No tiene su atelier en un barrio coqueto, ni en el núcleo turístico de La Boca. Ni siquiera le llama atelier, sino simplemente “taller”. Es un espacio amplio y luminoso, en una casona de 100 años, en Boedo, hermosamente desordenado con atriles, telas, pinceles y pomos de pinturas.
Desde allí, el artista plástico Ricardo Celma dialogó con Infobae de su vida, de su forma de ver el arte, su trayectoria y del encuentro con el papa Francisco, días atrás, cuando lo sorprendió con una de sus pinturas.
Con humor contó sus muchos traspié a lo largo de su carrera. No se siente profeta en su tierra. Tiene, dice, “una medalla de oro al fracaso” porque en su propio país, donde siempre vivió y sigue haciéndolo, —aunque parte seguido para exponer y recibir premios en el exterior— ha sido repetidamente rechazado. No ha podido mostrar sus obras, por ejemplo, en Arteba, tampoco en el Centro Cultural Recoleta, lo mismo en el Centro Cultural Rojas, algo que, admite, le ha causado un gran dolor. Pero encontró refugio en otros lados del mundo. Ha expuesto varias veces en Nueva York, también en México, en Tokio, Shanghái, París, Taipéi, Ámsterdam, Barcelona y Panamá. Sus obras integran el acervo de la realeza de Países Bajos, el museo de Washington y colecciones privadas.
Hijo de familia numerosa —siete hermanos, mamá, papá, ambos empleados públicos, y la abuela, juntos en casa—. Asegura que tuvo una infancia feliz. “No éramos pobres, pero no sobraba nada, teníamos una vida muy austera, pero muy linda”. Primero la familia vivió en un PH de la calle Lezica, en Almagro. Este dato parece baladí, pero no lo es. Luego, desde los 6 años, en Salcedo y Boedo, en el barrio que nunca más abandonó, ya que sigue viviendo junto a su esposa, la fotógrafa María Gracia Geraci, y sus dos hijos.
La historia de esos primeros años marcaron el Celma que hoy es. En Lezica y Río de Janeiro estaba el estudio del gran Antonio Berni (1905-1981). “A mi papá le gustaba mucho la pintura, a mi madre también, pero a mi papá particularmente. Cuando lo veía a Berni nos llamaba, nos hacía ver su trabajo cuando tenía abierto el taller. A veces incluso Berni ponía los cuadros” hacia la calle, “mi papá nos llevaba a verlo, a saludarlo y a ver los cuadros. Era un evento”.
Está seguro de que esto influyó en su decisión de ser artista plástico. Porque “sino, no sé de dónde pude haber sacado esa fantasía de ser pintor. Desde muy chiquito decía que iba a ser pintor. Claro, si había un pintor en la cuadra que era importante, esa reverencia que le hacía mi padre cuando lo veía, se me debe haber quedado en algún lugar de mi conciencia la idea que ser pintor era algo importante, era algo prestigioso, era algo digno de ser visto. Estoy seguro de que influyó muchísimo, por más que no tuve mucho contacto con él, lo saludamos algunas veces. Una vez nos regaló a un hermano mío y a mi un pedacito arcilla. Me dio un pincel en otra ocasión, cuando inauguraron una galería que estaba sobre Medrano, si no me equivoco. No fue un contacto muy activo, pero me quedó la idea de que había una figura muy importante, que era el pintor del barrio”.
Fue precoz con los pinceles y los lápices. Dice que comenzó a los 5 años. A los 11 hizo su primera muestra en la Manzana de las Luces, en Buenos Aires, y vendió su primera obra a unas personas extranjeras. A los 16 fue invitado a exponer dibujos en Canadá y a los 18 comenzó a trabajar para una galería de Miami. Mientras tanto regresaba al país para cursar Bellas Artes, en la entonces Escuela Prilidiano Pueyrredón, adonde se graduó.
Cuenta que de chico, cuando sus pares tenían un poster de Maradona u otro ídolo deportivo, él había colgado en su cuarto un Van Eick y un Caravaggio. Claramente no se refiere a un delantero holandés ni un zaguero italiano, sino a los pintores de la escuela flamenca y el barroco italiano, respectivamente. “Eran mis ídolos”, remarca.
Se siente fuera de las tendencias contemporáneas de su arte. “Hay un amigo mío cubano que vive en México, Waldo Saavedra, que es un gran artista, que una vez me dijo que lo mío era hiperrealista mágico, en vez de realismo mágico, y a mí me gustó esa definición, aunque no es una escuela, no forma parte de nada. Tengo una técnica más hiperrealista, si se quiere, de lo que se usa hoy, pero ninguna de mis pinturas son el fiel reflejo de la realidad, sino que suele ser más una poética”.
