Definir a Javier Saiach en pocas palabras resulta complejo, ya que al escuchar su filosofía y, sobre todo, su historia, la conclusión es que este diseñador de moda nacido en Corrientes vivió varias vidas.
Algo está claro: el orgullo por sus orígenes, el recuerdo de su familia —especialmente de su madre, Yoli— y la resiliencia atraviesan todos sus proyectos. Así, con casi 25 años de trayectoria, Saiach está consolidado como uno de los favoritos de las celebridades en lo que concierne al diseño de alta costura y prêt-à-porter, entre otros rubros.
Uno de los secretos de su éxito, según reveló en una charla íntima con Infobae, es no olvidar su infancia o, más bien, su niño interior. “Soy un señor con alma de niño y acá estoy: sonriente, emotivo y fiel a mí mismo. Si no tuviera a ese niño adentro, no podría hacer lo que hago”, dijo. Y explicó de qué se trata, para él, mantener viva la llama de la niñez: “Se trata de ser fiel a tu felicidad y a tus sueños; esto es algo que aprendí en esta carrera y en estos años de vida, y considero que es el mejor y el único premio que te vas a llevar”.
Algo sabe Saiach de premios y reconocimientos, pues recibió de todo tipo, como el Martín Fierro de la Moda 2019 en la categoría Mejor Producción Desfile; cinco galardones al Mejor Diseño en los Martín Fierro; y el Premio a la Trayectoria Internacional otorgado por la Asociación Alta Costura de España. En 2020, vistió a Juana Viale durante su reemplazo de Mirtha Legrand, y ha creado diseños para figuras como Mariana Fabbiani, Valeria Mazza, Patricia Della Giovampaola, Pampita, Susana Giménez, y el icónico vestido de Juliana Awada para el G20 en la recepción del Teatro Colón, entre otros ejemplos.
“Hasta ahora, he sido un alumno sobresaliente. Al principio, me costó aceptar que era bueno y tenía esa falsa humildad de decir que era solo ‘uno de los buenos’. Una vez me hicieron una entrevista en Nueva York y me preguntaron si era el mejor diseñador argentino, a lo que respondí que no y que solo era uno de ellos. Entonces, una persona me miró y me dijo: ‘Mirá, Javier, acá el primer puesto es para uno, no para dos o tres”, evocó Saiach.
Aquella anécdota pinta de cuerpo entero la filosofía y la confianza actuales del diseñador. “Aprendí que puedo y que tengo que reconocer mi esfuerzo, que consistió en quedarme muchas noches sin dormir, conocer miles de almohadas de hoteles, perder amores o cumpleaños de familia. Sin embargo, así gané miles de otras cosas importantes, como el respeto a nivel internacional”, valoró.
Recuerdos familiares y reinvención
Tras la pandemia por el COVID, Saiach desafió a la pausa general de la humanidad y lanzó nuevas ideas y creaciones, entre ellas La Creyente, una línea pret-a-porter de lujo que homenajea a su madre, Yoli.
Así la recuerda el diseñador: “Mi mamá influyó 100% en mi trabajo y fue el gran amor de mi vida. Desde chico la veía y, para mí, era una mujer elegante a la que no le gustaban determinadas cosas, como el brillo, pero siempre tenía claro que debía destacar por algo diferente. Tenía ideas que me quedaron para siempre. Una de ellas, es que cuando algo está de moda, ya no es moda. A partir de eso, sin querer, aprendí muchísimo. Ella me marcó con pequeños secretos y me dio consejos icónicos que hoy son la base de mi carrera”.
“Mi mamá me impulsó a hacer todo lo posible y lo imposible para ser diferente. Me aconsejó que valore mi trabajo con buenos costos y me dijo que haga respetar mi nombre y mi apellido. Así, para mí, se convirtió en una religión. Esta religión consiste en ser honesto conmigo mismo. Hice mi camino solo y con mucho trabajo; no necesité invitar a alguien a tomar un café para que me hiciera una nota o me pusiera en un desfile”, destacó Saiach.
Al tiempo que remarcó, entre risas: “Soy nacido en Corrientes, criado en Paraguay y malcriado en Argentina. Soy una mezcla casi explosiva. Tengo el acento paraguayo y el modismo argentino, con el humor de la gente del interior y la picardía de querer seguir siempre adelante y nunca tener un techo”.
