“De chiquito era una persona cargada de energía, podía estar todo el día hablando, haciendo actividades y moviéndome sin parar. Y realmente disfrutaba de esto. Hasta que entré en la primaria. Con esta energía que me caracterizaba, me encontré ante un entorno que no estaba muy cómodo con esto. Mis compañeros y profesores me trataban de cargoso, molesto, pesado e inquieto. Escaló de tal modo que llegué a sufrir bullying y sentirme apartado en mi escuela”
Así comienza su relato Victorio Constanzo, un adolescente de 16 años de Río Gallegos, provincia de Santa Cruz, en el ciclo de charlas #ActiváTusIdeas organizado por Clubes TED-Ed y UNICEF Argentina, una serie de conferencias que Infobae publica en exclusiva con el fin de reflexionar y pensar qué les preocupa a los jóvenes hoy. Cuáles son sus desafíos y las acciones inspiradoras que encuentran para superar barreras.
No es una exageración llamar flagelo al acoso escolar o bullying. Muchos casos de violencia extrema aparecen en los medios y, la mayoría, no se conocen públicamente. UNICEF lo define como la “persecución física y/o psicológica que realiza un estudiante contra otro de forma negativa, continua e intencionada”.
Pero la violencia física no se ha quedado en eso, se ha trasladado también a la violencia virtual y, los que son maravillosos medios de comunicación y aprendizaje, son muchas veces transformados en vectores de agresiones por lo que la persecución se convierte en ciberacoso o ciberbullying.
En el entorno educativo, este fenómeno afecta indiscriminadamente a niñas, niños y adolescentes, sin importar su edad, etnia o nivel socioeconómico. Es una realidad que merece atención y preocupación, ya que sus consecuencias pueden dejar cicatrices profundas en quienes lo sufren.
Victorio continuó relatando su experiencia y cómo tomó consciencia de que lo que molestaba a otros de su personalidad podía transformarlo en una fuerza poderosa. “Ya a mis 10 años, empecé a observar cómo lo mío no era un caso apartado, sino que se repetía frecuentemente hacia distintos alumnos quienes igual eran excluidos y discriminados socialmente por sus compañeros”.
“Me acuerdo de una vez que salimos al recreo y vi a un compañero al que estaban molestando e intimidando. Decidí avisarle a los directivos para que intervinieran, y lo hicieron, pero luego no hubo un acompañamiento y la cosa quedó ahí. Esta fue la gota que rebalsó el vaso”, siguió.
Alejandro Castro Santander es uno de los expertos en el tema más destacados de Argentina, como director del Observatorio de la Convivencia Escolar de la Universidad Católica de Cuyo (UCCuyo) y miembro de la Alianza Antibullying Argentina. Recientemente en una nota de Infobae aportó un dato que es realmente llamativo y habla de la debilidad del compromiso que algunos adultos tiene con el tema. “Mientras los estudiantes denuncian altos niveles de discriminación y violencia —dijo—, los directivos responden en un 80,2% que los problemas de convivencia son ‘problemas menores’ o ‘no son un problema’ para el proceso educativo. Así, no hay posibilidad de incluir programas idóneos y perseverantes para gestionar el clima social escolar”, lamentó.
Por eso, llamó “a los responsables de las políticas públicas y a las comunidades educativas” a tomar consciencia sobre “la necesidad de prevenir e intervenir sobre estos hechos de violencia a partir de medidas más integrales e inclusivas”.
Victorio, encontró la forma de salir de ese círculo de marginación, gracias al respaldo de su entorno familiar y sus propios recursos. Es más, rápidamente a partir de su mala experiencia intentó ayudar. “Desde mi lugar y con las herramientas que tenía en el momento, ideé un ‘protocolo integral de prevención del bullying’, que básicamente impulsaba generar consciencia sobre este tema, cosa que la escuela no había hecho hasta el momento y proponía un acompañamiento a los estudiantes excluidos y discriminados. Lo escribí en un word, se lo presente a los directivos y distintos profesores. Pero para mi sorpresa, prefirieron hacer la vista ciega y me dijeron que era demasiado invasivo e intenso, y que me limite a ser un estudiante”.
“Me sentí completamente impactado ante esta respuesta. Había depositado tanto esfuerzo en buscar solución a un problema que me preocupaba, para sentirme reducido por un adjetivo: intenso”.
Castro Santander considera que “es fundamental que la comunidad educativa, que incluye a docentes, personal escolar, estudiantes y padres, también se involucre de manera activa en la prevención del bullying, el ciberbullying y cualquier otro tipo de violencia”.
UNICEF recomienda a los adultos que fomenten los “vínculos afectivos” y se enseñe “a detectar relaciones tóxicas” y que la diversidad es una “riqueza”. También llama a intervenir y enseñar que “siempre hay que actuar” cuando se es testigo de un caso de bullying.
