Cuando vos hacés algo mal, la culpa es del otro, pero cuando otra persona hace algo mal, esa persona es la peor. Eso que te pasa a vos, nos pasa a todos y se llama error de atribución fundamental. Como cada lunes, nos encontramos en “No debí hacer eso”, un espacio donde abrimos la cocina de nuestras decisiones para conocer las razones detrás de cada una de ellas, aprender cuáles nos limitan y qué hacer para mejorarlas.
De lo que hablamos es, básicamente, de asumir que el comportamiento de alguien está completamente determinado por su personalidad, sin tener en cuenta el contexto ni la situación en la que se encuentra.
Un ejemplo típico es la llegada tarde. Cuando somos nosotros los que nos demoramos, ponemos todo tipo de excusas: el colectivo, el tránsito, el corte. Ahora, cuando es otra persona, por dentro seguramente pensamos que fue su culpa por quedarse dormido o salir tarde.
Lo cierto es que somos indulgentes con nosotros mismos, pero despiadados con los otros. Internamente, estamos convencidos de que la personalidad de los demás es decisiva en sus acciones y el contexto casi que no influye, mientras que en nuestro caso creemos que es exactamente al revés.
Pero eso no es todo, se pone peor. Al error de atribución fundamental tenemos que sumarle el llamado self-serving bias o sesgo de interés personal. Básicamente, cualquier gol que metamos, cualquier éxito o cosa que nos sale bien, la relacionamos con que nos rompimos el lomo, con nuestras habilidades, competencias o capacidad. En resumidas cuentas, pensamos: lo hicimos todo.
Ahora, cuando algo nos sale mal, la culpa casi siempre es del otro o se lo atribuimos a factores externos, como mala suerte o circunstancias complicadas.
¿Esto quiere decir que nos resulta imposible ponernos en el lugar del otro? No, pero nuestra tendencia natural es no hacerlo.
¿Cuándo es más probable que este sesgo se active? Cuando vemos situaciones inmorales. Por ejemplo, como fumar en lugares que está prohibido, presenciar esto automáticamente nos dispara este comportamiento.
Pero, ¿qué pasa si nos forzamos un poquito más y vamos a situaciones que no están claras sobre qué es lo correcto y lo incorrecto?
Uno de los experimentos más importantes que tiene la psicología social es justamente sobre este sesgo. Realizado en la Universidad de Stanford, tuvo resultados que son realmente shockeantes hasta el día de hoy. El trabajo lo hizo Philip Zimbardo, en 1971.
Para realizarlo, convirtió el sótano del edificio de Psicología de la Universidad de Stanford en una cárcel, y decidió hacer un gran experimento convocando a alumnos que quieran ser voluntarios.
Se anotaron 70 alumnos y se les ofreció pagarle 15 dólares por día para ser parte del experimento. De esos 70 alumnos, 24 fueron seleccionados y se los dividió en dos grupos de 12: la primera mitad iban a ser prisioneros y la otra, guardiacárceles. La elección fue completamente aleatoria.
En este experimento, los guardias recibieron: uniforme, anteojos de sol para no ver a los ojos directamente a los supuestos prisioneros y una cachiporra. Pero tenían prohibido usar la fuerza física. En tanto, los prisioneros vestían camisolines y un número, con el cual podían identificarlos. Nada de nombres propios.
La tarea era muy simple: los guardiacárceles tenían que cuidar a los prisioneros durante una determinada cantidad de días, pero las cosas se fueron de control rápidamente. Entre las primeras situaciones que se empezaron a observar, los guardiacárceles preferían quedarse haciendo horas extra en la supuesta unidad penitenciaria, en lugar de volverse a su casa, dado el placer que les daba el rol que desempeñaban.
Otra de las cosas que se observaron es, justamente, la comprobación de este sesgo del que estamos hablando, el error de atribución fundamental. Es decir, el poder que tuvo el contexto en el comportamiento tanto de los guardiacárceles como de los prisioneros. La pregunta es: ¿si ponés una persona buena en un lugar malo, triunfa la bondad o el lugar los corrompe?
El experimento nos muestra que el contexto tiene todo que ver. Pero, ¿cuál es el motivo? ¿Por qué somos propensos a caer en este sesgo una y otra vez? Una de las razones es que, cuando nos falta información, tendemos a completarla como sea. Es como una especie de rompecabezas al que le falta información y que, en muchos casos, completamos con prejuicios.
Ahora, incluso cuando tenemos la información frente a nuestros ojos, podemos ignorarla y seguir bajo los efectos del sesgo. Algunas razones para esto son, primero, que para analizar el contexto hace falta esfuerzo. Tenemos recursos cognitivos limitados y a nuestro cerebro le gusta ahorrar energía siempre que puede.
Además, nuestro estado de ánimo también influye: estar de buen humor puede hacernos procesar nuestro entorno de una manera más relajada, haciéndonos más susceptibles a tomar atajos mentales.
Combatirlo cuesta como siempre, pero intentarlo es casi gratis. Es por eso que, para enfrentarlo, te comparto tres tips:
- Siempre es fácil culpar a otros cuando no nos gusta su actitud o su comportamiento, pero es mucho más difícil sostenerlo cuando nos ponemos en los zapatos de la otra persona. Por eso, antes de juzgar el comportamiento de alguien, tratá de considerar las circunstancias en las que se encuentra. Sé agradecido, y usa eso como una buena excusa para conocer a otros.
- Pensá alternativas que puedan explicar por qué se comportó de esa manera. Esta simple pregunta ayuda a clarificar el comportamiento, porque más de una vez vemos solamente la punta del iceberg.
- Enfocate en lo positivo. Tené siempre presente las cosas buenas de esa persona cuando hace algo que te molesta. Hacé una lista de cinco cualidades positivas que tenga para poder tomar perspectiva, entender la complejidad de la situación y ayudarte, día a día, a generar mejores vínculos con quienes te rodean.
*Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.