Son tal vez los más renombrados contaminantes atmosféricos. En presencia de la radiación ultravioleta emitida por los rayos solares producen reacciones de fotodescomposición que generan átomos de cloro que destruyen la capa de ozono.
Los CFC son, por lo tanto, los grandes causantes de la pérdida de la capa de ozono que rodea la tierra y que la protegen, justamente, de las radiaciones ultravioletas, nocivas para la salud de los seres vivos.
Son compuestos altamente estables y persistentes, por lo que se mantienen en la atmósfera entre 50 y 100 años sin descomponerse. La aparición del agujero en la capa de ozono, principalmente sobre la Antártida, está relacionada con la fotoquímica de los CFC, presentes en diversos productos comerciales.
En 1987 se firmó un acuerdo internacional, denominado Protocolo de Montreal, cuyo objetivo era controlar la producción y consumo de sustancias que destruyen el ozono. Se estableció el año 1996 como fecha límite para abandonar totalmente la producción y el consumo de clorofluorcarbonados en los países desarrollados. Para los países en vías de desarrollo el plazo se alargaba diez años más.
Aunque progresivamente la industria fue reemplazando los CFC con otras sustancias, su persistencia en la atmósfera hace que debamos esperar varias décadas para que el agujero de ozono se restablezca definitivamente. Por lo tanto la amenaza para la salud, principalmente del cáncer de piel, continuarán vigentes durante muchos años más.
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