Posponés cosas que son importantes por otras. Estás corriendo hasta último momento por un laburo o hace días que venís pateando la tarea. Déjame que te diga dos cosas: primero, eso nos pasa a todos y, segundo, no es que sos vago, es que estás procrastinando. Como cada lunes, nos encontramos en “No debí hacer eso”, un espacio donde abrimos la cocina de nuestras decisiones para conocer las razones detrás de cada una de ellas, aprender cuáles nos limitan y qué hacer para mejorarlas.
Procrastinar es nuestra tendencia a “patear” cosas. Pero no es únicamente postergar, es decidir no tomar acción para algo en ese momento porque nos demanda concentración y esfuerzo y, en cambio, avanzar con tareas “más sencillas”. Todo esto ignorando que en el corto plazo nos va a generar una consecuencia. Es decir, no es únicamente dejar de hacer algo.
Te pongo un ejemplo: tenés que hacer algo, con una fecha clara. Pero, antes de ponerte a hacerlo, “recordás” que tenés que hacer otra cosa. Y de paso, empezás a recordar otras y otras. Cuando te das cuenta y te decidís a hacerlo, pasaron varios minutos en que hiciste un montón de cosas, pero no la que debías. Finalmente, cuando te decidís a hacerlo, llega el estrés y la culpa de haber “perdido” todo ese tiempo haciendo otras tareas y no la que tenías que hacer.
Todas las tareas que hacemos en este espacio de tiempo, antes de hacer la que efectivamente teníamos que hacer, no es que sean menos exigentes. Son tareas que requieren parte de nuestra energía, pero lo que no tienen es el estrés y la tensión que nos genera la que efectivamente teníamos que hacer.
Que sean tareas menos exigentes no significa que no requieran energía. No es que te pusiste a ver una serie o te acostaste a dormir la siesta. Entonces, muchas veces, cuando postergamos tareas, no lo hacemos por vagancia, sino porque, justamente, estamos evitando sentirnos de alguna manera o enfrentar esa actividad que nos genera tensión o incomodidad.
Lo particular de procrastinar es que no solamente somos conscientes de que estamos postergando una tarea que es importante, sino que además sabemos que es una mala idea; pero igual lo hacemos.
Entonces, si procrastinar no se debe a una falta de energía o a que no sabemos manejar nuestro tiempo, ¿a qué se debe? Es una forma de lidiar con emociones negativas, con sensaciones que nos hacen sentir mal, como: aburrimiento, ansiedad o porque, quizás, estamos sobrepasados con lo que tenemos que hacer.
¿Sabés qué es lo loco de esta situación? Postergamos estas acciones para evitar sentirnos mal, pero finalmente no sentimos peor porque están pendientes de que las resolvamos y, probablemente, cuando nos sentemos a hacerlas, incluso, vamos a estar en una peor condición porque perdimos tiempo. Al procrastinar entran en acción sesgos de los que ya hablamos previamente, como el sesgo del presente y el sesgo del optimismo.
Para investigar esta cuestión, la científica Tali Sharot realizó un experimento en Londres, en 2011. Básicamente, quería ver cómo las personas estimaban la probabilidad de que cosas buenas, o malas, les pasen. ¿Qué hizo? Les dio a los participantes una serie de elementos para que estimen si algo podría suceder, o no; y con qué frecuencia.
Para ayudarlos a hacer la estimación les dio, además, referencias de como algunos eventos sucedían en personas dentro de su segmento etario y de sus características, como para que tengan un criterio objetivo. Por ejemplo, se les contó que el 20% de las personas de su grupo de género y edad sufrieron accidentes de tránsito.
Los resultados del experimento fueron reveladores. ¿Qué sucedió? Los participantes tendieron a sobreestimar la posibilidad de que cosas buenas le sucedan, por ejemplo que los promocionen el laburo. En cambio, subestimaron la probabilidad de que las cosas malas, efectivamente, les pasen a ellos.
¿Qué quieren decir estos resultados? Que estamos hechos, desde fábrica, para tomar gratificación inmediata de las cosas que se nos presenten y, además, a ser extremadamente optimistas sobre los hechos que pueden sucedernos en nuestro futuro. Todo esto, por supuesto, potencia a la procrastinación.
¿Por qué esto es importante? Porque procrastinar nos da un alivio momentáneo y nos hace sentir bien, pero lo peor es que puede llegar a convertirse en un hábito. ¿Y qué pasa si esto ocurre? No solamente va a afectar nuestra productividad diaria, sino que, también, puede tener un impacto importante nuestra salud mental y física.
Si vos también procrastinás, te dejo tres tips para intentar ganarle:
- Hacele trampa a tu cerebro: es muy importante que el contexto juegue a tu favor y que vos puedas generar un entorno que te ayude. Si te sentás en la compu, no abras las redes sociales y dejá el celular lo más lejos posible, o bloquea las notificaciones en la pantalla. Esto evita que te distraigas ante cualquier mensaje que recibas.
- La motivación es amiga de la acción: si vas a enfrentar una tarea difícil que te genera ansiedad, y también aburrimiento, una opción es buscar qué partes son más fáciles de resolver para darte ánimo y entusiasmos. Si vas a limpiar tu casa, por ejemplo, no arranques por el baño, empezá acomodando los almohadones, el sillón o barriendo bajo en la mesa. Algo que te haga sentir un poco mejor y de esa manera enfrentás todo lo que te queda.
- No seas tan duro con vos mismo: la procrastinación tiene mucho más que ver con las emociones, que con que seas un vago. Entonces, si efectivamente te cuesta hacer algo y los pateaste, cuando lo hagas, trata de dejar la culpa de lado, porque si la mantenés, eso solamente va a hacer que sigas procrastinando y te sientas peor al momento enfrentar tu tarea.
*Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.