Los hombres poco a poco se alejan de la meta genital (penetración) y cada vez más pueden disfrutar de toda la erótica. Y este cambio que les corre el foco de acción se debe a las mujeres ahora dicen y piden lo que les gusta, ayudando a que la experiencia sexual sea un compromiso de los dos.
La erótica no es de dominio masculino, se entreteje entre los deseos o acciones de ambas partes. Cuando los hombres comprenden este cambio de paradigma (que siempre debería haber sido así) la relación se vuelve más pareja y ellos sienten que el complacer solos a sus parejas ha sido una tarea desgastante, causa de estrés vincular y de disfunciones sexuales.
Los hombres que se entregan al juego erótico comienzan a preferir prácticas que los excitan y le dan el tiempo para dejar las preocupaciones de lado y adentrarse en el placer. Si bien muchas parejas no tienen tiempo para dedicarle a la intimidad, mantener el contacto cuerpo a cuerpo (no sexual) es fundamental.
Los cuerpos se “enfrían” cuando no se tocan, cuando no son estimulados. Los hombres que dejan de lado la creencia de que ellos son los que deben complacer a la mujer son los que convierten el encuentro erótico en disfrute pleno.
La heteronormatividad social (las creencias y pautas sociales y culturales que bajan línea sobre las orientaciones sexuales) dirige los cuerpos y la forma de sentir de hombres y mujeres. Cuestionarlas es el primer paso para salir del corsé y empezar a vivir la sexualidad con más libertad. Los hombres (y mujeres) que entienden que la genitalidad no es la meta, que existen muchas prácticas tanto o más disfrutables que el coito, se preocupan menos por la erección y disponen mejor sus cuerpos y sensaciones placenteras. Otro tema es el significado del bagaje de experiencias en el saber de los hombres.
Ellos creen que, porque han sido exitosos con algunas prácticas, lo seguirán siendo en los encuentros futuros. Y no es así. Cada pareja es diferente y el juego entre ambos se construye de a dos hasta crear un estilo de encuentro que tendrá acciones conocidas y otros no. Hay que aventurarse, probar, jugar.
Caricias y besos
Ambas son tan importantes como el cunnilingus o la felatio. La estimulación de los labios y de la mucosa oral induce un fuerte sentimiento de conexión. Cerrar los ojos durante el beso ayuda a concentrarse en las sensaciones que produce, condición necesaria para adentrarnos en la primera dirección que tiene el vínculo sexual: conectarnos con nosotros mismos.
La atención autoerótica en el adulto reproduce el desarrollo de la sexualidad desde el comienzo de la vida: descubro y reconozco mis placeres para luego abrirme al otro. En esta interacción dinámica entre uno mismo y el otro se basa todo vínculo sexual.
El refinamiento de la conexión incluye dar y recibir con un conjunto de prácticas que nos complace y complace al otro. Cuando se abandona este delicado equilibrio y la balanza orienta el fiel hacia los extremos, la conducta varía entre el egoísmo (estar centrado en el propio placer) y la necesidad por complacer (centrado en el placer del otro).
Las caricias por todo el cuerpo deben cambiar de intensidad a medida que el juego progresa y los niveles de excitación aumentan. Y como “sobre gustos no hay nada escrito” a algunos/as les gusta más suave, a otros más fuertes y están los que combinan las intensidades pasando del frenesí a la calma placentera.
Esta última opción permite encontrar pausas dentro del juego erótico sin perder nada de que se viene logrando, por el contrario, suavizar para brindar placer y rotar la experiencia para que cada uno disfrute de las sensaciones brindadas por el otro, es un recurso valioso.
Las caricias en los genitales recorriendo cada una de sus partes anatómicas introducen a los amantes en la dimensión de un goce alto. Dependerá de las habilidades de cada uno para convertir estas regiones del cuerpo en fuente de exquisito placer.
