Evangelina Bomparola: “Nunca me dio miedo la vejez, hasta que empecé a envejecer yo”

Para la diseñadora es momento de balance: la marca que lleva su nombre, cumple este mes 21 años; está hace 25 junto a su pareja y sus hijos comienzan a hacer su propio camino. Cómo vive el paso del tiempo una de las mujeres más elegantes de la Argentina

"Tengo mis licencias, cada vez más, pero descuidar mi imagen es algo que no me permito porque es algo mío, no por los demás"

“Si hay algo que siempre conservé y le transmito a mi familia, a mi marca y a mi gente es la discreción, no somos faroleros. Entonces muchas veces parece que el primero o el innovador es otro, pero siempre hemos roto con lo establecido, siempre hemos buscado en dónde podíamos romper los parámetros”, dice con voz pausada Evangelina Bomparola, como si cada palabra que pronuncia fuera una búsqueda en sí misma, el fruto de una reflexión. Y entonces todo cierra: en un mundo donde mostrarse a los gritos hasta en lo más íntimo y sin demasiado propósito se volvió un lugar común, la discreción que asumió y transmite como parte su ADN es probablemente una de las formas más cabales de distinguirse.

Distinguida es una definición que le queda perfecta. Porque Eva siempre fue distinta, la chica de pelo corto, la roquera con camisa de seda, la señora bien con calle y barrio, la que no pierde la esencia. Y también porque desde siempre, o por lo menos desde hace 21 años, cuando creó su casa de moda con nombre propio, es considerada una de las mujeres más elegantes de la Argentina, una referente del buen gusto en una galaxia sin tantas estrellas capaces de un brillo que permanezca.

Eso convirtió a su marca en un sinónimo de elegancia para mujeres de todas las edades que apuestan por sus diseños y los lucen en todo el mundo cuando equivocarse no es opción, como Florencia Bas en la última entrega de los Oscar, o Lali Espósito, que suele elegirla para presentaciones y entregas de premios internacionales. Una marca que se afianza entre las históricas de la avenida Alvear, donde inauguró el otoño como una de las fundadoras del nuevo Distrito de la Moda BAFA junto a otros diseñadores y comerciantes gastronómicos, hoteleros, joyeros y artistas.

Evangelina Bomparola es una mujer multifacética que ha vestido a las mujeres más reconocidas del país

Le pregunto si no es un peso, una especie de corset, tener que sostener todo el tiempo el lugar de la elegante, de la discreta. Y la respuesta otra vez brota lenta y pensada, atemporal como el estilo y la sutileza de su inteligencia: “Sí, pero los corsets vienen con cuerdas ahora, entonces los podés adaptar. Antes se ajustaban con ganchos, pero hay determinadas formas que hoy tienen elásticos y son mucho más confortables”, dice y se ríe.

–¿Y cómo te llevás con el tira y afloja de esas cuerdas, con ser la imagen de tu marca, con que esa marca sea tu nombre?

–Lo llevo, porque los límites, como el corset, son algo que te ponés vos. Siempre hay un lugar por donde vos podés abrir la puerta y salir a jugar. Tengo mis licencias, cada vez más, pero descuidar mi imagen es algo que no me permito porque es algo mío, no por los demás. Mi estado de ánimo tiene mucho que ver con cómo me veo, y me gusta agradarme. Parte de eso es también ir aceptándome, entender que no sigo siendo la misma que hace treinta años.

–¡Seguís siendo! Pero me interesa de todos modos lo que decís de aceptarse.

–Bueno, la aceptación es como las olas del mar, va y viene: poner un poco de resistencia, después entregarse, ese ir y venir. La verdad es que yo nunca le tuve miedo a la vejez, ni a la muerte, hasta que me volví finita y empecé a envejecer. Entonces, no es que le tengo miedo, pero hay ciertas cosas dónde no entiendo dónde estoy parada, digo “¡¿Qué es esto?!

Sus diseños son únicos debido a que sigue su esencia: no se guía por las modas del momento

–¿Y en qué momento te encontraste preguntándote “qué es esto”?

–A los 50 años. Cumplir 50 años es una cosa que, si querés jugar con la palabra, o perdés la cuenta y decís “sin cuenta”, literal, o tomás cuenta realmente de que tenés medio siglo, de que ya no estás parado en el medio de la vida como en la canción de Serú, y entendés que, bueno, en algún momento la fiesta se termina y te agarra como una cosita de decir: “¡Pero yo quería un poco más!”, y te repetís: “No, mejor calidad que cantidad” (se ríe). Son momentos que coinciden con que los chicos crecen, te necesitan menos, o te requieren menos, porque te siguen necesitando.

