Si te doy elegir entre una buena noticia y una mala, ¿por cuál optás? La respuesta parece obvia. ¿Pero si son dos malas noticias? Como cada lunes, nos encontramos en “No debí hacer eso”, un espacio donde abrimos la cocina de nuestras decisiones para conocer las razones detrás de cada una de ellas, aprender cuáles nos limitan y qué hacer para mejorarlas.
En esta oportunidad vamos a hablar sobre un comportamiento que es común a todos y que, en resumidas cuentas, puede quedar en evidencia cuando llega la factura de luz y tardamos días en abrirla para enterarnos cuánto gastamos. Se trata de un sesgo que nos hace alejar de las malas noticias, incluso cuando esa decisión termina empeorando la situación.
Hoy vamos a hablar del “efecto avestruz” o aversión a la información. Un sesgo que nos lleva a evitar cualquier tipo de información que podemos considerar mala para nosotros. Y, como en casi todos los sesgos que vemos en este podcast, te diría que es justamente lo opuesto a lo que el sentido común establece como racional. Lo lógico sería que, cuanto antes nos enteremos de lo malo y más información tengamos, es más fácil decidir e intervenir, pero preferimos evitar estas noticias.
El nombre de este sesgo proviene del mito de que las avestruces, ante el menor signo de peligro, meten su cabeza dentro de la arena. El origen de este concepto surge a principios de los 2000, cuando los investigadores Dan Galai y Orly Sade lo usaron para describir a aquellos que evitan conocer el riesgo de determinadas decisiones.
¿Cómo lo identificaron? Analizaron el comportamiento de asesores financieros, quienes chequeaban la evolución de sus portfolios cuando las acciones estaban en alza y había más rendimiento. Sin embargo, cuando los rendimientos empezaban a caer y los valores descendían, lo hacían cada vez menos. Justamente, cuando más necesitaban estar alertas para tomar decisiones, ellos preferían no hacerlo.
En nuestra vida cotidiana también nos afecta. En particular, en temas que pueden tener consecuencias graves, como revisar los resultados de un estudio médico o atender los primeros síntomas de una enfermedad.
¿Por qué hacemos esto entonces? Cuando vamos al cine a ver una película de terror, desde que sacamos la entrada sabemos que va a haber muertes y sangre, pero igual cuando llega el momento del hacha no queremos mirar. Algo parecido sucede con el efecto avestruz: intuimos que se viene algo que no nos gusta y tratamos de evitarlo.
Hay varios sesgos que se entremezclan y que explican esta actitud de enterrar la cabeza para no recibir información que consideramos mala.
En primer lugar, los seres humanos somos optimistas por naturaleza, creemos que las cosas siempre van a estar bien. Este es el sesgo de optimismo. El segundo es el de disonancia cognitiva, que es que recibir información que no está de acuerdo con lo que nosotros creíamos nos genera malestar físico, psíquico y emocional. Y, además, el efecto de avestruz se alimenta de nuestro ego.
El ego es clave para no escuchar nada que no nos gusta, principalmente de nosotros mismos. Pero hay más. El efecto avestruz también se alimenta de nuestra aversión a la pérdida, de la cual hablamos en el primer episodio, y hace referencia a que tratamos de evitar una pérdida material o emocional. Y, por el efecto de procrastinación, de patear todo y esperar hasta mañana, se genera un combo explosivo.
En 2007, un estudio en el distrito de Banke (Nepal), una de las regiones más desarrolladas del país en la frontera con la India, convocaron a más de 300 personas que tenían síntomas de tuberculosis a participar de un experimento que buscaba responder una pregunta: ¿cuánto tarda un paciente con síntomas en ir buscar la confirmación de la enfermedad y empezar el tratamiento?
Los resultados fueron categóricos: los que no fumaban tardaron en promedio treinta días; mientras que los fumadores tardaron el doble. En promedio se tomaron sesenta días para ir al médico para comenzar con el tratamiento. ¿La razón? El diagnóstico de la tuberculosis era malo para todos, pero era peor para los fumadores, que iban a tener que cambiar sus hábitos.
Entonces, ¿por qué es importante conocer este sesgo? Primero, si no lo corregimos, perdemos la oportunidad de mejorar. También de implementar algún plan correctivo de nuestros gastos. Y, por último, si no corregimos este sesgo, es muy difícil cambiar hábitos para ayudarnos a sentirnos mejor con nosotros mismos.
Te sumo un dato más para terminar de pulverizar el mito del avestruz: no entierra la cabeza en la arena, simplemente la agacha astutamente para pasar desapercibido en el contexto.
Para cerrar, tres tips para que no escondas la cabeza:
- Enfocate siempre en el panorama general, tratando de tomar perspectiva del momento. Eso nos puede ayudar a compensar el dolor de recibir información desagradable. Hacernos cargo de las facturas y ver cuánto vino es feo, pero es clave si nuestro objetivo a largo plazo es equilibrar nuestras cuentas, y así poder ahorrar un poco para nuestras próximas vacaciones.
- Tenés que reconocer lo que estás sintiendo y saber que sos víctima del sesgo de avestruz. Hay distintas herramientas que te pueden ayudar a bajar el nivel de ansiedad y sensibilidad.
- Recordá que tenés capacidad de acción. Armá un buen plan de trabajo para afrontar esa situación que te abruma. Hacerlo por partes si no podés abordarlo todo al mismo tiempo. Segmentalo, definí los objetivos y avanzá día a día. Incluso es bueno preguntarse qué le aconsejarías a un amigo que está en esta situación que estamos hoy.
*Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.