En la conducta saludable la relación entre placer-displacer es dinámica y constante, sin embargo, aunque las dos son necesarias, las placenteras son las más gratificantes. El Yo no deja de lado el displacer, lo regula y lo integra al conjunto de afectos y emociones. Las vivencias placenteras adquieren realce porque existe el afecto opuesto. La doble cara de la moneda se hace presente en cada hecho humano.
En general, se considera saludable enfrentar los problemas con las emociones que aparezcan sin perder objetividad. Las situaciones adversas se limitan al hecho puntual y los recuerdos de experiencias pasadas sirven para comprender el problema y no para exagerar lo que está ocurriendo.
Cuando no es así, el pasado vuelve para complicar lo que estamos viviendo apareciendo sentimientos de inferioridad; temor; angustia, y en algunos casos ánimo de venganza, resentimiento, que deforman los hechos del presente con la carga del pasado. Cuando la persona confía en sí misma, se valora, se vuelve más independiente y controla mejor los sentimientos de insatisfacción y de hostilidad.
Las personalidades rencorosas y vengativas
En estas personalidades (tanto en hombres como en mujeres) aparece el malestar, la queja, el malhumor; seleccionan todos los malos recuerdos (mucho más en una relación amorosa) dejando de lado los buenos momentos compartidos (o suponen que han estado cargados de falsedad).
Las personas con rasgos de personalidad rencorosas expresan su carisma y sociabilidad, pero su atención está puesta en captar los gestos y acciones de los demás para después criticarlos. Además se convencen de que los demás no valoran sus acciones y que jamás podrán entender su manera de ver la vida, siempre más cercana a que nada sirve o a que todo es falso.
Cualquier explicación no es válida, cae en saco roto, pareciera que nada los conforma. La sonrisa y el buen ánimo están “prendidos con alfileres”, se irritan con facilidad y sufren por la incomprensión ajena y el dolor propio. El patrón más estable es la ambivalencia interna, es decir constantes sentimientos de amor/odio casi en simultáneo.
Así como los recuerdos desagradables “agrandan” un suceso del presente, la mente de los resentidos tiende a generalizar: “los hombres son infieles”, “los hijos son rebeldes y se olvidan de los padres”, “las mujeres son envidiosas”, “los empleados son desleales”, etc. Hay una necesidad de encontrar culpables contra los cuáles se queja y se pelea. La respuesta ante los conflictos suele ser momentánea: salta la emoción y diluye todo raciocinio, incluso pueden exponerse al riesgo con tal de hacer lo que sienten. Llama la atención las reacciones turbulentas e impredecibles.
Hacen un esfuerzo por ser agradables y disfrutar de la vida. No saben cómo dejar de ser vacilantes y encontrar un estado interno más firme antes de tomar una decisión o emitir una opinión. Dan una imagen de personas tensas, vigilantes, controladoras. A algunos se les pone una idea en la cabeza y van por ella sin medir las consecuencias. Viven luchando por ser independientes pero se sienten tironeados por los demás.
En las relaciones amorosas tanto las mujeres como los hombres resentidos deben hacer un esfuerzo para que el cortejo amoroso se deslice por caminos de seducción y entrega. Paradoja mediante, los que ya tienen experiencia en la conquista, en vez de moderar las reacciones, se manifiestan tal cómo son desde el primer encuentro. Se molestan con los rodeos, las palabras que el otro dice, la manera comportarse, etc. Pueden mostrarse seductores y “enganchados”, sin embargo quieren saber la historia amorosa de la pareja, porqué rompió la relación, si se siguen viendo, etc., la vida amorosa del otro es un tema que siempre aparece provocando conflictos.
En las personalidades con rasgos rencorosos y resentidos, las experiencias de fracasos amorosos actúan como férreas resistencias para los encuentros ulteriores. Se vuelven más selectivas, a veces hasta el absurdo desaprovechando verdaderas oportunidades con tal de encontrar el candidato que se ajuste a sus ideales.
A medida que la personalidad resentida adquiere más independencia más difícil se le hace la elección de un compañero. Temen perder el poder que les da la autonomía: “Ni loca perdería la libertad que conseguí” y al mismo tiempo se lamentan por estar solas/solos.
Los cambios corporales provocados por el paso del tiempo es otro gran motivo de enojo. Envidian a mujeres jóvenes; sienten ira y un deseo ferviente de recuperar la lozanía, la gracia de la juventud (¡cómo si alguna vez la hubieran!) En esta etapa de la vida la irritación se convierte en angustia, en tristeza, pudiendo llegar a la depresión.
*Walter Ghedin, (MN 74.794), es médico psiquiatra y sexólogo
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