–Eso es fuerte también: tenés a Beltrán y Esmeralda, de 22 y 18, y estás casada con Juan (Pons) hace casi 24 años, la mitad de esa vida de la que “tomaste cuenta”, y ahora les toca otra etapa, la del nido vacío.

–Con Juan estamos juntos hace 25 años, el primero de diciembre de 1998 nos pusimos de novios y creo que estábamos en el momento justo para encontrarnos. Si me preguntás cómo se hace para pasar media vida con alguien y seguir teniendo ganas, te diría que con él no es fácil ni difícil, porque somos muy compatibles, tenemos tiempos muy parecidos y valores iguales, a los dos nos gusta el silencio y estar tranquilos, como que no nos perdemos de nada estando juntos. Y sí, estamos cada vez más solos en casa, con Beltrán afuera y Esmeralda saliendo todo el fin de semana. Los chicos de pronto te convocan menos, se arreglan más sin ayuda porque los criaste independientes. ¡Tanto hablaste de la independencia, bueno, ahí la tenés! (se ríe) Pero nosotros nos tomamos un vinito, nos vamos a dormir temprano, entrenamos, estamos juntos y las cosas suceden.

–¿Cómo sentís que lleva Esmeralda el hecho de tener una mamá que es una de las mujeres más elegantes de la Argentina?

–Yo creo que, como toda hija mujer con su madre, busca diferenciarse abruptamente. Lo que pasa es que hoy lo sofisticado tiene que ver con otra cosa que no es lo elegante o lo distinguido, sino lo elaborado, lo personal. Y Esmeralda tiene de mí la comunicación a través de la vestimenta: ella comunica. Todo está pensado por algo, aunque no sea la intención, es algo que le nace. Elige y sabe muy bien lo que le queda bien y lo que no, tiene muchísimo criterio y mucha personalidad para vestirse, y tiene un por qué, no es que se pone la pollera que se usa. Ella entiende que su mamá es una persona que dentro de la Moda es alguien destacado, y quizá por eso quiere estudiar afuera y hacer su vida afuera, para no tener que competir.

Evangelina es una mujer apasionada y con convicciones

–¿Qué va a estudiar?

–Dirección Creativa aplicada a la Moda.

–Bueno, quiere diferenciarse, pero a la vez sigue tus pasos.

–La verdad es que es también la forma como yo hoy interpreto que es el diseño de indumentaria. Hoy los actores del diseño en moda son directores creativos.

–¿La ves siguiendo con la marca, pensás en la trascendencia y en que sea de alguna manera tu heredera?

–No, eso no. Ella va a hacer su camino.

–Y, más allá de estar todo el tiempo en contacto con lo nuevo y con lo que pasa, ¿te modificó en algo la manera de pensar colecciones tener dos adolescentes en tu casa?

–Claro, tengo un caudal de información fresca que no tengo que salir a buscar, eso siempre es una ayuda. No tengo que googlear porque lo tengo ahí. Y tengo dos extremos, porque Beltrán es un intelectual al que la ropa le importa cero, y a Esmeralda le importa mucho intelectualmente la ropa. Entonces son manantiales de información en los que me apoyo mucho, y lo de Esme es realmente muy importante, sobre todo en la post pandemia, vive muy aggiornada con la música –es fan del rap– y la forma de vestirse.

–¿Por qué, qué cambió en la forma en que nos vestimos y pensamos la moda?

–Primero, se aflojó todo. De pronto todo es grande, lánguido, suelto. El cambio es notable porque todos empezamos a optar por el confort. Hoy la premisa es el confort.

–Pero en realidad para vos esa fue una premisa desde siempre.

–Sí, de toda la vida. También transformar ropa, que el pijama con un taco te sirva para ir a un cocktail. Lo que veo raro en nuestro país, porque viajo un montón y tengo amigos y una vida social en los lugares a donde voy, es que afuera la gente se viste, no se desviste; los cuerpos se cubren, no se descubren. Hay una cosa con la calidad, y está todo bien con la vejez y si tenés unos kilos de más, porque hay algo con el rescatar lo natural del cuerpo y el disfrute, del goce por comer, por tomar, por pasarla bien, sobre todo en Europa, que es a donde más viajo.

–¿Y en la Argentina?

