Enero no cuenta y febrero casi que tampoco. Es a partir de marzo, con suerte, que cobra forma la posibilidad de llevar a término esas resoluciones de fin de año que uno toma, un tanto mareado por el calor y las burbujas de las fiestas, con el objetivo de cambiar de vida.
Hacer más deporte, aprender un idioma, buscar un nuevo trabajo, una nueva pareja, comer sano, pasar tiempo en familia, formar una, ahorrar, derrochar, cambiar un electrodoméstico, pintar la casa, tener menos preocupaciones, preocuparse más, agradecer, ver a los amigos, tocar un instrumento. Tal vez, para algunos, el 2024 marque el inicio de un estilo de vida más consciente, respetuoso con el medio ambiente, de menos —y mejores— consumos. Para otros, quizás, siempre ha sido así. Como Natalia Pérez.
“Cuando era chica tenía una amiga a la que le encantaba la ecología”, dice Natalia, “y un día cometí el error de tirar un papel en la calle. ‘Eso va a la basura, ¿no ves que contamina?’, me dijo”. El recuerdo la hace sonreír y pienso, mientras toma un respiro de su propia historia, en el efecto mariposa, la teoría del caos. “Y claro, tenía razón. A partir de eso empecé a orientarme. Pensé en hacer biología marina, biotecnología, pero el arte tenía que estar entrelazado —dibuja y pinta desde los 6 años— y ahí mi padre me sugirió el diseño”, agregó.
Creo haberla asustado cuando nos conocimos. Apenas se había bajado del escenario cuando me acerqué frenética, alborotada a pedirle su teléfono. Allí, frente al auditorio de las Pitching Sessions de Diseño Argentino Exponencial –un bootcamp de formación para empresas de diseño potenciado por Fundación Bunge & Born y el British Council–, la escuché decir que vive en Colón, Entre Ríos. Y que tiene un estudio de diseño y que creó un laboratorio de innovación en biomateriales, Bambuniverso, dedicado a la fabricación de cuero —y piedra— a partir del bambú.
“¿Por qué el bambú?”, fue la primera pregunta que atiné a hacer. Se habla de magia, de milagros, de una planta con el potencial de cambiar toda una economía regional en una dirección sostenible. Según la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, se trata de un recurso renovable de rápido crecimiento y alta tolerancia que tiene la capacidad de absorber, en sus 50 años de vida, alrededor de 300 toneladas de CO2 (dióxido de carbono) por hectárea. Puede utilizarse como material de construcción, como materia prima para la bioenergía, para crear papel y textiles, packaging, forraje, cestería, utensilios, alimentos.
Entonces, ¿cómo?
“Participamos de un workshop en 2011 en el Centro Metropolitano de Diseño y a partir de ese momento empezamos a explorar las potencialidades: la termofusión con viruta de bambú, cómo convertirlo en un recurso más versátil a nivel morfología, a nivel aplicaciones o generar menos desperdicio”, contó Natalia, en diálogo con Infobae.
“¿Y cómo llegaron al cuero?”, le consulté. “En 2012, nos conectamos con el INTI para hacer ensayos con distintos adhesivos para ver su funcionamiento. Exploramos porcentajes, distintas cualidades que hacen a la formulación, procesos de aditivos, y al ver la muestra con el mínimo espesor posible notamos que se parecía al cuero”, reveló.
Comencé a buscar precisiones, a indagar en un proceso sumatorio, incierto, de pura valentía: “¿Es decir que el objetivo no era hacer ‘cuero ecológico’ sino entender cómo se podía utilizar el bambú?”. “Nosotros queríamos aprovechar el potencial de la planta en un nuevo material sustentable –evitando los derivados de hidrocarburos, el sufrimiento animal, que sea vegetal– y que fuera algo mejor a lo que ya existía”, respondió.
“El objetivo es ofrecer un material que habite con la gente, que sea saludable —por ejemplo, en interiorismo hay una tendencia destinada a mejorar la calidad del aire en los hogares disminuyendo los plásticos– y que el proceso de biodegradación no afecte negativamente a la persona. Hay muchos aspectos que tienen que evolucionar para mantener un equilibrio en la vida en este planeta. A nivel industria podemos abordar una fracción de lo que se puede cambiar: llevamos décadas de acumulación de hábitos de consumo y de producción y tenemos que volver sobre nuestros pasos. Ahora hay una opción al cuero animal que no es plástico y lo que la industria y los clientes necesitan son opciones”, añadió.
Me viene a la mente la frase de Carlos Pellegrini, “sin industria no hay Nación”, y me detengo: “¿Hasta qué punto quieren llegar en la industrialización de este material?”. Me contestó: “Si nos quedamos en un formato artesanal, el volumen que necesita reemplazarse no se satisface. Hay que centrarse en una industria eficiente y sustentable. Una vez que la planta piloto esté funcionando, queremos ubicar plantas en otros lugares para desarrollar un cordón productivo que vaya de Entre Ríos a Misiones”.
Su objetivo me remite al proyecto de ley que se presentó en 2019 en la Cámara de Diputados con el fin de establecer la “Política Nacional de Incentivos para el Manejo y Cultivo Sostenibles del Bambú”. Se describe al bambú como “un recurso natural con potencial para combatir la pobreza y los desafíos del cambio climático” y se sostiene que “nuestro país posee ventajas para el desarrollo de la cadena productiva del bambú y la inserción en las cadenas globales de valor de este recurso debido a un alto potencial de las especies nativas [21 nativas y 15 exóticas] y un sistema nacional de innovación propicio para su aprovechamiento”.
“Si desarrollamos un cordón, luego productores o familias van a elegir plantar bambú que no solo es positivo para el medio ambiente, sino que tiene una cosecha anual y es muy guerrero a nivel climático. Buscamos que la planta se incorpore a la bioeconomía del bambú y de la Argentina”, continúa Natalia. “El diseño tiene que ayudar a fortalecer y crear nuevas industrias y un material es un modo de cristalizarlas. Con un material podemos cambiar cómo producimos, cómo consumimos, el entramado económico de un país”, sostuvo.
Mientras escribo este artículo, en Colón, Entre Ríos, el río Uruguay sigue su curso, el proyecto de ley permanece sin novedades y el bambú crece. “Al principio la planta no crece mucho porque está echando raíces. Después llega a crecer hasta 90 centímetros por día. Eso para nosotros es un bálsamo: cuando la cosa va lenta es porque estamos echando raíces. Muchas veces me preguntaron si creía que iba a haber mercado para esto y para mí no nos queda otra opción: el futuro es de los biomateriales”, concluyó.