¿Qué tienen en común hacer la fila en el supermercado, usar preservativos o ceder el asiento en el colectivo? La respuesta está en las normas sociales. Como cada lunes, nos encontramos en “No debí hacer eso”, un espacio donde abrimos la cocina de nuestras decisiones para conocer las razones detrás de cada una de ellas, aprender cuáles nos limitan y qué hacer para mejorarlas.
Hasta ahora, en este podcast hablamos de sesgos que todos nosotros tenemos, pero en términos individuales. Es decir, que operan de manera distinta en cada uno de nosotros. Hoy vamos a hablar de algo muy particular, casi extremo, que es un sesgo que funciona de manera colectiva. Por las dudas, te aclaro: no es un esquema Ponzi y tampoco es una estafa piramidal. Son las llamadas normas sociales.
Te pongo un ejemplo: hay dos pececitos en el agua, dentro en una pecera. Se acerca un pez más grande y les dice: “Chicos, ¿cómo está el agua?”. Los peces lo miran raro, se van nadando. Sin embargo, uno le pregunta al otro: “¿Qué es el agua?”.
Las normas sociales son como el agua, algo que está ahí, entre nosotros, pero que no vemos. Sin embargo, no todos los países tienen las mismas normas sociales.
Por ejemplo, en Argentina eructar después de comer está mal visto. En otros países, es un gesto que señala que te gustó la comida. Pedirle a alguien que se saque las zapatillas para entrar a tu casa es raro, pero en otros países está mal que entres con ellas.
Las normas sociales no cambian solo por países, sino también por época, región, comunidad y hasta edades. Las normas de un adolescente de 15 años no son las mismas que las de su abuelo de 80, y las normas de un pueblo rural de 700 habitantes como Rafael Obligado, donde yo nací, no son las mismas que las de Capital Federal.
Claramente, son otros códigos, pero ¿por qué actuamos de esta manera? Podríamos decir que es para seguir las normas de convivencia de nuestra sociedad. Por eso, cedemos el asiento en el colectivo, hacemos la fila en el supermercado y tiramos la basura en el tacho. Buscamos, a fin de cuentas, convivir en paz.
En realidad, esta necesidad de acatar estas normas está dentro de nuestro sistema operativo desde siempre. Es parte de nuestra evolución como seres sociales que somos los humanos. Tememos el rechazo de nuestros prójimos y, por eso, buscamos su contacto. Pero, además de ser parte de la vida en sociedad, estas acciones son una manera de fomentar la cooperación, algo clave para la supervivencia de nuestra especie. Trabajando en conjunto, las personas pudieron cazar animales más grandes, defenderse de los enemigos, compartir recursos, conocimientos y experiencias que cada uno iba acumulando a lo largo de la historia.
Y también hay una dimensión afectiva de acatar estas normas sociales: nuestra necesidad de pertenecer y ser parte de un grupo en el cual nos sentimos referenciados, porque además hay una necesidad afectiva de cercanía, que está tan arraigada en nosotros como respirar o comer.
Esto no significa que hay que hacer lo que sea para encajar o para pertenecer. Pero sí saber que nuestra necesidad de conexión es tan poderosa que incluso hay varios estudios que demuestran que por “pertenecer” podemos hacer cosas perjudiciales para la salud.
Un ejemplo de esto es el caso de cómo se usó la teoría de normas sociales para reducir las ETS (enfermedades de transmisión sexual) y el embarazo adolescente. A principios de siglo, se realizó un experimento en cuatro campus universitarios de Estados Unidos. El objetivo principal fue aumentar la conciencia sobre la importancia de utilizar preservativos durante las relaciones sexuales.
¿Qué ocurría? La mayoría de los estudiantes de los campus que participaban del estudio creían que sus compañeros no se cuidaban al tener relaciones y, por eso, no usaban preservativos “para pertenecer”.
El estudio, que duró 9 meses, buscó romper con esa creencia, empleando diversas campañas que incluyeron con afiches en los pasillos, folletos, lapiceras y hasta pins para divulgar que, efectivamente, sí utilizaban preservativos durante las relaciones sexuales.
Esta creencia se desmontó utilizando datos concretos. Efectivamente, después del experimento, el uso de preservativos, según las mediciones realizadas, comenzó a aumentar. Así quedó en evidencia que seguir ciegamente las normas sociales puede llegar a paralizarnos, bloquearnos o perjudicarnos.
En tanto, hace un par de años se hizo un experimento muy importante llamado: “El experimento de Asch”, que trataba de demostrar que muchas veces las personas niegan algo que es sumamente obvio y, con tal de pertenecer a un grupo, cambian su opinión.
¿De qué se trataba el experimento? A las personas se les hacía elegir entre tres líneas que se les mostraba, ya que se les preguntaba cuál era la más parecida a una que se les había brindado como ejemplo. La respuesta podía parecer obvia, pero había un truco: todos los participantes eran falsos, salvo una persona, y los primeros hablaban antes de que esta persona lo hiciera. ¿Qué decían? Señalaban una línea que no era la correcta.
¿Cuál fue el resultado? Tres de cada cuatro participantes terminaron conformando al resto del grupo, negando algo que era obvio frente a sus ojos. Por eso, para lidiar mejor con el peso que tienen las normas sociales, te dejo tres tips:
- Probá el equipo rojo o abogado del diablo: cuando se toman decisiones, es importante que haya una persona que tenga este rol de equipo rojo, que básicamente es pensar cuáles son las críticas o qué puede salir mal con lo que estamos haciendo.
- Practicá ser menos convencional, paso a paso. Por ejemplo, vas a comer con tus amigos y todos piden postre (y vos no querés pedir postre), no lo pidas. Si querés que tu escritorio esté ordenado, límpialo aunque los del resto sean un desastre. Estas son las pequeñas cosas que nos permiten pararnos mejor frente al resto.
- Animate a pensar fuera de la caja y a desarrollar tu propio pensamiento crítico. Anímate a conocer otras culturas o personas que vienen con distintos bagajes. Este comportamiento nos vuelve mucho más ricos y nos permite cuestionar la manera en que nos comportamos.
*Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.