Por qué cuando gana nuestro equipo, es justo y merecido, pero cuando gana el opositor claramente no lo es. Todos creemos que el resto tiene favoritos, tiene preferidos; pero nosotros somos justos y equitativos. Esto se llama el sesgo de intragrupo, endogrupal o in-group bias, en inglés. Como cada lunes, nos encontramos en “No debí hacer eso”, un espacio donde abrimos la cocina de nuestras decisiones para conocer las razones detrás de cada una de ellas, aprender cuáles nos limitan y qué hacer para mejorarlas.
Este sesgo se traduce en que cada vez pensamos en nuestros propios compañeros o nuestro grupo en el cual nos sentimos parte, nuestro tratamiento es preferencial, por más que nos cueste aceptarlo.
Un ejemplo, imaginate que sos parte de un grupo de estudio en la facultad y, de golpe, tenés que incorporar un nuevo compañero. Tenés dos opciones: uno es un “bocho”, que sabes qué la rompe toda; y el otro es tu amigo, con el que salís a bailar, con el que practicás algún deporte y que, incluso, quizás hasta conocés desde la escuela. ¿Cuál creés que vas a elegir? Finalmente, vas a elegir a tu amigo de toda la vida, aunque sepas que puede ser medio vago.
Esto que parece una decisión inofensiva en este contexto, te terminó llevando a una decisión que no es la más óptima para el grupo, porque probablemente el “bocho” te hubiese ayudado mucho más a tener mejores resultados. En el ejemplo, claramente, lo óptimo era elegir al “bocho” y no a tu amigo de fiesta, pero tu cerebro te hizo elegir al otro.
Pero, ¿cómo influye este sesgo cuando tenemos a otro grupo enfrente? En la década de 1950, Muzafer Sherif hizo un experimento revelador. Contó con la participación de 22 chicos, agrupados en dos grupos: los Eagles y los Rattlers. Básicamente, las águilas y las serpientes de cascabel. Cada uno de estos no sabía de la existencia del otro, todos los participantes eran desconocidos y con un nivel socioeconómico similar.
Al principio, estos grupos de manera independiente eligieron sus propios líderes, generaron sus propias pautas de comportamiento y su propia identidad grupal. Al cabo de unos días, Sherif enfrentó a los grupos, que hasta ese momento no se conocían, y empezó a hacer que compitan por distintas actividades.
El nivel de agresividad entre los dos grupos se fue incrementando, a punto tal, que un grupo le prendió fuego a la bandera del otro, hubo ataques a cabañas o incluso se robaron comida. Aunque generó polémica, el estudio de Sherif todavía se considera una demostración aterradora de cómo la identidad de grupo puede empujarnos a comportamientos horribles.
Existen varias teorías que explican cómo funciona este sesgo. Una de las más reconocidas es la de Henri Tajfel y es la teoría de la identidad social. Él dice que todos tenemos una necesidad casi innata de pertenecer a distintos grupos y una vez que pertenecemos, eso afecta la manera en qué nos vemos a nosotros mismos y a los demás.
Imaginá que tenés dos tipos de identidades: una es tu personalidad propia, tu hobby, tus gustos, lo que te define a vos como persona. La otra es tu identidad social, que es algo más grande a lo cual pertenecés, puede ser una religión, un equipo de futbol, o una nacionalidad.
Te pongo un ejemplo: Tenes 30 años, te gusta salir a comer y no te gusta cuando te hablen cuando te levantas. Esa es tu identidad personal. Además, sos argentino o argentina y sos hincha de River. Esa es tu identidad grupal. Vos sabés que hay muchos más matices en quién sos, pero a grosso modo te categorizas así, como una combinación de esas dos identidades.
Y de la misma manera que te clasificás a vos, clasificas a los demás. Es un proceso automático e inconsciente que funciona en nuestra cabeza. Lo que Tajfel dice es que lo que tendemos a hacer es: para sentirnos bien con nosotros mismos, nos comparamos con los demás y al hacerlo nos decimos: “Lo nuestro siempre es mejor, siempre funciona de una mejor manera”.
Ahora, vos me podés preguntar: ¿es tan grave que elija a mis amigos por sobre los demás o a mi grupo por sobre cualquier otro? Lo que pasa es que nuestra tendencia a favorecer a los miembros de nuestro grupo puede llevarnos a tratar injustamente a los de afuera y a hacer cosas que realmente no estamos convencidos solo por lealtad a nuestra tribu.
Por eso, tres consejos para evitar caer en este sesgo:
- Promové el contacto entre grupos diferentes. Siempre es más cómodo relacionarnos con personas que se parecen a nosotros, que tienen nuestros gustos, que van a los lugares que nosotros vamos. Rompé con eso y tratá de vincularte con personas distintas. Hay miles de oportunidades que tenés día a día para poder hacerlo: con quién jugás al futbol, con quién armas grupos en la universidad o la escuela. Incomodate, llevate a ese lugar donde te permita conocer a otras personas.
- Desafiá los estereotipos, que son prejuicios generalizados sobre los demás. Tenemos que incomodarnos tratando de entender cómo piensa el otro, desde sus zapatos, una situación. Si logramos hacer eso, tomamos perspectiva.
- Establecé reglas claras siempre. Cuando estés en una posición de poder, ya sea porque estás a cargo del jurado de comida en la ONG en la que aportás o en tu laburo, dónde sea, establecé reglas claras, esto te va a evitar que seas víctima de este tipo de sesgos y que no seas todo el objetivo que tendrías que ser en esa situación.
*Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.