Se puede adquirir por Internet una caja transparente en la que construir un "hormiguero" artificial para que los niños "se entretengan" observando. Seguramente a quien compra este adminículo y a su familia le parecerá divertido observar a un animal marino haciendo piruetas forzadas dentro de un estanque al que no denominará cárcel sino "parque acuático".
La sociedad está habituada a que con los animales se puede hacer cualquier cosa. Clonar caballos para obtener campeones de turf o de polo, hacer correr a un perro para ganar apuestas o pagar dinero para pasear sobre un elefante.
En Argentina muchos aficionados disfrutan en todo el país de la penosa y criolla tradición de "domar", someter y castigar caballos ante la presencia de miles de personas. Algunos otros pagan entradas en algunos zoológicos que luego les permitirán acariciar un animal salvaje que, obviamente, no vive en su habitat natural.
¿Qué le pasa a los humanos? ¿De dónde viene este afán por convertir a los animales en un negocio?
Es devastadora la cifra de muertes que produce el mascotismo a partir del simple acto de extraerlos de su hábitat. Esa depredación animal afecta de modo directo la vida y la salud de esa mal llamada mascota, pero también daña irreversiblemente al ecosistema, pues cada especie ocupa un lugar y una función en su hábitat.
Por suerte la sociedad está cambiando y así como crece la lucha contra la violencia de género, el abuso o la trata de personas, aumentan los movimientos que exigen frenar los negocios basados en la explotación animal.
Siempre es bueno recordar que esta injusticia es parte de un negocio y que todo negocio crece si la sociedad consume su producto. Sin clientes no habría explotación animal.
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