Corrían los días de fines del 67 y en Buenos Aires, dos matrimonios de inmigrantes judíos alemanes perseguían un mismo anhelo. Ambas parejas no se conocían entre sí pero buscaban un lugar en el que pudiesen disfrutar de un ámbito protegido que les permitiera evitar la soledad cuando sus hijos partieran para formar sus propias familias y sus casas quedaran grandes y vacías.
La vida juntó a esas dos parejas y de esa unión nació una entidad sin fines de lucro cuyo propósito es, hasta la actualidad, brindar a las personas mayores una propuesta de vida diferente. Comenzaron con un aviso en un diario para que se anexen otros y la respuesta fue la historia que transitamos hoy.
Aquel sueño se convertiría en una edificación de 15 pisos que se alza en pleno barrio de Belgrano y es gestionado por una mutual. La llamaron "Vidalinda", una nominación que jugaba con Vidal, el nombre de la calle en la que se erige. El edificio está diseñado especialmente para la tercera edad y cada miembro puede disfrutar no sólo de su departamento individual, sino también de los amplios espacios comunes en los que pueden desarrollar una vida socialmente activa y saludable, acompañados por sus pares.
Simón tiene 82 años y nació en París. A sus 12 años, el holocausto ya lo había despojado de sus padres. A los 17 abandonó las calles europeas y se vino a Buenos Aires. Su vida fue muy intensa y hoy la comparte con sus compañeros de Vidalinda. Para que no falte nada, tiene una novia en Villa Crespo. "Viajo todos los días para verla, no tengo problemas con eso… A mí no hacer nada me lleva mucho tiempo", comenta risueño.
Hay quienes todavía trabajan; otros, en cambio, ya están jubilados desde hace años. Pero a todos les une el deseo de encarar la segunda juventud de la manera más autónoma y activa posible. Y con la libertad que el lugar les brinda.
Clarita tiene 92 años y conoció Vidalinda mediante las partidas de burako a las que concurría para ver a sus amigas. El día que se desocupó uno de los departamentos no dudó en venirse. "Yo veía que mis amigas habían recobrado una vida de relaciones y actividades compartidas que yo había perdido", confiesa. Al principio su hija se opuso. "Ella tenía una idea distorsionada de cómo se vive aquí. Y es que el que no conoce cree que esto es como un geriátrico", agrega.
Sin embargo, nada más alejado de las tradicionales instituciones para personas de la tercera edad. Aquí se comparten salidas, risas, clases de gimnasia, dudas sobre cómo realizar un trámite, tips para aprovechar el celular, libros, recetas y, por qué no, comentarios sobre algunos achaques. El tiempo libre está siempre muy bien aprovechado.
Para Vera Feldman ser la actual coordinadora de la institución resulta muy significativo: sus padres alemanes vivieron aquí en los años 80. "La libertad es un gran valor aquí. Sólo en la comida puede apreciarse: tenemos un comedor en el que se elaboran alimentos muy sanos. Y cada uno, cada día, tiene posibilidades de elección. Un día pueden optar por el menú, otras veces bajar un alimento cocinado por ellos y otro día, quizás, no quieren bajar y almuerzan en su departamento. Así de libre es todo aquí" señala Feldman.
Medio siglo después de su creación, Vidalinda continúa siendo una experiencia absolutamente enriquecedora dado que ha permitido que centenares de adultos mayores disfruten y hayan podido disfrutar a pleno sus años de madurez, tomando sus propias decisiones, en un entorno cuidado y arreglado según sus necesidades y preferencias. "Cohousing", "viviendas colaborativas", "edificios tutelados", todas menciones a un modelo que avanza de la mano de una mayor longevidad y que, con creatividad y voluntad, es replicable en muchos puntos del país.