El organismo internacional también ha enumerado algunas señales que —sin palabras— dan los niños cuando están sufriendo bullying. Algunas son querer faltar a clase o bajar el rendimiento escolar, dejar de participar en su grupo de compañeros, baja autoestima, buscar sólo la compañía de adultos, sufrir cambios bruscos de humor o en su alimentación o en su uso de las redes sociales, miedo a la soledad, ataques de pánico, insomnio o pesadillas, puede presentar lesiones físicas, perder cosas o llevarlas rotas”.
La experiencia de Victorio fue haber sido marginado por su particular manera de ser que él mismo llama “intensidad”, detrás de la cual puede entreverse una gran pasión por las cosas que emprende, interés por superar dificultades y encontrar a otros a hallar una salida a los problemas. En su entorno escolar esto fue sinónimo de ser “molesto” y “cargoso”. “Intenso, se repetía todo el tiempo, y no estaban tampoco tan equivocados soy consciente de que soy una persona muy cargada de energía, con un ritmo que suele ser bastante chocante para las normativas de quienes me rodean”, aseguró.
“Sin embargo, empecé a cuestionarme mucho, y sentirme realmente culpable por este aspecto. Intenté ocultarlo, —continuó— empecé a intervenir menos en mi entorno y traté con toda mi energía ‘mantenerme más calmado’. Sentí vergüenza por ser intenso. Me sentía muy frustrado y confundido, imagínense, yo con 10/11 años mi manera natural de ser era todo lo que a mí me hacía ser quien era”.
Castro Santander elaboró un “mensaje de apoyo a las víctimas de bullying y ciberbullying” que puede resumirse de esta forma:
- No es culpa tuya: La responsabilidad recae en aquellos que ejecutan conductas violentas. Nadie merece ser maltratado ni acosado de ninguna manera.
- Busca apoyo: Amigos, familiares y docentes están para ayudarte. Hablar sobre tus experiencias puede ser el primer paso hacia la solución y la recuperación.
- Denuncia: Es importante denunciar el acoso a tus padres y a las autoridades escolares. No estás solo y hay recursos disponibles para ayudarte a enfrentar y abordar el problema.
- Cuídate: Encuentra actividades que te hagan sentir bien con vos mismo y busca momentos de calma y alegría.
- Tu voz importa: Tus experiencias pueden ser un testimonio poderoso para tomar conciencia y prevenir el bullying y el ciberbullying. Tu voz puede inspirar el cambio y ayudar a otros que enfrentan situaciones similares.
En línea con el mensaje del experto, Victorio dijo que, a pesar del desaliento que recibió de su entorno escolar, siguió canalizando su intensidad en diversas ideas. Entonces, descubrió que le impactaba el tema de la pirotécnica y cómo afectaba a animales y personas y, pronto se dio cuenta, también al medio ambiente.
Le contó a su madre que esta situación le generaba “impotencia”. “Y acá, es cuando cambió completamente mi panorama —dijo—. Ella, en vez de calificarme o encasillarme en algún adjetivo, me hizo una propuesta. Así fue como me prestó su computadora, me ayudó a buscar información y me dijo, “pensá qué podes hacer vos, ante esta situación”. Y durante días canalice toda esta intensidad que me habitaba hacia mi primer proyecto de impacto”.
Preparó una charla que llevó a varios espacios. “El mensaje fue realmente difundido en mi localidad. Fue así como “por primera vez pude ser completamente intenso, y sentirme cómodo con eso”.
“Durante mucho tiempo me sentí preso de este adjetivo ‘intenso’ con el que me cargaban. Sabemos que las niñeces suelen ser mucho más susceptibles. O sea, si a vos en la calle te dicen ‘bobo’, probablemente no te cause más que una molestia. Ahora, con un niño que recién está conociendo el mundo seguramente pueda influenciar mucho más en su percepción de sí mismo, sus capacidades e incluso su identidad”, reflexionó.
Según escribió para Infobae la psicóloga, especialista en infancias y juventudes, Sonia Almada, “los estudios han demostrado que los niños que son acosados tienen más probabilidades de experimentar depresión, ansiedad y otros problemas de salud mental”. Además, recordó, un estudio de 2014 encontró que “las personas que habían sido víctimas de bullying en la infancia tenían un mayor riesgo de trastornos psiquiátricos en la edad adulta, incluyendo la depresión, la ansiedad y las tendencias suicidas”.
Para cerrar su charla, Victorio admitió que le “costó mucho trabajo resignificar ese adjetivo” de intenso y transformarlo en algo que hoy puede usar para “accionar” en su entorno. “Creo que no era necesario pasar por ese sufrimiento. Creo que a muchos les debe pasar lo mismo. Hoy pongo mi intensidad en los proyectos y causas que me apasionan, pero no todos logran transformarlo de esa manera”, lamentó.
Y cerró: “Ahora, les propongo que se pregunten qué palabras los definieron a ustedes y qué pasaría si en vez de definir y etiquetar a los niños, les incentiváramos a aprovechar lo que los hace distintos y canalizarlo en aquello que los moviliza”.