A medida que pasa el día, tu capacidad de decidir disminuye. Imaginá que tu capacidad para tomar decisiones es como la batería de tu celular: te levantás con el 100% de carga, y antes de salir de tu casa ya estás en el 90%, casi sin darte cuenta. En ese tiempo ya decidiste qué desayunar, si café o mate; cómo vestirte, si zapatillas o zapatos; si vas al trabajo en bondi o en subte. Y todo eso te va quitando energía. Como cada lunes, en “No debí hacer eso” te invito a hablar de la cocina de nuestras decisiones y cómo podemos hacer para mejorarlas.
Hoy vamos a hablar sobre un sesgo llamado fatiga de decisiones, o fatiga cognitiva. Siguiendo con el ejemplo con el que empezamos, hasta cuando decidís si le ponés edulcorante o azúcar al café, estás usando energía. Así, multiplicado por las 35.000 decisiones que, aproximadamente, tomamos por día. De las cuales, unas 220 de ellas tienen que ver con la comida, por ejemplo.
Como cuando chequeamos la hora en el celular a cada rato, parece que no pasa nada, pero después nos damos cuenta de que solo nos queda 1% de batería. Obviamente, no todas las miles de decisiones que tomamos en el día son de vida o muerte, pero efectivamente todas consumen algo de energía.
Por este motivo, dos personajes tan reconocidos como Steve Jobs y Barack Obama se vestían siempre de la misma manera. Jobs, de hecho, decía que tenía 100 poleras negras, que combinaba siempre con un jean Levi’s 501 y zapatillas blancas. Un clásico.
Jobs sacó la idea de una visita a la fábrica de Sony en Japón, donde todos los empleados estaban vestidos iguales. Lo que aprendió fue que, tras la Segunda Guerra Mundial, la fábrica decidió proveerles vestimenta a sus empleados, y con el tiempo se mantuvo y se convirtió en una señal de pertenencia a la empresa.
Jobs intentó hacer lo mismo en Apple, pero fue imposible: eran los años 80, donde el valor de la personalidad y la unicidad en la ropa lo eran todo. Si bien no lo logró en Apple, sí lo consiguió consigo mismo, y su look se convirtió en una imagen icónica. Además de ser un look distintivo y único, casi como la marca, el motivo era que le ahorraba energía en la toma de decisiones, y esa misma atención que no usaba en elegir un pantalón iba a otra decisión durante el día.
Ahora bien, la pregunta es por qué ocurre esta fatiga de decisiones, por qué tomamos peores decisiones hacia el final del día. Resumidamente: agotamiento mental. Nuestra capacidad es limitada y, a medida que tomamos decisiones, la vamos consumiendo durante el día.
Como decíamos antes, tomamos miles de decisiones: qué comer, qué ver, qué postear, qué visitar, por poner algunos ejemplos. El tema es que para cada una de esas decisiones las opciones son muchísimas, lo cual nos agota todavía más. Y a la cantidad de decisiones se suman otros factores, como los que vamos a ver a continuación.
El primero es la complejidad de esas decisiones. No todas pesan lo mismo. Hay decisiones laborales, por ejemplo, que son muy importantes y consumen mucha energía, al igual que las personales, como puede ser qué carrera estudiar.
En segundo lugar, está el contexto. Cuando estamos en un lugar y hay distracciones, nuestra atención está dividida. Si, por ejemplo, tenemos la tele de fondo, estamos prestando atención a lo que sucede en la pantalla y, al mismo tiempo, a lo que tenemos delante de nosotros. Esa distracción nos consume más energía.
Finalmente, sí, tenemos una sobrecarga de opciones. Hoy en día, tenemos cientos de opciones para todo: elegir el detergente, el jabón, o cualquier cosa. Cuantas más opciones hay, más se complica la decisión y más energía nos consume. A mayor cantidad de información y opciones, mayor agotamiento mental.
Te cuento un ejemplo, qué se hizo a principios de la década pasada en Israel. Tres académicos, Shai Danziger, Jonathan Levav y Liora Avnaim-Pesso, decidieron investigar cómo distintos jueces concedían (o no) la libertad condicional, un tema muy serio. Lo que hicieron fue observar cómo los jueces, a medida que avanzaba el día, aumentaban o disminuían la probabilidad de conceder la libertad condicional. Las decisiones se tomaban desde temprano en la mañana hasta la tarde, con un corte para el almuerzo.
Lo que descubrieron fue que al principio del día, la probabilidad de que una persona obtuviera la libertad condicional era del 65%, pero antes del almuerzo esa probabilidad bajaba considerablemente. Después del almuerzo, volvía a subir, pero hacia el final del día disminuía nuevamente. Esto demostraba que la fatiga mental de los jueces aumentaba al mediodía y al final del día, lo que reducía la probabilidad de otorgar la libertad condicional.
Básicamente, la decisión de no conceder la libertad condicional era la opción segura, porque requería menos esfuerzo mental. La opción de concederla implicaba un trabajo mental que, en ese momento del día, resultaba complicado.
En resumen, la lógica era simple: cuando los jueces se cansaban, la posibilidad de que otorgaran la libertad condicional disminuía. La opción segura era no innovar y no tomar riesgos. Pero cuando los jueces se sentían con más foco y más capacidad mental, la probabilidad de otorgar la libertad condicional aumentaba.
Esto nos demuestra que es muy importante gestionar la fatiga cognitiva, ya que, más allá de todas las pequeñas decisiones diarias, también tiene un impacto significativo en las decisiones profesionales o de gran impacto que tomamos. Como siempre, te dejo tres tips para luchar contra este sesgo:
- Tomá tus decisiones temprano en la mañana, cuando tenés la mayor capacidad mental para afrontarlas.
- Planificá con anticipación. Saber cuáles son las decisiones que vas a tener que tomar disminuye el estrés o la ansiedad del momento, permitiéndote planificar mejor y evitar la fatiga.
- Minimizá la cantidad de decisiones no esenciales. Decisiones repetitivas y pequeñas, como qué vestir o qué desayunar, planificalas de antemano para no gastar energía en ellas.
*Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.