–Uno tiene un negocio y tiene que escuchar a sus clientes, así que es tomar y adaptar, pero me estoy volviendo loca con el tema de la desnudez. No puedo comprender cómo por un lado está la conquista de las mujeres corriéndose de la cosificación y denunciándola y, por otro, justificándola más que nunca. Me impacta y me da un poquito de angustia, porque siento que se perdió el tiempo. Que todo lo que se escribió y se dijo fue al pepe, me mortifica.

–¿Y lo ves en lo que te piden?

–Yo trato de tener un límite. Vendo unos vestidos de red de cristales que son divinos, una red que abajo lleva un fourreau del mismo color que la red, en nude, que parece que estuvieras desnuda, pero no estás, y la versión en negro con su fourreau negro. Y me pasa que se vende todo junto, y después lo veo puesto y lo llevan sin el fourreau. Y me llama mucho la atención esa necesidad que hay de mostrar el cuerpo. No me gusta juzgar, pero sí estoy ávida de entender socialmente qué significa.

Evangelina suele estar presente en su local para conocer los pedidos de sus clientes

–Pensaba también que a lo largo de estos 21 años viste pasar modelos, actrices, ahora influencers, ¿cómo hacés para mostrar hoy tu ropa? ¿A quiénes elegís y por qué?

–Yo me enamoro de talentos, no me importa de dónde vienen o cómo se definen. Ya no hay personas que se pongan un vestido y se venda de a montones, pero sí muy queridas y amadas por su público, que está súper segmentado. Cuando vestís a alguien tan amado, si vos le pusiste el vestido o se lo puso otro da lo mismo, porque la figura es ella. Es un ejercicio nuevo, porque antes era un poco al revés, vos bendecías a alguien poniéndole tu ropa. Tengo gente que me ayuda con las redes, pero a las personas que visto las elijo yo. Soy yo la que me siento a tomar un café con las personas que me interesa vestir, eso no lo delego. Y no me importa si tienen 3 millones de seguidores en Instagram o 28 si no hay algo que las identifique con lo que hago.

–Como empresaria pasaste muchas crisis defendiendo tu marca, ¿cómo es la situación hoy?

–El otro día las conté. Yo creo que fueron cinco crisis desde que arranqué, en mayo de 2002: empecé en pleno desastre post 2001, cinco presidentes, salías a comprar telas con el dólar, no sé, a dos pesos, y volvías a tu casa y habías comprado a $3,80, y al otro día estaba $2,90. O sea, era la Argentina prendida fuego. Después hubo un páramo de un ratito, ¡y hubo que pagar ese ratito! Esta última crisis es muy profunda, porque ya no ves la salida y no te queda mucha esperanza.

–¿Y qué hacés ante eso?

–Yo lo vivo como un repliegue hacia adentro, apelar muchísimo a mis empleados, a la gente que trabaja para mí, y tratar de ir contra la inflación todo el tiempo para que sus sueldos no pierdan valor y no se sientan atrapados, porque eso es lo que le pasa a mucha gente con la que hablo, la sensación de estar atrapados. Todo el mundo repite “hay que irse”, ¿pero a dónde se van a ir? La mayoría no puede ir a ningún lado. Entonces es tratar de salir de esa angustia, decir cuidemos el trabajo, hagamos de esto un buen proyecto. Pero obviamente borré todas mis ambiciones, las de vender afuera, abrir cuatro locales, abrir en un shopping.

–¿Eso se acabó para vos?

–¡Se acabó! La gente de los shoppings hace lo imposible por prender la luz todos los días, el mercado se reprimió y se hizo así de chiquito. Hoy creo que somos más jugadores que público viendo el partido. En las crisis lo único que se puede hacer es tratar de seguir vivos. Hoy la premisa estar sanos como empresa y seguir produciendo creatividad. Yo no puedo atarme al mercado, decir por ejemplo “hay que hacer la falda pencil porque es la que se vende”, si tengo que hacer eso, me mato.

–Claro, esa es otra pregunta: ¿cuál es el límite?

–Mi límite es ese, tener que pensar cada uno de mis modelitos en pos de agradar. No podría, no quiero. Y de todas maneras, ya no soy tan libre, es mucho lo que hoy depende de mi empresa.

Evangelina Bomparola apuesta a una marca propia, con los riesgos que conllevan las dificultades que la industria de la moda plantea en nuestro país

–¿Cómo fueron los comienzos y qué es Evangelina Bomparola hoy, dos décadas después?

