Si en primavera renacen los rosados, en las fiestas los espumosos y en verano los blancos, el invierno es, sin dudas, la estación preferida para disfrutar los buenos tintos argentinos, más allá de que sean los más consumidos a lo largo del año. No obstante, desde el cambio de milenio y de la mano del auge del vino en nuestro país, la desestacionalización domina la escena; también la vínica. Sin embargo, hay algo entre el invierno y los vinos tintos. Por un lado, las vacaciones predisponen mejor para tomarse el tiempo de almorzar y cenar como se debe.
Por el otro, se da la lógica, porque el vino tinto se toma a temperatura ambiente, la cual no significa 30 grados en verano ni 10 en invierno. Esta costumbre viene de los castillos franceses de la Edad Media en los que el tinto se servía “chambré”, y esa temperatura rondaba los 15/16 grados. Si a eso se le suman los dos grados que gana el vino apenas ingresa en la boca, se estará en los 18 grados ideales para los tintos. Por sobre esa temperatura, sobresaldrá el alcohol. Y se sabe, los vinos nacionales son generosos en alcohol por nacer en suelos pobres y climas soleados y desérticos.
Es por ello que la temperatura de servicio será clave para disfrutar los buenos vinos tintos, incluso en invierno. Fundamentalmente porque el consumo se da en el interior de las casas, restaurantes y hoteles. Al calor de las estufas a leña en el mejor de los casos. Esto significa que, para disfrutar el vino, el contenido de la botella es solo una parte, y la situación termina siendo tan importante como el vino, la comida y la compañía, entre otros aspectos que influyen en su disfrute.
Es por ello que llegar a un lugar desde el exterior cuando hace frío, predispone mejor a comer platos calentitos y contundentes, acompañados de vinos que estén a su altura. Los platos de olla que reviven en invierno son los guisos, empezando por el locro, gracias a las fechas patrias (25 de mayo, 20 de junio y 9 de julio). Este guiso andino a base de maíz, también se ha convertido en un clásico en las principales ciudades del país. También el guiso de lentejas gana protagonismo. Y si bien el asado no afloja, son dos comidas que suelen hacerse mucho en las casas.
A estos se le pueden sumar otros guisos, a base de arroz y fideos, con carnes de distinto tipo. En esta categoría se puede sumar la polenta con osobuco. Todos estos platos tienen algo más que la cuchara en común, son contundentes y, como tales, precisan de vinos que puedan estar a su altura. Si se lo sirve con rosados o blancos, el contraste de la temperatura será mayor, porque todos ellos se sirven fríos.
Además, no tienen el cuerpo suficiente, más allá de algunas excepciones. Por lo tanto, hay que apostar a los tintos. Si se eligen livianos, tipo Criolla o Pinot Noir, el maridaje puede funcionar, sobre todo en sabores. Pero sin dudas, un tinto carnoso y con buen volumen, donde la fruta conviva con las especias y las notas de madera, de trago equilibrado pero consistente será el ideal. Porque el secreto de una buena combinación de lo que se bebe y come es que ninguno de los dos sobresalga, sino que sintonicen mejor juntos.
Siempre, después de un bocado va el vino (y no el agua) para poder apreciar los matices del maridaje. Porque no solo son aromas y sabores que se funden en boca, también son texturas. Y los guisos suelen tener muchas cosas, suelen ser jugosos y masticables, con especias y salsas, y muchas veces con la carne. Todo eso realzado por la temperatura del plato. Esa boca atemperada e inundada de sabores necesitará de un vino de trago amable, que no sea tan protagonista desde el vamos, sino que gane con la combinación.
Claro que en la copa va a tener que expresar sus aromas, pero luego serán sus sutilezas acompañando el plato, sus mejores atributos. Cuando más pastoso (o consistente) sea el guiso, más fluido debe ser el vino, y viceversa. Cuando más líquido (o jugoso) sea el plato, más denso debe ser el paso del vino por boca. La calidad, estilo y complejidad estará librada al gusto y bolsillo de cada comensal, sabiendo que la diversidad es una de las grandes virtudes de la vitivinicultura argentina.
Por último, hay que tener en cuenta que estos platos son contundentes y que precisarán de una buena sobremesa, no solo para bajar la comida sino también para terminar el vino.
La siguiente es una serie de etiquetas que, entre otras muchas, cumplen con las características mencionadas:
1- Privado Oasis Sur Bonarda 2019
Bodega Jorge Rubio, San Rafael $2500
Jorge Rubio es un reconocido autor de vinos del oasis sur mendocino. En esta flamante línea ofrece un perfil más fresco y frutado que su reconocida etiqueta Reserva, ya que, si bien el vino posee 12 meses de crianza, es el carácter frutal y especiado el que predomina. Y el Bonarda es uno de los mejores exponentes que nacen de viñas antiguas.
Puntos: 89
2- Hermandad Blend 2020
Falasco Wines, Valle de Uco, Mendoza $6250
Este blend combina diferentes variedades (Malbec, Cabernet Sauvignon, Petit Verdot y Merlot) de distintas zonas del Valle de Uco y logra ser muy expresivo. Voluptuoso, amable y fresco, sus texturas de hacen sentir en su paso por boca, pero bien equilibradas por la fluidez consistente. En el final, conviven su carácter frutal con las notas aportadas por la crianza. Y tal como dice en su contra etiqueta, es un vino apto para la guarda y también para su pronto consumo. Beber entre 2023 y 2026.
Puntos: 91
3- Altimus 2017
Bodega El Esteco, Salta $23.000
Es uno de los íconos de Salta, y un tinto que con los años ha ganado equilibrio sin relegar personalidad ni carácter del lugar. Blend de Cabernet Sauvignon, Malbec, Cabernet Franc y Merlot, de aromas delicados y con predominio de los Cabernet y sus piracinas, con toque maduro y especiado que remiten al lugar. Taninos finos y consistentes. Beber entre 2023 y 2027.
Puntos: 91
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