Hoy vamos a hablar de las cábalas. Cuáles funcionan y cuáles no. Spoiler: En realidad no sabemos cuáles funcionan y cuáles no, lo que sí estamos seguros es que tienen mucho menos impacto del que realmente creemos que tienen.
Bueno, esto se llama sesgo de ilusión de control o ilusión de control bias. Básicamente, es nuestra tendencia a creer que podemos controlar mucho más lo que sucede en nuestra vida y a nuestro alrededor de lo que en verdad somos capaces.
Como cada lunes, nos encontramos en “No debí hacer eso”, un espacio donde abrimos la cocina de nuestras decisiones para conocer las razones detrás de cada una de ellas, aprender cuáles nos limitan y qué hacer para mejorarlas.
Ya pasaron varios días desde que salimos bicampeones de América y todavía nadie te agradeció. Este país está lleno de ingratos. Fuiste al mismo lugar, al mismo sillón, con los mismos amigos, comiste lo mismo y, sin embargo, nadie todavía te llamó para decirte “che, gracias a vos salimos campeones”.
El tema de las cábalas no es si funcionan o no, el tema es que estamos realmente convencidos de que influyen en el resultado que estamos buscando. No importa si somos religiosos o no, ateos o supersticiosos. La realidad es que todos, de alguna manera, le atribuimos cierto impacto, cierto poder sobre nuestras vidas.
Por ejemplo, puede pasar que usás la misma remera para hacer lo mismo que te trajo suerte en algún momento de tu vida. Yo, por ejemplo, rendí todos mis exámenes en la facultad con la misma remera, que aún la tengo, una remera que lavé recién cuando me gradué. Un sucio bárbaro. ¿Y si desaprobaba algo? Por suerte nunca me pasó. Bueno, en ese caso hubiese sido culpa de que no usé la remera que tenía que usar y de la remera de la suerte.
Es completamente irracional. Pero nuestra cabeza funciona de esa manera. Tendemos a pensar que todo tiene una razón lógica, que hay una racionalidad detrás, un porqué, y no que las cosas suceden porque a veces son el producto de múltiples factores que se combinan.
Este sesgo nos muestra que no somos tan distintos de nuestros antepasados. Cuando bailaban y hacían danzas y cánticos para hacer que llueva. A pesar del avance de la ciencia y la tecnología, seguimos tomando decisiones basándonos en este tipo de intuiciones que tenemos o creencias que sostenemos que no tienen nada que ver con ser personas racionales.
Nos pasa que salir día a día de nuestras casas y ver que el mundo es caótico, desordenado, incierto, que suceden elementos completamente aleatorios puede ser muy agobiante. Es estresante, nos genera mucha incertidumbre, nos demandaría mucha energía y nuestra cabeza, de alguna manera, tiende a creer que somos capaces de ordenar lo que sucede a nuestro alrededor. Es casi una necesidad innata.
Pero además, esta ilusión de control se combina con otros sesgos, como el sesgo de optimismo o el principio de Pollyanna. Pollyana es por la niña del libro de Eleanor H. Porter, que siempre tenía una actitud positiva, resiliente y con perspectiva frente a la vida. Este sesgo de optimismo se aplica al mundo y a nosotros mismos. Creemos de alguna manera que siempre es más probables que recibamos cosas buenas que cosas malas. Sobrestimamos las cosas positivas y subestimamos los riesgos o las cosas negativas que nos pueden llegar a suceder.
Esto hace que tengamos una visión sobre el futuro que es realmente mucho mejor de lo que los elementos que nos rodean o podemos calcular. Por ejemplo, solemos prestar mucha más atención a información positiva que información negativa e incluso a momentos felices que a momentos que nos generaron angustia.
Este sesgo de optimismo potencia el sesgo de ilusión de control, porque de alguna manera nos hace sentir que estamos mucho más capacitados para influir sobre un resultado que encima, lo más probable, es que sea más positivo de lo que realmente es en la vida.
En 1975, Ellen Langer, una profesora de la Universidad de Harvard, hizo seis experimentos para entender el impacto y la profundidad que tiene el sesgo de ilusión de control. Dividió a los estudiantes en dos grupos. El estudio estaba focalizado en la elección de los boletos de lotería. A un grupo, le asignó los boletos de lotería de manera aleatoria y simplemente ella fue y le dijo “te tocan estos tickets”. A otro grupo le permitió que eligiera cuáles eran los números que querían, pero acá se vuelve interesante: Luego de hacer eso les dijo, “bueno, ahora quién está dispuesto a venderlo?” Y les pidió que le pongan un precio por el cual venderían ese ticket. ¿Qué creen que resultó? El grupo que decidió los números de su boleto de lotería, le puso un valor mucho más alto que el grupo al cual se los dieron aleatoriamente.
¿Por qué? Porque el grupo que eligió los números de su boleto sentía que tenía muchísimo más control y muchísimas más posibilidades de ganar, porque había elegido los números, respecto del otro al que le había sido asignado un boleto de manera aleatoria. El experimento de Langer es una muestra muy clara de lo poderoso que es el sesgo de ilusión de control sobre nuestra mente y cómo nos impacta en nuestras decisiones y percepciones, de forma que, a veces, ni siquiera nos damos cuenta.
Por eso es muy importante que ante distintas situaciones nos preguntemos “¿realmente tengo control sobre estos resultados o estoy siendo influenciado por la ilusión de control?”
Te paso tres tips para evitarlo:
- Hacer una lista de preguntas. Es clave que seas muy consciente sobre qué posibilidad tenés de influir sobre los resultados. Qué factores externos pueden afectar eso que estás buscando que suceda o no suceda. Si realmente hay algún escenario alternativo que no estás evaluando y que tiene una probabilidad de efectivamente suceder.
- Hablar con personas externas, expertos o personas de confianza que te den otra mirada. Siempre ayuda a tener perspectiva.
- Usá herramientas que te ayuden a tomar mejores decisiones, que te permitan evaluar riesgos. Por ejemplo, la matriz FODA (Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas), que es una manera muy clara de poner distancia y objetividad a la decisión que tenés que tomar.