–¡Empecé en el living de mi casa! Y crecí mucho, los primeros diez años fueron de crecimiento sostenido. Y los segundos, como el país, sosteniendo lo que tengo para que no se caiga. Tengo un local en Alvear, no me quejo, tengo que agradecer todos los días que lo sigo teniendo y puedo pagar mis obligaciones. Doy trabajo, tengo ocho empleados y quince talleres que trabajan para nosotros, pero en este país te castigan por dar trabajo como si no lo dieras. Es un poco lo que es ser empresario en la Argentina, las cargas, no tener nunca claro cuáles son tus derechos y cuáles las obligaciones, que sean todas obligaciones.

–¿Cuándo sentiste que habías dado la vuelta, de la chica que salía en las fotos de sociales a la diseñadora con nombre y peso propio?

–Cuando me empezaron a llamar para hacer desfiles con grandes curadores. Cuando me llevaron a la Fashion Week de Nueva York. Primero vino de afuera, y después me la empecé a creer.

–¿Recordás haber vestido a alguien que haya sido un punto de llegada?

–Cuando vestimos a Juliana Awada para el debate presidencial de 2015, fue un salto tremendo. Ella se vestía con nosotros desde mucho antes, pero esa noche usó un traje blanco y al día siguiente había fila en la puerta del local esperando que abriéramos para comprarlo. Yo le había hecho ese traje blanco a ella, no había otro, así que tuvimos que salir a vender humo, probar sacos de otros colores y mandar a hacer, ¡una locura!

–¿Cómo te llevás con los nuevos tiempos de la Moda, colecciones express, cápsulas, información constante, justo vos que sos tan reflexiva, que siempre te gustó indagar, investigar, algo muy propio de tu profesión, porque estudiaste Historia y Comunicación?

–Ahora hay que tener todo muy a tiro, antes eran dos colecciones, dos shootings y dos desfiles al año. O sea, dos momentos de tensión al año. Ahora estás todo el tiempo así, ya no hay lugar para la investigación. Te la pasás moviendo figuritas. En la oficina tenemos paredes móviles y cada una es un corcho con referencias, molderías, muestras que cambian todo el tiempo.

–¿Cuántas piezas tiene cada colección?

–Nunca menos de 50 diseños, que es un montón porque vos trabajás para una clientela reducida que es siempre la misma, más una periferia de la señora que se hace un vestido porque se casa la hija, pero al cliente fijo lo tenés que volver a enamorar todo el tiempo.

–¿Y eso cómo se hace?

–Innovando. Escuchando. Ahora estoy en una etapa en que estoy muy presente en el local. Quiero saber qué le dicen a la vendedora. Estoy investigando este tema de la desnudez y quiero ver cuándo y por qué quieren subir un tajo o acortar una falda. Se trata de cambiar de banda, todos queremos escuchar siempre lo mismo, pero después de los 45 tu selección de Spotify no puede quedar en los mismos artistas, porque muchos se nos mueren y otros dejan de producir novedades. Hay que buscar información nueva.

La diseñadora tiene una tienda exclusiva en Recoleta

–A fines del año pasado te aliaste con emprendedores de otros rubros para armar el Distrito de Moda en la Avenida Alvear, el BAFA.

–Sí, lanzamos una unión de comerciantes y empresarios de Recoleta con apoyo del Gobierno de la Ciudad para preservar e instalar la zona hacia el turismo como un distrito de Moda, Arte y Diseño. Para mí lo más rico es, de nuevo, poder escuchar. Entender cómo resuelven mis colegas los mismos problemas que tengo yo. En Moda vivimos cada uno metidos en su cono del silencio y a veces parece imposible interactuar y hacer fuerza juntos. A mí este encuentro me abrió a otros actores de la Moda que no son necesariamente diseñadores.

–¿Cuesta más juntarse entre ustedes?

–Ojo, tengo un montón de amigos diseñadores, pero siento que siempre hay un recelo con lo que compartimos. Y a todos nos pasan cosas parecidas, todos tenemos mercadería en la Aduana, todos pagamos sobreprecios, todos tenemos el mismo despelote y hay gente que tiene más astucia para resolverlos y te enseña caminos mejores.

–Se dice, se escribe y se percibe a veces sin mucha más información que nuestro bolsillo achicado por la inflación, que la ropa está muy cara, ¿es así? ¿por qué?

