● Ratas africanas son entrenadas por la organización sin fines de lucro belga APOPO. Detectan minas terrestres y ayudan a diagnosticar tuberculosis.
● Nuevas pruebas muestran su capacidad para identificar contrabando de fauna silvestre, como marfil y cuernos de rinoceronte.
● Su entrenamiento utiliza refuerzos positivos y su tasa de detección supera el 85%.
Lo esencial: las ratas gigantes africanas, gracias a su olfato y agilidad, han pasado de ser vistas como plagas a desempeñar un papel crucial en la detección de minas y enfermedades, y ahora en la lucha contra el tráfico de vida silvestre. APOPO, que las entrena con éxito, busca ampliar su uso a combatir el comercio ilegal que amenaza ecosistemas y salud humana.
Por qué importa: el contrabando de fauna silvestre mueve hasta 23 mil millones de dólares anuales, con graves implicaciones ecológicas y sanitarias. Estas ratas ofrecen una solución innovadora, económica y eficiente para regiones pobres afectadas por este crimen organizado.
Las ratas, plagas urbanas portadoras de enfermedades, podrían ser sorprendentemente reivindicadas en el imaginario popular por la acción de una rama de la especie. La rata gigante africana —un roedor del tamaño de un gato doméstico— está redefiniendo su reputación mundial para situarlas en la primera línea de importantes misiones humanitarias.
Entrenadas por la organización no gubernamental APAPO, de origen belga, con sede en África, y reconocimiento en Estados Unidos, las llamadas HeroRATs están utilizando su extraordinario olfato, plasticidad física, curiosidad e inteligencia, ya no para esparcir enfermedades, sino para detectar minas terrestres en zonas de guerra y ayudar al diagnóstico de la tuberculosis, transformando así su imagen de parásito urbano a salvadoras de vidas en las comunidades más vulnerables del mundo.
Además, ya se hicieron las primeras pruebas exitosas que las llevará a trabajar en la detección del contrabando de fauna silvestre.
APOPO es una organización global que se ha destacado por sus innovadoras técnicas utilizando animales en la detección de minas terrestres y tuberculosis. Fue fundada en 1997 por Bart Weetjens, quien se inspiró en el potencial de las ratas como detectoras de olores. La organización se desarrolló con el apoyo de la Universidad de Agricultura de Sokoine en Tanzania y la Cooperación Belga para el Desarrollo.
La ong comenzó utilizado las ratas gigantes africanas para hallar explosivos terrestres. Estas ratas han demostrado ser eficaces debido a su agudo sentido del olfato y su capacidad para trabajar rápidamente en comparación con los métodos tradicionales e incluso aventajando a los perros entrenados. La primera gran acreditación para estos roedores detectores de minas ocurrió en Angola en 2013, donde pasaron pruebas oficiales de autorización.
La entidad también hizo contribuciones en el ámbito de la salud pública, específicamente en la detección de una grave enfermedad pulmonar. En 2009, la organización probó que las ratas podían darse cuenta de la presencia de la bacteria Mycobacterium tuberculosis en muestras de esputo humano, un hallazgo que fue publicado en la Revista Internacional de Tuberculosis y Enfermedades Pulmonares.
La organización alcanzó ya varios hitos importantes, incluyendo la expansión de sus operaciones a otros países y el desarrollo de nuevas aplicaciones para sus tecnologías de detección. En 2015, Mozambique fue declarado libre de minas terrestres conocidas, un logro que contó con la participación de APOPO y sus HeroRATs. El apoyo continuo de organizaciones internacionales y la cooperación con gobiernos y otras entidades ha sido fundamental para su éxito.
Las ratas gigantes africanas, que viven un promedio de ocho años, son entrenadas durante un año, lo que representa una inversión a largo plazo. Su inteligencia y curiosidad las convierten en buenas estudiantes, capaces de adaptarse a nuevas tareas.
Quienes trabajan con estos animales se dieron cuenta de que sus talentos también pueden ser útiles en los esfuerzos por combatir el tráfico ilegal de vida silvestre. La misma organización sin fines de lucro con sede en Tanzania, comenzó a entrenarlos con ese fin.
Una de las pruebas exitosas se llevó a cabo con la identificación de colmillos de elefante, cuernos de rinoceronte, escamas de pangolín y palo negro africano, productos comúnmente traficados desde África con un alto valor en el mercado negro.
El comercio ilegal de vida silvestre es una industria que mueve hasta 23 mil millones de dólares anuales, y es la cuarta más grande del mundo, después de los productos falsificados, los medicamentos y el tráfico de personas.
Crawford Allan, vicepresidente de delitos contra la naturaleza del Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, explicó a CNN que el crimen organizado explota las debilidades en los métodos de detección en puertos y aeropuertos, especialmente en África. Los traficantes utilizan diversas técnicas para ocultar productos ilegales, como teñir el marfil para que parezca madera o esconderlo en envíos de cosechas.
El comercio ilegal de fauna silvestre no solo afecta a las poblaciones de animales, sino que también puede tener consecuencias devastadoras para los ecosistemas y la salud humana, al propagar enfermedades zoonóticas como el Ébola y el SARS.
La Dra. Izzy Szott, científica de investigación conductual de APOPO, sugirió que las ratas pueden ser una herramienta complementaria a los perros, que ya se utilizan en la detección de contrabando de fauna salvaje. Estos roedores, al ser pequeños y ágiles, tienen ventajas en espacios reducidos y son más económicos de entrenar y mantener, lo cual es crucial dado que gran parte del comercio ilícito proviene de regiones pobres.
Un grupo de expertos de Tanzania, Estados Unidos, Bélgica y otros países, publicó este mes en Frontiers in Conservation Science, detalles de las investigaciones y pruebas de concepto realizadas en el puerto marítimo de Dar es Salaam, la ciudad tanzana más poblada, para la detección de fauna.
Estas ratas, previamente socializadas y habituadas a distintos entornos, fueron entrenadas usando un método de refuerzo positivo, es decir, premiadas cuando cumplían con su trabajo. El proceso se dividió en fases progresivas, iniciando con la identificación de olores específicos como las escamas de pangolín y la madera dura africana (Dalbergia melanoxylon). Posteriormente, el adiestramiento se amplió para incluir cuernos de rinoceronte y marfil de elefante.
Una vez que una rata identifica un objetivo, alerta a su adiestrador tirando de una bola sujeta a un chaleco de neopreno, lo que activa un pitido.
Las ratas se enfrentaron a muestras objetivo y no objetivo en una jaula semiautomática, diseñada para medir su respuesta mediante un sistema de sensores. Si las ratas detectaban un olor objetivo y mantenían la nariz en el orificio correspondiente, recibían una recompensa. El proceso de entrenamiento incluyó pruebas ciegas, donde las ratas debían indicar un objetivo sin refuerzo, lo que ayudó a evaluar su precisión sin interferencias humanas.
Los experimentos demostraron que las ratas podían identificar con precisión los olores objetivo, incluso cuando estos estaban camuflados con materiales utilizados por los traficantes. Durante las pruebas, las ratas lograron tasas de detección superiores al 85% para las especies entrenadas, mientras mantenían las falsas alarmas en niveles bajos. Además, mostraron la capacidad de generalizar olores de especímenes nuevos y retener la habilidad de detección tras meses sin exposición a ciertos objetivos.