Para el hombre
Recorrer suavemente, primero con los dedos y luego con la mano, las diferentes partes de la región pelviana (la entrepierna) de la mujer, sugiriendo empezar de afuera hacia adentro: desde la cara interna de los muslos hasta los labios mayores, desde el abdomen hasta el monte de Venus.
Las caricias pueden acompañarse con besos en la boca, en el cuello, recorrer los senos, la areola mamaria y los pezones. La mujer puede invitar, con movimientos corporales, gemidos o palabras, a que el hombre permanezca en esa zona por el placer que le produce.
La lubricación femenina ayuda a recorrer los labios menores, el clítoris y a la exploración suave con los dedos del interior de la vagina. El clítoris debe ser estimulado desde la base y no desde la punta porque alta sensibilidad de la zona puede generar irritación.
El uso de lubricantes íntimos a base de agua, sean los comunes, o los que poseen L-arginina (son vasodilatadores y dan calor y mayor sensibilidad), ayudan al contacto, sobre todo en aquellas mujeres con problemas en la lubricación. La introducción de los dedos en la vagina, o un dildo (consolador), haciendo presión en la parte superior de la vagina puede provocar el orgasmo por acción sobre el punto G. No debemos olvidar la región de la nuca, la espalda, los glúteos y la parte dorsal de muslos y pies.
El ano también puede recibir los beneficios de las caricias. El esfínter y la mucosa anal están muy inervados, por cual su estimulación despierta sensaciones muy placenteras. El camino intermedio entre la vagina y el ano es también una zona del periné muy sensible a los estímulos táctiles y orales tanto en la mujer como en el hombre.
Para la mujer:
Escuchamos de muchas mujeres casadas o en pareja: “El no me besa”. Así como de ellos nos llega el clásico: “No quiere que le chupe las tetas, y ni hablar de pedirle que me chupe el pene”.
Cuando investigamos en detalle la intimidad de la relación sexual (semiología de la intimidad) nos damos cuenta de que las diferencias no solo asientan en inhibiciones personales, sino también, y en gran medida, en la revancha por no hacer lo que al otro le gusta: “si no me besas no te hago sexo oral”.
Una cosa trae la otra, sobre todo cuando en las relaciones sexuales se dirimen cuestiones de poder no pueden resolverse fuera de la cama. La cama puede convertirse en el Edén del placer (con manzana de la tentación incluida) o en un ring donde se ajustan temas de dominación y resistencia a la sumisión. En un escenario de acuerdo, tanto la mujer como el hombre, alternan sus roles para dar y recibir placer.
Ella puede montarse sobre él, besarlo, recorrer con la lengua su cara, cuello, tórax, abdomen, mientras sus dedos acarician los muslos hasta acercarse a los testículos y al pene.
Los hombres también tienen una alta sensibilidad en las tetillas, en las axilas, la cara interna de los muslos, etc. Es importante detenerse en esas zonas corporales y variar la presión y el ritmo para provocar distintas sensaciones. Más allá de la felatio y el recorrido genital, el intermedio entre los testículos y el ano puede generar mucho placer.
Para algunos hombres el ano es zona vedada al placer por la connotación homosexual que aún posee. No saben lo que se pierden por prejuiciosos y por sostener esa pauta absurda del machismo. Si la mujer se aventura en esos terrenos y el hombre permite tan grata intromisión, el placer obtenido puede ser superior a otras prácticas, tanto para el hombre como para la mujer.
¿Por qué digo esto? Por lo menos, existen dos motivos fundamentales: el goce que deriva de la sensibilidad de la región y la ruptura de un mito que ayuda a disipar las diferencias que interpone la virilidad a ultranza. La mujer que estimula a su hombre en el ano y este disfruta, debe tener también la “cabeza abierta” para no detenerse en falsas creencias. Vencer los mitos y prejuicios que se crean alrededor del sexo es el camino para arribar a un concepto más amplio: somos dos personas desnudas de todo ropaje celebrando el encuentro.