“No debí hacer eso”: ¿Por qué ignoramos las señales de peligro?

Se lo conoce como sesgo de normalidad y es nuestra tendencia a subestimar situaciones catastróficas, creyendo que todo seguirá igual. Cómo afecta nuestra capacidad de respuesta en momentos críticos y tres claves para evitarlo

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¿Ser optimista garpa o es mejor abrazar el pesimismo y esperar lo peor? El normalcy bias, o sesgo de normalidad, es nuestra tendencia a subestimar que un hecho catastrófico o algo muy malo puede suceder, y sobrestimar que todo va a continuar más o menos de la misma manera.

Como cada lunes, nos encontramos en “No debí hacer eso”, un espacio donde abrimos la cocina de nuestras decisiones para conocer las razones detrás de cada una de ellas, aprender cuáles nos limitan y qué hacer para mejorarlas.

¿Cómo alguien puede no darse cuenta de que algo muy malo está por pasar? Mirá, hay una estafa que sucede bastante, que se llama el carding. Básicamente, es la duplicación de los datos de tu tarjeta de crédito. Te la duplican y te la empiezan a usar y gastar. Esto me pasó a mí hace muy poquito, y me di cuenta al ver que me llegaban consumos en mi tarjeta que yo no había hecho.

El sesgo de normalidad puede llevarnos a subestimar situaciones peligrosas como el fraude financiero e ignorar señales de advertencia claras que podrían prevenir un desastre en nuestras vidas y finanzas.
(Getty Images)
El sesgo de normalidad puede llevarnos a subestimar situaciones peligrosas como el fraude financiero e ignorar señales de advertencia claras que podrían prevenir un desastre en nuestras vidas y finanzas. (Getty Images)

Yo dije: “No, esto debe ser un error o debe ser un mail que llegó mal, o claramente, algo estaba pasando?”. Nunca pensé que podía ser una estafa, pero efectivamente lo era. Tardé un tiempo hasta decir: “Me deben haber duplicado la tarjeta”. Recién ahí llamé al banco, la cancelé y todo el dolor de cabeza que sucede después de eso.

Pero es muy común que frente a una tragedia o una situación muy mala, nuestra tendencia sea actuar como que nada está pasando, casi como que nos quedamos paralizados. En este caso fue con la tarjeta de crédito, pero puede pasar en muchísimas situaciones en nuestra vida.

Amanda Ripley publicó un artículo muy interesante en la revista Time, donde analiza cuáles son las reacciones que tienen las personas frente a una catástrofe, un desastre natural o una tragedia. Ella las agrupa en tres tipos de reacciones: la primera es huir. Básicamente, frente a una amenaza, un desastre, es tratar de escaparse lo más rápido que puedas. Es como que tu cuerpo tiene un shot de adrenalina, donde no sentís nada: no tenés hambre, cansancio, ganas de hacer pis ni de comer, nada. Simplemente, huís y tratás de salvarte de la situación.

Estudios psicológicos han demostrado que este sesgo nos hace creer que todo sigue igual, incluso frente a señales claras de peligro, lo que resulta en decisiones inadecuadas en situaciones de emergencia.
(Imagen Ilustrativa Infobae)
Estudios psicológicos han demostrado que este sesgo nos hace creer que todo sigue igual, incluso frente a señales claras de peligro, lo que resulta en decisiones inadecuadas en situaciones de emergencia. (Imagen Ilustrativa Infobae)

Otra reacción puede ser combatir: enfrentarlo. Si se está inundando tu casa, decidís agarrar una olla y empezar a sacar agua del lugar como sea. Y hay una tercera reacción que es paralizarte, que es mucho más común de lo que todos creemos. Frente a una amenaza o una catástrofe, quedamos casi inamovibles. Como que por dentro subestimamos lo que está pasando y por fuera ves una persona que no tiene reacción.

Amanda cuenta un caso muy particular en el artículo, de un barco que se hunde en el mar Báltico. Dice que estaban todos jugando y divirtiéndose en uno de los camarotes, dentro del barco, hasta que de golpe estaban todos del mismo lado del camarote y el barco no paraba de moverse. Se corta la luz y era obvio que estaba pasando algo realmente grave.

Mientras todo esto sucedía, lo interesante era ver las distintas dinámicas que se daban dentro de ese camarote: había una persona con entrenamiento militar, acostumbrada a este tipo de situaciones de emergencia, que lo que buscó fue de qué manera ir a la parte más alta del barco. Otros estaban medio desesperados, pero había un grupo que aún seguía jugando este juego de mesa como si nada estuviese sucediendo.

El sesgo de normalidad es un mecanismo de defensa que nos hace pensar que, pese a las señales de peligro, todo continúa de la misma manera.
(Imagen Ilustrativa Infobae)
El sesgo de normalidad es un mecanismo de defensa que nos hace pensar que, pese a las señales de peligro, todo continúa de la misma manera. (Imagen Ilustrativa Infobae)

El sesgo de normalidad es una traducción de esta misma sensación contradictoria: ves una amenaza clara, pero por dentro la subestimás, por fuera quedás paralizado. Como esa escena de Simba en El Rey León, cuando viene la estampida y se lleva puesta a su papá. Y él queda duro ahí, mirando lo que estaba pasando.