Con respecto a su padre, el diseñador tiene recuerdos que van y vienen entre la alegría y la tristeza. “Mi papá fue un señor muy simpático y muy amable, pero lamentablemente fue alcohólico y golpeador. Tuvimos momentos muy difíciles con él. Sin embargo, siempre utilicé una frase como muletilla: ‘Nadie le enseñó a ser papá'. Cuando no te enseñan a hacer algo, no te sale bien o no querés aprender. Sabía que él era un hombre demasiado bueno y hoy lo extraño un montón, porque me hizo conocer al segundo amor de mi vida, su esposa Margarita, quien fue como mi segunda mamá”, repasó.
Y siguió: “Mi mamá, Yoli, me dio la educación, la fe, la entereza, la moralidad y el tesón, pero Margarita me dio esa chispa de irreverencia, de arremeter contra el mundo y de querer ser alguien cueste lo que cueste”.
Para Saiach, hablar de su papá, en algún momento, fue complejo. “Antes te hubiese dicho que no quería hablar de él porque no era fácil para mí. Hoy, te digo que es lo que me tocó y le agradezco. Era muy simpático y un conquistador nato. Lo amaban los animales, entonces tan mala persona no era”, enfatizó.
Durante su juventud, Javier enfrentó el bullying en la escuela y, según evocó, cada obstáculo superado le dio la tenacidad y el coraje para reinventarse y seguir adelante: “Hoy en día eso está sanado, pero lo sané hace poco. Me pasó recientemente que me escribió una profesora de historia del colegio secundario y me mostró una carta de un ex compañero. En una parte del texto, habla ‘de ese compañero del que nos burlábamos y al que no dejábamos en paz. Hoy se convirtió en una persona sobresaliente y le pido disculpas desde mi lugar’. Cuando lo leí fue un alivio”.
¿Por que un alivio? “Porque cuando sufrís bullying de chico, llegás a creer que sos parte del error. Creés que tal vez si caminás o hablás o te referís de otra manera, o si tus chistes no son de una determinada forma, tenés que cambiar. Hoy, a los 51 años, puedo decir gracias a Dios que fui un chico con una adolescencia privilegiada y muy bendecida, más allá de que sufrí un montón por el bullying”, respondió Saiach.
Un diseñador autodidacta
Saiach se destaca en el mundo de la moda, entre otras cosas, por su enfoque autodidacta. Es que se formó en arquitectura y aprendió y progresó a través del ensayo y el error. “Mi formación de arquitecto influye constantemente. Es una carrera que tiene, en cierto modo, todo permitido. La mayoría de la gente que conozco en artes visuales, fotografía e, incluso, otros diseñadores o decoradores, tiene una formación en arquitectura. Eso te da la posibilidad de ser más atrevido y de demandarle locuras a la cabeza para empezar a investigar”, comentó.
“La arquitectura nació a través de la búsqueda del ‘abrigo’ de la persona ante las inclemencias. Empezó como una ropa del humano y yo terminé haciendo algo así: ropa para adornarse de una manera distinta y destacarse”, sostuvo el diseñador.
Así las cosas, sus líneas y colecciones han posicionado a Saiach como una firma global y le permitieron alcanzar un nuevo nivel de expansión con la inauguración de un concept store de lujo en Patio Bullrich.
“Este lugar fue pensado primeramente para la época de pandemia, cuando estábamos saliendo del ostracismo general. Decidí crear un lugar que, después de estar tan tranquilo, permitiera llegar a más gente. Antes, el estudio era básicamente solo de alta costura, y esta fue la propuesta de un pop-up con un principio y un fin. Ahora estamos llegando al final y salimos con todos los honores”, describió Saiach sobre este espacio.
Allí, se puede encontrar una variedad de ropa de lujo que abarca haute-couture, prêt-à-couture, prêt-à-porter y ropa para el hogar. Todo esto convive con muebles personalizados y vajilla seleccionada en anticuarios, creando un entorno exclusivo y diverso.
Motivado tras la pandemia, Javier amplió su repertorio de líneas e, incluso, impulsa a sus clientes a personalizar las prendas con sus propios modistas, luego de adquirir las telas, promoviendo una interacción única y personalizada con los productos de la tienda.
—Infobae: ¿Te quedan sueños por cumplir?
—Saiach: Sí, por supuesto. Ahora, estamos en un momento en el que queremos cerrar una etapa, la del pop-up, para comenzar otra, la de una maison propia. Estamos poniendo toda esa energía en ese debut que me encanta. Me encantan los desfiles, las nuevas colecciones y, por supuesto, hacer una nueva propuesta de lo que creemos que es la nouvelle couture. A través de viajes por el mundo durante este último tiempo, asumimos que la alta costura ya no está pegada a ese vestido tan formal y tan poco combinable. De la misma forma que se usa hoy la alta costura, también existen otros términos de venta en los que la ropa tiene que ser más inmediata.
