Ignorante, engreído, altanero, soberbio. Estoy hablando de todos nosotros cuando recién comenzamos una tarea, o cuando llevamos mucho tiempo haciéndola. Como cada lunes, nos encontramos en “No debí hacer eso”, un espacio donde abrimos la cocina de nuestras decisiones para conocer las razones detrás de cada una de ellas, aprender cuáles nos limitan y qué hacer para mejorarlas.
Este es el llamado efecto Dunning-Kruger: nuestra tendencia a sobreestimar la capacidad y el conocimiento que poseemos sobre un tema, del que probablemente sabemos poco y nada. Por ejemplo, cuando somos chicos y vemos a nuestros amigos andando en bicicleta, pensamos que es sencillo, pero recién 14 porrazos después nos damos cuenta de que lleva tiempo aprender.
Este fenómeno ocurre en todos los ámbitos, desde una carnicería, donde el que está empezando en el oficio se corta con el cuchillo, hasta una oficina, mandando un mail equivocado. Los principiantes sobreestiman sus capacidades y los expertos subestiman que la tienen clarísima comparado al común de la gente.
¿Por qué no podemos estimar correctamente cuáles son nuestras capacidades? Porque el efecto Dunning-Kruger es algo así como el perro que se muerde la cola y va en círculos. Cuando no sabemos de un tema, tampoco sabemos cómo detectar nuestras limitaciones.
Se generan puntos ciegos: no sabemos qué es lo que no sabemos, y como no lo sabemos, no podemos planificar adecuadamente lo que necesitamos aprender o entender para hacer bien el trabajo que se tiene que hacer.
Un ejemplo propio: al mudarnos a nuestro departamento actual, decidimos pintar nosotros mismos las paredes que estaban de un color salmón clarito espantoso. “Hagámoslo nosotros mismos”, dijimos, pensando que sería fácil y más barato. Incluso vimos tutoriales que te explicaban en un minuto todo lo que teníamos que hacer, comprar y preparar.
Cumplimos con todo al pie de la letra, pero, al empezar, nos dimos cuenta de que era mucho más difícil de lo que creíamos. Hacía falta más tiempo y más técnica, los brazos se nos cansaban, nos dolía el cuello y, hay que decirlo, no estaba quedando tan bien. Hoy, siete años después de mudarme, ¡sigo viendo esas manchitas o desbordes grises sobre el techo blanco!
¿Qué pasó? Subestimamos la complejidad del trabajo. No sabíamos lo suficiente sobre la preparación de las superficies, las técnicas correctas para pintar y la importancia de la paciencia y la precisión en cada paso.
El efecto Dunning-Kruger se potencia en las primeras etapas de aprendizaje de un tema. Cuando adquirimos los conocimientos básicos se genera una falsa sensación de competencia, haciéndonos creer que entendemos más de lo que estamos hablando. Como cuando preparas una materia para rendir, empezás a leer algunos de los textos y sentís que estás seguro para presentarte, pero en realidad cuando estudias un poco más te sentís mucho más expuesto de lo que creías.
La historia de este sesgo es realmente increíble. En 1995, dos ladrones entraron a robar un banco en Pittsburgh, Estados Unidos, y fueron directo a las cajas para asaltarlas. Las cámaras del banco captaron su imagen con claridad, ya que lo hicieron a cara descubierta. No contentos con este robo, fueron a otro banco cercano y repitieron su operación, nuevamente sin taparse la cara.
¿El resultado? En dos semanas los atraparon. Cuando los interrogaron para saber por qué hicieron lo que hicieron, McArthur Wheeler, uno de los ladrones, respondió que estaba seguro de que la cámara no iba a tomarlos.
Su fórmula secreta era el jugo de limón: Wheeler había probado que el jugo de limón desaparecía la tinta de una hoja. Eso le dio la idea de qué más podía hacer desaparecer con el limón, por lo que se sacó una foto con Polaroid con su cara bañada en jugo de limón y en el revelado no se vio. Suficiente para estar seguro de que las cámaras de seguridad no lo captarían.
Este fue el puntapié para que David Dunning y Justin Kruger, en 1999, quisieran investigar científicamente este sesgo. Para eso, reclutaron estudiantes para hacerles tres tipos de pruebas: una de razonamiento lógico, una de gramática y una de humor. Después de que estos estudiantes universitarios terminaron de hacer todos los exámenes, les hicieron una pregunta: ¿cómo crees que te fue en el examen? ¿Y cómo crees que te fue en relación con el promedio de los estudiantes que participaron en el experimento?
La encuesta mostró que aquellos estudiantes que obtenían el 25% de puntajes más bajos creían haberlo hecho mejor que el promedio. Y, al revés, los estudiantes que sacaron las mejores puntuaciones tendían a subestimarse un poco.
Lo que Dunning y Kruger concluyeron fue que cuando sos incompetente o inexperto en algo, no tienes las habilidades necesarias para reconocer tu propia incompetencia. Como si no tuvieras el conocimiento suficiente para saber lo que no sabes. En cambio, las personas competentes son más conscientes de las dificultades de la tarea y de sus propias limitaciones, por lo que tienden a ser más modestas en sus autoevaluaciones.
Ahora, viendo este podcast, crees que efectivamente entendés el efecto Dunning-Kruger y crees que a vos no te va a pasar. Pero probablemente te pase. Para enfrentar este sesgo, te dejo tres consejos:
- Pedí feedback: es muy importante estar abierto a la retroalimentación y escuchar críticas constructivas que te puedan ayudar a entender cuánto sabes o no de un tema.
- No sé: cada vez que arranques un tema nuevo, es importante que lo hagas con el mantra “no sé”. Es clave que practiques la humildad intelectual. Tenemos que manejar la incertidumbre y lograr entender todo lo que nos falta sobre un tema. Probablemente, cuanto más sepas sobre un tema, menos riesgos tengas de ignorar todo lo que te hace falta en esa área.
- Sé honesto con vos mismo. Es importante que, cuando arranques un proyecto nuevo, te puedas autoevaluar y ser autocrítico para ver, efectivamente, dónde estás parado en cada uno de los temas y qué es lo que podés hacer para seguir mejorando y aprendiendo.
*Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.