Describe su proceso creativo como algo “medio misterioso”, que surge como un sueño. Dice que tiene ideas que va guardando en libretas. Entonces, saca de un cajón uno de esos pequeños cuadernos que muestra a esta cronista, llenos de bocetos y textos propios. Asegura que no tiene un mecanismo de inspiración constante, pero que la idea llega de manera “un poco mágica”. Además de ese aspecto, cuanta: “Es muy difícil que en mis pinturas no aparezca alguna referencia a otro artista, me gusta homenajear a pintores del pasado, a veces son muy conocidos y a veces no tanto, es para reivindicarlos”.
El encuentro con el papa Francisco
—¿El Cristo que le regalaste al papa Francisco en tu reciente visita al Vaticano lo pensaste especialmente para él?
—Sí. Y me gusta pensar las obras también para el lugar en el que va a ser una muestra. Pienso en el público cuando la voy a hacer. Por ejemplo, cuando me tocó exponer en Tokio o en Doha pensé en el público, qué quiero que ellos vean y, a partir de esto, pienso cómo va a ser la pintura.
Cuando me propusieron ir al Congreso del Diálogo Interreligioso [realizado en el Vaticano en mayo pasado] y surgió la posibilidad de hablar con Francisco y de entregarle una obra. Tuve una maraña de ideas, pero pensé en un Cristo. Ahí, si se quiere, esperé la inspiración, ese momento medio mágico. Lo imaginé volando sobre la ciudad [de Buenos Aires], como habiendo dejado aquí un legado, como el legado que dejó Francisco, ligado a su paso por el Arzobispado.
Después empecé a pensar si iba a representar toda la ciudad o una parte. Justo esa semana la acompañé a mi hija al Ministerio de Educación [del GCBA] y vi la Villa 31 y pregunté dónde había estado trabajando Francisco cuando era Bergoglio. Me enseñaron la zona, fui, la vi, le saqué unas fotos. Dije, ‘bueno, a Cristo lo voy a hacer en este lugar. Francisco siempre tiene esa visión con los más vulnerables y Cristo también ayuda a los que necesitan estar bien para seguir adelante’. Entonces se me ocurrió que ese lugar era el lugar más simbólico donde Francisco plantó la idea de un Cristo y lo dejó ahí flotando.
De inmediato pensé ‘voy a hacer un Cristo neoclásico’. En el barroco no hay prácticamente Cristos resucitados porque tenían una idea muy terrenal, casi no hay Cristos de manera idealizada. Como a mi me gusta la pintura del barroco porque es muy real, dije ‘hago un mix, hago un Cristo resucitado, pero teniendo parámetros del barroco en cuanto a las carnaduras’.
Así, hice un Cristo muy real. Está casi tocando el Barrio 31. Es muy humano. Esperaba que cuando Francisco lo viera, sintiera que había reflejado lo que a él le hubiese gustado pintar. Como cuando uno escucha una canción o una poesía y dice ‘cómo me hubiera gustado decirlo yo’, es algo que pienso y quizá no tenía las palabra para decirlo de esa manera. Bueno, a mi a veces, cuando muestro una pintura en algún lugar, me gusta que la gente sienta que es una imagen que le hubiese gustado que exista para ellos.
—¿Qué dijo el Papa cuando lo vio?
—Fue hermoso. Por suerte tengo de testigo a Guillermo Marcó [presidente del Grupo de Diálogo Interreligioso] que estaba conmigo. Puso una cara que nos asombró a los dos. Hizo como un gesto de sorpresa y me preguntó y Guille empezó a contarle. Le dije que había estado ahí [en el Barrio 31]. ‘¡Qué bueno!’, me dijo. ‘¿cómo lo pintaste?’. Se dio vuelta hacia un cardenal que estaba ahí y le dijo ‘¿viste qué bien que está, qué bien lo hizo? Y me puse a contarle rápido la idea, el porqué y esta idea de un Cristo bien terrenal y cómo él lo dejó ahí. Después le dije que sería bueno que vuelva a ese lugar y se sonrió, hizo como un gesto de afirmación. ‘Es un lugar donde dejaste a Cristo, qué lindo sería que vuelvas te quieren mucho ahí’.
El arte sacro del siglo XXI
“También le dije a Francisco que tenía una vocación real de pintar sacro. A mi me gusta pintar sacro desde que soy chico y que la pintura también llegue a servir para la fe. Entonces le dije ‘yo pinto realmente con vocación’. Le digo ‘usá mis manos, si alguna vez querés transmitir una imagen’. Me tomó las manos y me dijo unas cosas muy lindas. Fue un encuentro hermoso. Y ahí León Gieco sacó la guitarra y se puso a cantar Solo le pido a Dios. No pude contener la emoción porque fue un momento muy, muy bello, muy lindo”, recuerda.
