguiente ser más productivo. Es probable que la pérdida de una especie disminuya la habilidad del sistema para mantenerse o recuperarse de daños o perturbaciones.
Al igual que una especie que tiene alta diversidad genética, un ecosistema de alta biodiversidad puede tener más oportunidades de adaptarse al cambio medioambiental.
En otras palabras: cuanta mayor diversidad haya en un ecosistema mayores serán las probabilidades de que éste sea estable y resistente.
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