Willy tiene dos tabletas: una con protector verde y otra con protector azul. Una de las tabletas debe estar siempre en proceso de carga de la batería, porque para él esa pantalla tiene la misma materialidad perenne de la piscinita pelotero que le encanta. Si la tableta con la que juega se queda sin batería, el niño se acerca al adulto que tenga a mano, se la extiende y le pide la otra: “¡Vede!” o “Sul”. La piscinita pelotero está siempre ahí, y la pantalla también, pasando de una tableta a la otra.
Willy nació dos semanas antes de que la pandemia de COVID-19 llegara hasta la ciudad donde vive: en su biografía queda esa marca de contacto temprano con un gran acontecimiento global. Pero antes de entrar a la escuela ya ha vivido otro: en noviembre de 2022 OpenAI presentó públicamente su plataforma de inteligencia artificial (IA) generativa y aceleró la popularización de esta tecnología.
Esos hechos hacen de Willy un niño típico de la generación Alfa, la primera que crecerá no ya como nativa digital sino como integrada a las habilidades de generación de los modelos preentrenados como ChatGPT, Claude, Gemini, Perplexity o Bing AI. La inteligencia artificial será parte de su educación, de su cuidado de la salud, de su socialización.
Y si Willy, que vive en una economía desarrollada, hubiera nacido en un país pobre, se encontraría en el extremo opuesto de la mayor brecha digital hasta el momento, con consecuencias difíciles de estimar.
ChatGPT es la tecnología que más velozmente se masificó hasta el momento: el teléfono demoró 75 años en llegar a 50 millones de personas y Facebook, menos de cuatro; Twitter tardó más de cinco años en llegar a 100 millones, y el chatbot de OpenAI, dos meses. Si desde la imprenta la tecnología ha moldeado a las generaciones más que algunos eventos históricos, quizá con excepciones como las guerras mundiales, es difícil imaginar que los niños de la inteligencia artificial sean la excepción.
Estos niños, la generación Alfa, según la clasificación del consultor australiano Mark McCrindle, no sabrá qué era un pager, ni la guía amarilla, ni el Blackberry, ni las tarjetas bancarias ni MySpace, pero será la más numerosa hasta el momento. Nacidos entre 2010 y 2025 (los más grandes entran en la adolescencia, los más jóvenes ni siquiera son proyecto hoy), llegarán a casi 2.500 millones de personas.
¿Qué impacto tendrá en los niños la crianza con IA?
“Todas las transformaciones surgidas para mejorar las capacidades y las percepciones humanas, para expandir los sentidos, han tenido un impacto enorme en los seres humanos, y esta tecnología también lo va a tener, con seguridad. Enorme”, subrayó el psiquiatra y psicoanalista Harry Campos Cervera. Y esa enormidad, estima, tendrá dos direcciones muy diferentes.
“Creo que va a tener un impacto muy positivo en la expansión de la inteligencia. Hay gente que piensa que nos va a atrofiar la inteligencia pero, al contrario, creo que así como el microscopio ayudó a que la vista se expanda, y esta expansión permitió que los seres humanos sacáramos conclusiones enormes sobre cosas que antes no podíamos siquiera imaginar —por ejemplo, el microscopio electrónico permitió el desarrollo de la biología molecular— seguramente la IA va a expandir nuestra inteligencia de una manera que todavía no podemos imaginar”.
Campos Cervera habló, como ejemplo reciente, del empleo de IA en medicina, que actualmente asiste a los profesionales de la salud en tareas desde el diagnótico —en el análisis de estudios de imágenes como resonancias magnéticas— hasta la investigación de nuevas drogas.
Pero la otra dirección en que la IA va a afectar a los Alfas, la negativa, es el aislamiento. “Estos chicos van a tener naturalizados estos recursos. Y ese constante intercambio con los dispositivos tecnológicos los aislará de los vínculos humanos, de la relación social”, advirtió el experto. “Estos instrumentos no producen aprendizaje social y, por ende, no habrá aprendizaje emocional. Entonces vamos a tener una corte de alexitímicos”, dijo: la alexitimia consiste en los problemas para identificar y manifestar las emociones. ”Cantidades de seres humanos sin el aprendizaje que permite expresar las emociones”.
Hasta la generación Z había algunas limitaciones que los padres podían imponer: horas para estar en videojuegos, zonas libres de teléfono como la mesa familiar, etcétera. Pero los Alfas muestran “un punto de integración tan intenso con las pantallas” que, en opinión de Campos Cervera, “ese tipo de limitaciones son ortopédicas”. No hay soluciones analógicas para los problemas digitales, concluyó: “Quizás tendríamos que interrogar la inteligencia artificial sobre qué soluciones podemos encontrar”.
La primera generación 100% del siglo XXI
Los Alfas, hijos de los Millennials, son la primera generación completamente del siglo XXI, y alguien tendría que avisarles que Alexa no es una persona.