Celma se siente ligado a lo místico. Lo enorgullece relatar que pintó un cuadro del Cura Brochero que donó al Vaticano y se convirtió en la imagen que utiliza la Iglesia en sus estampitas y es difundida en distintos soportes. “Uno va a Córdoba, a Villa Cura Brochero, y está mi cuadro en celulares, en cucharas, es lo más lindo que me puede pasar”. Asegura que siempre dona los derechos de sus obras religiosas “para que puedan ser usadas por cualquiera”. Lo mismo ocurrió con su pintura de mamá Antula (1730-1799), la beata nacida en Santiago del Estero.
Quién es el público
Si se lo quiere encasillar habría que definir a Celma como un representante del arte figurativo, es decir, aquel movimiento artístico que representa de forma exacta la realidad o la naturaleza. Como lo definiera Ignacio Gutiérrez Zaldívar, coleccionista y creador de la galería Zurbarán, que actualmente lo representa, Celma encarna una “mezcla de influencias, están presentes elementos del barroco, de la pintura flamenca, del realismo mágico y del hiperrealismo”.
—¿Pintás obras realistas o hiperrealistas porque pueden gustar a más cantidad de personas?
—Sin duda. Una de las cosas que más me gusta es que uno también como artista tiene un público. Eso te saca mucha frustración. A mí me frustraba muchísimo pintar y pintar y pintar y ser rechazado. Yo siempre digo que tengo medalla de oro al fracaso, porque traté de mostrar en el Centro Cultural Recoleta, me rechazaron siempre, traté de mostrar en Arteba, hice una sola vez una muestra, me fue espectacular, me compro obra Amalita [Lacroze de Fortabat], pero al año siguiente me empezaron a rechazar y no me dejaron participar nunca más, tampoco en el Centro Cultural Rojas, todos me rechazaban. Todos los concursos de bandera argentina me rechazaron.
Entonces empecé a frustrarme mucho. Uno llega realmente a sufrir. Y de repente me di cuenta de que yo no los estaba eligiendo como público, entonces me empecé a preguntar para quién pintaba. Uno lo primero que piensa es ‘yo pinto para mí’. A cualquier artista le preguntás para quién pinta y te va a decir ‘yo pinto para mi’. Y tiene una cuota de realidad, pero en el fondo es mentira, si fuese verdad, uno pintaría y lo guardaría. Todos queremos ser vistos por alguien. No solamente vistos, queremos que alguien nos vea y nos ponga la mano en el hombro y nos diga ‘te felicito, muy bella tu obra’.
Entonces uno se tiene que preguntar quién es ese público, a quién te imaginás viendo esa obra para que se emocione con ella. Y me di cuenta de que yo no estaba eligiendo como público a los críticos de moda ni a los curadores del momento. Yo quería pintar para la gente con la que me cruzaba, quería pintar para gente como mi padre, mi madre, mis hermanos, gente que entendiera la obra y lo que yo les quiero contar. Me di cuenta de que no los estaba eligiendo como público [a los críticos], entonces era lógico que me rechazaran de todos esos lugares.
Y el rechazo local hizo que empezara a pensar en el afuera. Entonces de chico empecé a viajar, llevé mi obra a España primero, después empezaron a invitarme de Perú, fui a exponer a México, después cada vez más lejos, me llevaron a exponer a Asia, a Nueva York, donde expuse un montón de veces, y me empezó a ir muy bien afuera. Pero era porque tenía una medalla de oro al rechazo en Argentina. Por eso pienso mucho en el público.
Su presente y su futuro inmediato
Recientemente finalizó en la Galería Zurbarán su muestra “Hiperrealismo mágico” que incluyó 20 piezas inéditas, donde mezcló mitología, religión y naturaleza con una técnica clásica.
Al mismo tiempo está finalizando su exposición en Taipéi, Taiwán. En agosto viajará a México, a dar clases y a presentar su libro Los pilares del arte, en la Academia de Arte Realista de ese país. En diciembre tiene previsto tocar Miami donde participará de un estand de tres artistas figurativos de Argentina, en Art Basel.
Actualmente también forma parte de dos muestras en el Museo Europeo de Arte Moderno, en Barcelona: Mímesis, junto a pintores hiperrealistas de la talla de Antonio López, Guillermo Lorca y Roberto Ferri; y la exposición colectiva del premio Modportrait, con el que resultó distinguido.
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