En el universo de las relaciones interpersonales, hay algunas que sería mejor perderlas. Se las llama tóxicas, últimamente, por mero afán de etiquetar. Y dentro de las relaciones tóxicas hay una especie particularmente peligrosa: la que establece con un narcisista. Este maestro del engaño, con su carisma inicial y su habilidad para detectar vulnerabilidades, puede parecer un príncipe azul... hasta que te das cuenta de que en realidad es un sapo venenoso.
La psicóloga Ramani Durvasula, profesora universitaria y autora, ha dedicado su carrera a estudiar a estos “encantadores” especímenes. En una entrevista con el emprendedor Steven Bartlett para su popular podcast The Diary of a CEO, que fue citada por el Daily Mail, Durvasula nos revela las tres características que delatan a las víctimas de estos manipuladores: la constante rumiación sobre el vínculo, el remordimiento y el recuerdo. Tres R.
“La rumiación consiste en pensar obsesivamente en la relación, en el intento de arreglar lo irreparable, de encontrarle sentido al sinsentido”, explica la experta. Básicamente, es como tratar de armar un rompecabezas con piezas que no encajan, mientras tu cerebro se derrite de tanto darle vueltas. Y cuando te cansas de rumiar, llega el remordimiento para rematarte.
Imagina lamentar haber tirado 20 años de tu vida a la basura, solo para darte cuenta de que tu “gran amor” era en realidad tu gran verdugo. O peor aún, arrepentirte de haber dado a tus hijos un modelo de relación más tóxico que el desecho nuclear. Dolor al cuadrado.
Pero espera, que aún falta la cereza del pastel: el recuerdo eufórico.
Esa curiosa habilidad de las víctimas para aferrarse a las migajas de cariño como si fueran un festín de amor. “Pueden pasar meses de maltrato descarado, pero si un día el narcisista te trae dos muffins del supermercado —por primera vez acordándose de tu existencia—, te aferras a ese minúsculo gesto como prueba irrefutable de amor”, ilustra Durvasula. Es como si te dijeran: “Mira, te traje un regalo, ¿no ves cuánto te quiero? Ahora déjame seguir torturándote en paz”.
Vivir con un narcisista es como estar en una montaña rusa emocional, pero sin la parte divertida. Confusión, inseguridad, culpa... todo eso mezclado con el constante miedo, la necesidad de “caminar sobre cáscaras de huevo”, para no despertar a la bestia. Porque ojo, estos expertos en manipulación te van destrozando de a poquito, hasta que un día te miras al espejo y no reconoces a ese ser vacío y anulado en el que te han convertido.
Y no creas que los narcisistas eligen a sus víctimas al azar. No, estos lectores de mentes saben bien cómo identificar a los más vulnerables, a aquellos a quienes pueden “dar estratégicamente lo que necesitan para tenerlos encadenados”. Pero lo más escalofriante es que, según la doctora, “todos los abusadores domésticos son, en esencia, narcisistas”. Porque, seamos honestos, ¿qué clase de persona puede decirte “te amo” y luego golpearte? Eso no es amor. Solo un narcisista, con su “falta absoluta de empatía, su sentido desmesurado de derecho y su arrogancia increíble”, cree que puede.
Pero no desesperes si estás atrapado en una de estas relaciones del infierno. Hay luz al final del túnel.
Siempre y cuando salgas del túnel.
Como bien dice Durvasula, “si decides quedarte, acepta que nada va a cambiar”.
Así que ya sabes, la única forma de vencer a un narcisista es dejar de alimentar su ego o rezar para que alguien más poderoso lo eclipse. Fácil, ¿no? Bueno, no tanto, pero tampoco imposible.
Y si logras escapar de las garras del narcisista, la sanación es posible. Con terapia, paciencia y mucho amor propio, puedes cicatrizar esas heridas invisibles y “volver a ser tú mismo”. Porque, como reza el dicho, “más vale solo que mal acompañado”. O como sugiere la icónica canción de Shakira, a veces el desamor puede ser el inicio de una nueva y empoderada etapa.