Nacieron el año en que salió al mercado la iPad, no sabían hablar cuando apareció Siri, estaban en el kinder cuando se conocieron las impresoras 3D y cuando Google sacó sus anteojos inteligentes. El éxito de Fortnite, la masificación del 5G, y las polémicas sobre el reconocimiento facial sucedieron durante su infancia. Sus padres pueden tener trabajos como médicos o vendedores, pero también UX managers o ingenieros de realidad virtual.
Estos chicos interactúan con chatbots, juegan con dispositivos IoT y no conciben otra forma de información que en tiempo real. Sus maestros los descubrieron haciendo los deberes con ChatGPT, y todavía no saben cómo reaccionar: en algunos lugares —la ciudad de Nueva York, por ejemplo— se ha prohibido el uso de IA en la escuela pública, pero son más los profesionales de la educación abogan por la integración de esta tecnología en el aula (física o virtual), como señaló MIT Technology Review.
Las tecnologías de IA generativa ofrecer nuevas posibilidades para “mejorar la enseñanza, el aprendizaje y el compromiso de los estudiantes”, escribió Cecilia Chan, investigadora de la Universidad de Hong Kong. Como ejemplo mencionó los tutores virtuales con IA que proporcionan retroalimentación instantánea y personalizada: “Esta asistencia a demanda puede ayudar a abordar las lagunas de aprendizaje individuales, reforzar la comprensión y apoyar el aprendizaje a ritmo propio, especialmente en entornos de aprendizaje remotos y en línea”.
La presencia integral de la IA en la vida cotidiana de los Alfas desde tan pequeños anticipa una relación profunda con la tecnología, que afecta desde la crianza hasta la interacción social. Laura Macdonald, vicepresidenta de Hotwire, dijo en la IN2Summit de 2019 que “a los ocho años, estos chicos superan a sus padres en tecnología”. También advirtió: “Estos niños no van a ser capaces de recordar simples hechos y cifras”.
Un caso interesante es el de Ryan Kaji, quien comenzó con su canal Ryan’s World, en YouTube a los tres años y, nueve más tarde, en 2023, figuró en la lista Forbes de los creadores de contenido que más ganan: le atribuyen un patrimonio de USD 30 millones, aunque otras estimaciones triplican esa cifra. Su trabajo original era reseñar juguetes.
En esa industria —según Emma Chiu, de VML— los Alfas dejarán una huella importante: el mercado global de juguetes inteligentes, que ya es de USD 12.000 millones, llegará a USD 35.000 en 2030. En general, la huella económica de esta generación será más de USD 5,46 billones, estimó MacCrindle.
Los Alfas vs. otras generaciones
La generación X, los nacidos entre 1965 y 1981, es quizá la más curtida en cambio tecnológico: miraron los dibujos animados en televisores blanco y negro con antena aérea y a lo largo de su vida hicieron una lenta transición de lo analógico a lo digital. “¿Ese es tu walkman? ¡Qué moderno!”: la idea de poder escuchar la música que uno quería mientras viajaba en el transporte público, por caso, fue simplemente fabulosa.
De cassettes a compact discs, del VHS al DVD, del Súper 8 a la GoPro, del zapatófono que era el Motorola DynaTAC 8000X y del CPU mamut de la PC personal al teléfono móvil que se los tragó, del cable y el cine al streaming, del fax al adjunto en pdf, de la prensa a internet, los X generaron una cantidad descomunal de basura tecnológica para adaptarse cada pocos años a la novedad. Fueron los inmigrantes digitales. La última generación que recuerda una infancia con juegos sin dispositivos.
Para los Millennials, nativos digitales, la tecnología siempre estuvo integrada a la vida cotidiana. Los nacidos entre 1982 y 1996 son los maestros de las redes sociales, que usan para comunicarse aunque también textean (mas nunca llaman por teléfono). Los cambios tecnológicos siempre fueron mejoras, una rutina continua de actualizaciones. Muchos de sus recuerdos se crearon cuando jugaban Goldeneye, Mortal Kombat o Halo, y los más grandes, SuperMario 64.
Los Centennials o generación Z son, ante todo, móviles: necesitan más un smartphone que una computadora. Si algo esperan —porque esperan poco, hijos de una globalización con sucesivas crisis económicas, como sus predecesores— es el cambio en tecnología digital. Para los nacidos desde mediados de los noventa hasta 2009, lo bueno no es romper las reglas, ni crearlas: es personalizarlas. Los asistentes inteligentes, la realidad aumentada, la proyección holográfica marcaron su comprensión del mundo, igual que la exposición temprana a contenidos perturbadores y el ciberbullying.
Los Alfas, a diferencia de todos ellos, reciben su primer celular a los nueve años, según YPulse compartió con Axios, y con esa herramienta han salido a conocer el mundo mediante YouTube y TikTok, que también usan como buscadores. Y no parecen dispuestos a soltarlo: el 70% de los adolescentes de esta generación dijo en una encuesta del Pew Research Center que los smarphones les aportan más beneficios que perjuicios. Exploran sus intereses (69%), estimulan su creatividad (65%) y se ayudan con ellos en el aprendizaje (45%)
¿Qué será socializar para los Alfa?