Esta tendencia a pensar que todo va a seguir igual, aunque haya señales claras de que algo realmente va a cambiar en el corto plazo, es muy común y responde a tres grandes mecanismos.

El primero es un mecanismo de defensa que tenemos nosotros como personas. Es muy normal que, justamente antes de racionalizar que vamos a enfrentar una amenaza, en un contexto de alta incertidumbre, tendamos a pensar que todo sigue más o menos igual para ignorar la ansiedad que genera la amenaza. En segundo lugar, tendemos a imitar cómo se comportan los demás. Si vemos que, justamente, quienes nos rodean están subestimando lo que está pasando, no se mueven o no cambian su comportamiento, es bastante probable que tendamos a comportarnos como se comportan ellos.

Este sesgo no solo afecta a individuos, sino que también influye en comunidades enteras que, al ver que otros no reaccionan ante una amenaza, subestiman el peligro y actúan como si nada sucediera, hasta que es tarde.
(Imagen Ilustrativa Infobae)
Este sesgo no solo afecta a individuos, sino que también influye en comunidades enteras que, al ver que otros no reaccionan ante una amenaza, subestiman el peligro y actúan como si nada sucediera, hasta que es tarde. (Imagen Ilustrativa Infobae)

Y en tercer lugar, somos optimistas 24x7: siempre pensamos que si algo malo va a suceder, es más probable que le suceda a otros que a nosotros. Nos pasa si andamos en bicicleta o en un auto, con respecto a la probabilidad de tener un accidente: creemos que tenemos todo bajo control y, en realidad, hay un montón de variables que pueden influir en que suceda un accidente que nosotros no controlamos. El sesgo de optimismo tiene una fuerza muy grande sobre el sesgo de normalidad.

Te cuento cómo se estudió este sesgo: en el año 1968, los psicólogos Bibb Latane y John Darley hicieron un experimento que se conoció como “humo en la sala”. Básicamente, invitaban a estudiantes a que sean parte de este experimento dentro de una sala.

En la sala había una mesa, sillas y el cuestionario. La gracia era que, en algunos casos, los estudiantes estaban solos en la sala y en otros casos con dos acompañantes. Pero los estudiantes no sabían que eran falsos y que eran parte del experimento.

El sesgo de normalidad puede llevar a subestimar la gravedad de un incendio o desastre natural, lo que retrasa las decisiones cruciales que podrían salvar vidas y bienes.
(Imagen Ilustrativa Infobae)
El sesgo de normalidad puede llevar a subestimar la gravedad de un incendio o desastre natural, lo que retrasa las decisiones cruciales que podrían salvar vidas y bienes. (Imagen Ilustrativa Infobae)

Todo eso para explorar la diferencia entre la reacción individual o cuando estás con otras personas frente a una emergencia. En este caso, humo. Cuando estaban respondiendo el formulario, iba ingresando humo dentro de la sala. Hubo un momento en que era realmente difícil poder ver y respirar. Lo interesante es ver los resultados, cómo reaccionaron las personas que estaban participando cuando estaban solos versus acompañados por estas dos personas que tenían estrictas instrucciones de ignorar el humo.

Así, cuando estaban solos, el 75% denunció a tiempo la presencia de humo en minutos. Cuando estaban acompañados por los actores, solamente el 10% denunció la presencia de humo. Eso sí que es “fingir demencia” a nivel Dios. El sesgo de normalidad nos hace subestimar estos cambios porque preferimos la comodidad de lo conocido y evitar todo lo que nos genera un cambio drástico.

Comprender el sesgo de normalidad es clave para mejorar nuestras decisiones en situaciones de crisis, lo que nos permite evaluar de manera realista los riesgos y escenarios alternativos.
(Imagen ilustrativa Infobae)
Comprender el sesgo de normalidad es clave para mejorar nuestras decisiones en situaciones de crisis, lo que nos permite evaluar de manera realista los riesgos y escenarios alternativos. (Imagen ilustrativa Infobae)

Por eso, te dejo como siempre tres tips para afrontar este sesgo:

  1. Evaluá más de una vez la situación. Normalmente, cuando volvemos a repensar algo, tenemos una nueva perspectiva.
  2. Evaluá de manera realista los riesgos y los costos que afrontás. Algo que te permita salir de esa situación de normalidad en la cual todos estamos atrapados. Antes de tomar una decisión, pregúntate: ¿qué podría salir mal? ¿Qué es lo peor que puede suceder? ¿Cuáles son los costos que pueden generarse y cómo los puedo afrontar?
  3. Pensá escenarios alternativos al que creés que es el más lógico o el más natural. De esa manera, vas a poder planificar mejor tu reacción y animarte a explorar nuevos escenarios.

*Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.

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