También decidimos, entre otras cosas, empezar a dividir las líneas y comenzar con una nueva denominación llamada “Soy Nómade”. Hicimos el primer pop-up en Paraguay, en Asunción, bajo el marco de una mueblería internacional italiana que nos eligió para poder entrar en su sistema de diseño. El mundo se basa en las colaboraciones. A partir de eso, comenzamos a crear distintos pop-ups alrededor del mundo. Por eso se llama “Nómade”: podemos pesquisar cuál es el tipo de clienta, la franja etaria y el rango monetario en la que se quieren deslizar. Para nosotros, como siempre digo, esto no es solamente un sueño, sino también un negocio que tiene que funcionar.
—Cuando hablás de tu trabajo, hacés muchas referencias a tu crianza en el interior del país y en Asunción, Paraguay. ¿Qué importancia tienen tus orígenes en tu carrera?
—Ser del interior es un orgullo y lo llevo adentro. Justamente, ahora estamos haciendo un libro que se llama “El cuento que me cuento”, donde cuento —valga la redundancia— cómo decidí ser diseñador y todo lo que pasó en estos 24 años; lo positivo y lo negativo. Pero sobre todo, cuento lo que siempre pensé: yo era un chico del interior con una muy buena educación que siempre quiso ser famoso.
Cuando decía que quería ser famoso, a los cinco años, mi mamá me advertía: “Podés ser famoso porque asesinás o porque robás’. Yo le decía que iba a ser famoso y reconocido por mi trabajo. Posteriormente, cada vez que ella veía algo grande con mi nombre me decía que estaba cumpliendo lo que le había dicho.
—¿Cómo te llevás con el error?
—El error es una circunstancia de mi desatención. Nadie es matemáticamente perfecto. Uno trabaja para ser sobresaliente, no perfecto. Me cuesta mucho sacarme una nota baja y soy el primero en reconocerla. He terminado desfiles que para la crítica fueron espectaculares y yo lloraba en un rincón. Uno tiene que entender que trabaja en un mundo de humanos y que el error siempre va a estar. Lo bueno es tener la rapidez para subsanarlo, enmendarlo o rehacerlo y reconvertirlo.
—Las experiencias adversas de tu infancia y adolescencia, como por ejemplo el bullying, ¿repercuten de algún modo en la actualidad?
—Pienso, antes que nada, que he pasado por cinco o seis vidas. Si me preguntás si cambiaría algo, te digo que no. Tendría los mismos padres: mi mamá fue sobresaliente y mi viejo me enseñó mucho. Le agradezco a ese señor, mi papá, que intentó enmendar las cosas con simpatía y buenos momentos de cocina, porque cocinaba muy bien y hacía los mejores asados. A veces me pregunto si realmente él me conoció a mí. Me queda la fantasía de saber cuánto me conocía.
En su momento, las situaciones adversas como el bullying crearon muchas inseguridades y timidez. Yo no era tímido de chico y hoy lo soy en algunas cosas. Cuando salgo a la pasarela pienso: ¿me estarán mirando a mí? ¿Estarán admirando mi trabajo? Algunas cosas quedan, pero si me preguntás hoy, ese niño que sufrió bullying está sanado en un 80%, lo cual no es poco.
—¿Qué le dirías a ese niño si lo tuvieras enfrente?
—Que lo hizo bien, que sonrió mucho y que eso le ayudó a cambiar las cosas. Yo siempre decía que si reaccionaba mal de chico, iba a hacer que el problema fuera más grande. Hoy le agradezco a ese niño porque fue inteligente emocionalmente y no se agarró a las piñas. Le digo “gracias” porque su carácter me hizo conocer gente maravillosa que hoy me admira, aunque hoy, lamentablemente, mi familia es chiquita: ya no tengo a mi papá ni a mi mamá. De cualquier modo, si tuviera a ese niño pecoso, pelirrojo, con un ojo más grande que el otro, muy educado y encantador, lo abrazaría porque nunca nadie logró quebrarlo. No sé cómo, no sé de dónde sacó la fuerza, pero siguió adelante y, por eso, le digo ‘gracias’.
* Fotos: Alejandro Beltrame y archivo Javier Saiach