La pandemia sólo profundizó la relación de estos niños con la tecnología: debieron asistir a la escuela virtual y ver a sus padres mantener reuniones por Zoom con camisa, corbata y pantalón de pijama (y para algunos el trabajo remoto o híbrido se convirtió en norma terminado el confinamiento).
Quizá por eso los Alfas tienen más habilidad para las conexiones en línea que en persona. El exceso de pantallas —más de una hora al día para los niños de tres a cinco años— tiene relación directa con problemas de salud mental, como la depresión.
O acaso generen nuevas formas de socializar: la misma encuesta mostró que el 43% de ellos quedaban con amigos en espacios virtuales. La mitad de los que juegan en Roblox tienen 13 años o menos y, según escribió en Forbes Cathy Hackl, especialista en web3, allí se forman: “La próxima Coco Chanel del mundo es probablemente una niña de 10 años que actualmente diseña skins para avatares en Roblox”.
Con su atención menguada por la tecnología —se habla de ludificar el estudio para adaptarlo a ellos—, los Alfa también podrían tener un estímulo intelectual importante por lo mismo.
“Pensemos en un libro virtual con IA en el que las opciones del lector no se limitan a caminos predeterminados”, propuso el analista de eLearning Theodosis Karageorgakis. “Con la ayuda de la IA se puede crear un sinfín de escenarios posibles, que adapten dinámicamente la progresión de la historia en función de las decisiones del lector. Así, cada lectura se convierte en una aventura única sin limitaciones, que abre nuevos caminos y giros inesperados en el mundo de la imaginación”. Lo mismo, desde luego, podría llevarse al videojuego y al cine, agregó.
Esa hiper personalización, que con IA ganaría en escala, tiene sus riesgos: la cámara de resonancia en la que uno no se entera sino de aquello que el sistema inteligente ya sabe que a uno le va a gustar. Dos acontecimientos políticos importantes en lo que va de la vida de los Alfas —el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 y el Brexit— estuvieron influidos por la creación de cámaras de resonancia en Facebook y Twitter a partir de los datos que los usuarios de las plataformas dieron sin saberlo.
MaryLeigh Bliss, de YPulse, sintetizó a Axios: “Están teniendo una infancia centrada en los contenidos digitales de una forma diferente, debido al tipo de soportes con los que interactúan desde edades increíblemente tempranas”. Para ellos, quizá, la interacción de inteligencia humana e IA configurará una cotidianeidad apenas imaginable por ahora.
En el mundo real, mientras tanto
Es cierto que los Alfas verán más progreso en los vehículos eléctricos autónomos que en los automóviles comunes. También les llegará la pizza en dron y su segunda opinión médica sobre una resonancia magnética será de IA. Pero, si se puede proyectar la experiencia de la pandemia, la brecha entre ricos y pobres tendrá consecuencias tangibles en el caso del acceso a esta tecnología.
Lo dijo el Fondo Monetario Internacional (FMI) tras un estudio técnico sobre dos países, “uno avanzado y el otro en desarrollo”, centrado en “tres factores de producción: mano de obra, capital y robots”. Las nuevas tecnologías como la IA “amenazan con ampliar la brecha entre los países ricos y pobres al desviar la inversión hacia las economías avanzadas, donde la automatización ya está consolidada”.
Eso tendría consecuencias negativas para el empleo en los países pobres, “ya que amenazaría con reemplazar, en lugar de complementar, su creciente fuerza laboral”.
Actualmente, el costo del acceso a la mejor versión de ChatGPT (la anterior es gratuita, aunque con restricciones) es de USD 20. Hoy en Argentina el salario mínimo es de USD 210; el de Colombia, USD 335; el de Ucrania, USD 117; el de Kirguistán, USD 26; el de Bangladesh, USD 112; el de Indonesia, USD 171; el de Sudáfrica, USD 245 y el de Tanzania, USD 56.
La expansión de la IA y sus desarrollos más significativos no se distribuyen de manera uniforme y su concentración notable en ciertos países profundiza el desequilibrio. Millones de chicos en países subalternos tienen un nivel socioeconómico y educativo que no les permite enfrentar esa brecha de IA en el futuro inmediato. Y en 2030 el 10% de la fuerza laboral global será Alfa.
Acaso porque son chiquitos, los Alfas muestran preocupación por las realidades más duras: según un estudio de VML, el 59% de ellos quiere trabajar salvando vidas y el 51% desea emplear la tecnología para marcar una diferencia. Su otra gran preocupación es el cambio climático: según YPulse, el 87% de los adolescentes de 13 a 15 años creen que depende de su generación detenerlo.
Y probablemente porque son chiquitos, los Alfas no se preocupan aún por el surgimiento de una élite tecnológica con gran poder social y económico; tan grande que podría desafiar conceptos básicos con los que crecieron los X, los Millennials y los Centennials, como la libertad y la democracia.