—“Mamá, papá, quiero ser científica”
—“Pero eso es cosa de hombres”, me dijeron con una mezcla de horror y preocupación en la cara
Así comienza su relato Ana Altamiranda, una joven mendocina de 18 años, en el ciclo de charlas #ActiváTusIdeas organizado por Clubes TED-Ed y UNICEF Argentina, una serie de conferencias que Infobae publica en exclusiva con el fin de reflexionar y pensar qué les preocupa a los jóvenes hoy. Cuáles son sus desafíos y las acciones inspiradoras que encuentran para superar barreras.
La ciencia y la tecnología cambian al mundo y lo hacen avanzar, sin embargo, a la vez, no son ajenas a las desigualdades de género que imperan en la sociedades de América Latina y el resto del globo.
El rol de las mujeres en el sistema científico tecnológico ha avanzado enormemente en las últimas décadas, pero este avance está rodeado de paradojas y barreras que no son precisamente de cristal.
Según los datos relevados en 2020 por UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), las disparidades globales de género en STEM (siglas en inglés para el conjunto de áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) atraviesan todo el ciclo escolar de las niñas del mundo.
Las desigualdades comienzan a hacerse evidentes en la escuela primaria, aumentan considerablemente en el nivel secundario y superior e inciden en los rendimientos académicos de las niñas y adolescentes en las áreas de matemáticas y ciencias, señalan desde el organismo.
La brecha de género en primera persona
“En la premiación de las olimpiadas fui la única chica entre 10 participantes. En el colegio todos mis profes de ciencia y tecnología eran varones. Y en los libros, las mujeres brillaban por su ausencia. No me sentía bienvenida en estos espacios. En la feria de ciencias, por ejemplo, las chicas no solo éramos ignoradas cada vez que hablábamos sino que aplaudían al varón que repetía lo que decíamos e incluso, cuando una de nosotras ganó, escuché decir que le habían regalado el premio por ser mujer”, relata Ana, sabiendo que su experiencia no es única y suele ocurrirle a muchas niñas y adolescentes en América Latina y el mundo.
Muchas jóvenes como Ana no se resignan y siguen su vocación a pesar de los obstáculos recurrentes y de sentirse en minoría en aquellos ámbitos de la ciencia y la tecnología donde quieren desarrollar sus estudios.
Con ese ímpetu, su recorrido empezó por crear un club de ciencias en su escuela de Mendoza, y más adelante recaló en la Fundación Líderes de Ansenuza, una ONG con sede en Córdoba que impulsa la innovación en educación. Así, a través del programa “Ciencia Fuera de la Caja” encontró a otras chicas en su misma situación, con intereses similares y las mismas ganas entusiastas de hacerse camino al andar.
“Descubrí la clave para transformar los espacios es hacerlo juntas. Comprendí que unas STEM diversas e inclusivas no sólo eran posibles, sino también un objetivo al que yo podía contribuir si trabajaba en red. Así comenzó mi camino como activista”, sintetiza en su charla del ciclo #ActiváTusIdeas.
Las brecha de género entre hombres y mujeres ligada al mundo STEM no tienen un único origen, pero estas desigualdades sin dudas se moldean, entre otras cosas, por los estereotipos de género asociados a la matemática, la ciencia y la tecnología, la falta de circulación de la información y -a pesar de que cada vez son más las científicas destacadas y reconocidas en el mundo- también hace su mella la falta de referentes mujeres en los campos STEM.
Según la UNESCO entre el 8% y el 20% de docentes de sexto grado afirman que la matemática es más fácil para los niños que para las niñas, y otro dato desalentador muestra que a nivel global el 43% de las jóvenes menores de 17 años no conoce mujeres que trabajen en tecnología.
Las estadísticas no son cifras en abstracto sino que tienen un claro reflejo en la realidad y en cómo se configura el sistema científico global: el bajo interés de muchas chicas por desarrollarse como científicas, sobre todo en la adolescencia, momento en el que deciden sobre sus vocaciones y futuros recorridos: solo el 0.5% de las jóvenes de 15 años aspira a continuar sus trayectorias en estas áreas según estimaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Además, en los niveles superiores, las mujeres representan solo el 34% del estudiantado en disciplinas STEM y el 17% en programación.
Además de las políticas de Estado que en cada país ayudan a cambiar esta realidad, las jóvenes avanzan y buscan establecer alianzas con otras mujeres, como hizo Ana a través de las distintas iniciativas de las que participó: “Trabajamos juntas para transformar esa frustración en acción: compartimos experiencias para potenciar nuestro liderazgo, habilitamos espacios para intercambiar aprendizajes, diseñar proyectos y solucionar problemas de forma creativa, y pensamos cómo desarrollar campañas que nos permitieran generar alianzas y conseguir financiamiento”.
“Entendí que cuando una niña encuentra un lugar donde ´puede ser´ y transformar su vida, su entorno también se transforma. Aprendí que trabajar en comunidad es la mejor forma de transformar la incomodidad constante en acción y esa acción en impacto”, cierra Ana, con la intención de entusiasmar a otras adolescentes como ella para que no duden en seguir el camino de la ciencia y la tecnología.