La ciudad despertó con la luz suave y la energía de la primavera. En la mañana de este domingo 22 de septiembre, Buenos Aires se convirtió en el epicentro de una celebración deportiva que reunió a más de 14.000 corredores provenientes de todo el planeta. La intersección de las avenidas Figueroa Alcorta y Dorrego, habitualmente ocupada por el tráfico incesante, fue escenario de una marea humana dispuesta a superar sus propios límites en la Maratón 42 K de Buenos Aires.
El Sol, apenas visible entre las copas de los árboles, anunciaba el inicio de una jornada histórica. Las primeras horas del día no trajeron frío invernal, sino una brisa fresca que contrastó con el calor de los cuerpos en movimiento. Atletas de todos los niveles se agolparon cerca de la línea de salida, desde los élite hasta aquellos que simplemente querían ser parte de una experiencia única.
Los colores de las camisetas y las zapatillas destacaron sobre el pavimento, creando un mosaico vibrante que representó la diversidad y el entusiasmo de los participantes. A su alrededor, Buenos Aires permaneció en silencio, expectante, como si la ciudad misma supiera que estaba por suceder algo importante.
Así se vivieron los 42 kilómetros de la Maratón de Buenos Aires
La jornada comenzó a las 5:30 de la mañana con una apertura musical que dio el primer empuje de energía a los corredores y espectadores que ya comenzaban a congregarse. A las 5:45, los locutores tomaron el escenario para dar inicio oficial al evento, mientras los accesos por corrales se abrieron para que los atletas se ubicaran en sus posiciones. La emoción fue en aumento cuando, a las 6:28, la Banda del Ejército interpretó una pieza instrumental que culminó a las 6:35 con la interpretación del himno nacional y el despliegue de la bandera argentina.
A las 7 de la mañana, el sonido clásico de la salida rompió la quietud. Los corredores se lanzaron a las calles, ocupando un espacio que normalmente pertenece a los autos y colectivos. La avenida Figueroa Alcorta, el Obelisco, la Recoleta y otros sitios emblemáticos se transformaron en un escenario en el que cada paso marcó la búsqueda de un logro personal.
En la categoría masculina, el keniano Bethwell Yegon se coronó campeón con un tiempo de 2 horas, 9 minutos y 4 segundos (02:09:04, según se notifica). Lo siguió su compatriota Saina Emmanuel Kipkemboi, quien completó la carrera en 02:09:16. El tercer lugar fue para otro corredor de Kenia, Eliasa Kibet, con un tiempo de 02:11:36.
En la competencia femenina, la victoria fue para la etíope Yenenesh Dinkesa, quien celebraba su cumpleaños y cruzó la meta en 02:27:15. El podio femenino lo completaron dos kenianas: Rodah Jepkorir Tanui, segunda con un tiempo de 02:28:56, y Caroline Jepchirchir, tercera con 02:30:23.
El trazado del maratón, reconocido por ser uno de los más rápidos de América Latina, permitió a los corredores alcanzar grandes marcas.
La planificación minuciosa del circuito, completamente plano y a nivel del mar, ofreció condiciones ideales para obtener tiempos excepcionales. Esta fue una de las razones por las que tantos atletas internacionales eligieron Buenos Aires como el lugar para desafiar sus propios récords.
Entre los corredores nacionales, Ignacio Erario siempre llega a estas citas como candidato. Marcela Gómez, en la categoría femenina, también tiene su una huella imborrable.
Este año, también se celebró el Campeonato Sudamericano de Maratón, que ya ha tenido lugar en Buenos Aires en cuatro ocasiones anteriores: 2009, 2013, 2018 y 2019. El peruano Ulises Martín Ambrosio se coronó como ganador en esta edición con un tiempo de 02:17:43, seguido por el argentino Nacho Erario, quien terminó en 02:18:01. El tercer puesto fue para el paraguayo Derlys Ramón Ayala, con un tiempo de 02:18:43.
En la categoría femenina, la misionera Chiara Milena Mainetti se llevó el primer lugar con un tiempo de 02:34:50. Le siguieron la paraguaya María Fátima Vázquez, con 02:44:19, y la argentina Marcela Cristina Gómez, quien finalizó en 02:46:05.
No obstante, el público fue, sin duda, uno de los grandes protagonistas de la jornada. Las veredas de Palermo, la Recoleta y el microcentro se llenaron de espectadores que, con aplausos y gritos de aliento, acompañaron a los corredores en cada tramo.
Familias, amigos y curiosos no solo observaron, sino que también formaron parte de la fiesta. Las sonrisas y los gestos de apoyo crearon un ambiente de camaradería que contrastó con la intensidad de la competición.
Los últimos kilómetros fueron una prueba de resistencia. Las caras de los corredores, marcadas por el esfuerzo, reflejaron la lucha interna que cada uno libró para llegar a la meta. Las piernas pesaban, el sudor corría y la tentación de detenerse apareció más de una vez. Pero ninguno cedió. La línea de llegada en Figueroa Alcorta fue un imán que atrajo a cada participante, recordándoles por qué estaban allí.
La llegada de los primeros corredores fue una explosión de emoción. Los aplausos resonaron más fuertes que nunca, celebrando no solo a los ganadores, sino a todos los que lograron cruzar la meta. Para muchos, la medalla que colgó de sus cuellos no fue solo un trofeo, sino la confirmación de que habían vencido sus propios miedos y límites.
La ceremonia de premiación estuvo cargada de simbolismo. Abel Antón, bicampeón mundial de maratón, compartió el escenario con Florencia Borelli, maratonista olímpica argentina, en un acto que unió a dos generaciones de atletas.
Las medallas no solo premiaron a los más rápidos, sino que también reconocieron el esfuerzo de cada uno de los corredores que, sin importar su tiempo, completaron el recorrido.
Los equipos de running, una característica distintiva de este evento, agregaron una dosis extra de emoción. Más de 180 grupos, provenientes de distintas provincias y países, se reunieron en Buenos Aires para vivir una experiencia colectiva. Juntos, superaron el cansancio y las dificultades, encontrando en la unión la fuerza para seguir adelante.
El diseño de la medalla, creado por estudiantes de la Escuela Técnica Raggio, fue uno de los elementos más comentados de la jornada. Guadalupe Papa Triñanez, la ganadora del concurso, logró capturar el espíritu de la maratón en un diseño que combinó tradición y modernidad. Los corredores lucieron con orgullo su medalla, conscientes de que llevaban consigo un pedazo de historia.
El maratón de Buenos Aires, en su 40º edición, no solo fue una celebración del deporte, sino también un homenaje a la ciudad que lo albergó. Las calles porteñas, que tantas veces son testigos de la rutina diaria, se convirtieron en el escenario de una épica personal para cada corredor. La ciudad misma pareció haber absorbido la energía de los participantes, dejándola impregnada en sus avenidas y parques.
Al caer la tarde, mientras los últimos corredores se retiraban y los organizadores desmantelaban las estructuras, quedó un sentimiento de satisfacción en el aire. Buenos Aires, como tantas veces en su historia, fue testigo de un evento que unió a personas de diferentes partes del mundo en una misma causa: desafiar sus propios límites.
Para los que participaron, este maratón será recordado no solo por la victoria o el tiempo final, sino por los momentos compartidos, por las dificultades superadas y por el privilegio de haber formado parte de algo más grande que ellos mismos.
Mientras tanto, la ciudad volverá a esperar, paciente, a la próxima primavera, cuando nuevamente los corredores tomen sus calles.
* Fotos: Jaime Olivos y Gastón Taylor