–Es que hay un montón de impuestos de los impuestos e impuestos a los impuestos de los impuestos, metidos en cada una de las cosas que ves en un perchero. No es solamente IVA, Ganancias, Ingresos Brutos, sino el impuesto al cheque, los impuestos a los empleados, los inmobiliarios. Cuando te manejás en un carril blanco, con un local a la calle que da factura, es imposible absorber todos esos costos sin trasladarlos al precio de las prendas. Hay un universo al que nadie cuestiona, que hace absolutamente todo en negro. Pero nos señalan a los que tenemos las cosas en regla, las caras visibles.

–Con el diario del lunes de todo lo que implica tener una marca más allá del trabajo creativo, ¿volverías a empezar?

–¡Qué difícil! Es una trampa la especulación histórica, porque la verdad que en su momento yo lo hice tan convencida y creyendo tanto en lo que estaba haciendo… y no me fue mal. Si analizo el contexto, hasta te puedo decir que me sigue yendo muy bien ahora, incluso con todo esto que te cuento.

–Bueno, de alguna manera, la marca construyó también tu identidad. Era inimaginable seguro este lugar para la chica de barrio que fuiste; vos creciste en lo personal junto con una marca que es tu nombre.

–Bueno, cuando yo hablo con mi equipo de Evangelina o de EB, hablo de la empresa. Cuando hablamos de mí, soy Eva, y lo tengo muy disociado, aprendí a correrlo mucho de lo personal. Si no enloquecés, porque se te va la vida y el nombre en cada cosa que hacés.

La diseñadora no comprende la moda de la desnudez y mostrar el cuerpo por demás: sus diseños son refinados y elegantes

–Bueno, también Eva ha recorrido un largo camino en estos veintiún años.

–Sí, lo puedo ver por suerte. La verdad es que no desperdicié un segundo de mi vida. Creo que es la curiosidad, y como estoy en este momento en que miro hacia atrás y saco la cuenta, siento que no hubiese podido llevar adelante EB sin el apoyo de Juan. No sólo porque él entiende el manejo de una empresa de indumentaria (es vicepresidente y managing director de Wolverine, con base en Santiago de Chile), sino porque tiene una cabeza muy concreta: le encantan los sueños, pero dos más dos es cuatro y no me des la vuelta, necesita el qué y el cómo y me enseñó a pensar como una empresaria.

–Luchaste contra muchos prejuicios y defendiste tu lugar la Moda con perseverancia y trabajo. Eso exige más que una cabeza de empresaria.

–Yo siempre salí a buscar las cosas, las construí, hice los sueños realidad. Y estoy en un momento en que quiero soltar más las cosas al azar, quiero poder tener más tiempo libre. Es todo parte de lo mismo, de reconocer lo hecho y entender que se acaba, de darme más licencias.

–¿Y qué hacés en ese tiempo libre, cuando Evangelina es Eva?

–Veo mucho cine, leo mucho, veo muchas muestras de amigos, estudio inglés incansablemente, porque soy disléxica, que es algo que supe hace poco: yo siempre pensé que era distraída, que vivía en la luna. Lo supe a partir de estudiar idiomas y que me costara tanto. Se me mezclan las palabras y tengo niveles muy cortos de atención, me salva que soy profunda, entonces vuelvo y me agarro fuerte. Me pasa por ejemplo con los nombres de gente de la que sé todo y se me mezclan y sufro, porque no logro ser lo educada que quiero.

–¿Cuánto te pesó moverte en un ambiente social lleno de convenciones, la obligación de los buenos modales?

–Me encanta la educación. No sé si es porque me estoy poniendo grande, pero cada vez me gusta más la gente educada. La gente que viene a comer a tu casa y al día siguiente te llama para agradecer, la gente que le hiciste un favor y lo reconoce, el honor de las personas. Me conmueve el honor de las personas. Siempre me gustó la gente educada, pero ahora es algo en lo que no transo, los maleducados no tienen cabida para mí.

Cuando te manejás en un carril blanco, con un local a la calle que da factura, es imposible absorber todos esos costos sin trasladarlos al precio de las prendas

–Decís que estás grande, pero debés tener rutinas para estar igual de fabulosa, ¡no cerremos esta nota sin revelar al menos algunas!

–A la mañana me levanto y hago unas clases de gimnasia que compro online, con la computadora desde casa. Intenté, pero no me gusta ir al gimnasio, me angustia. Me gusta caminar al aire libre, pero sólo lo puedo hacer los fines de semana, así que aprovecho para salir con alguna amiga. Y hago un poco de cinta cuando tengo tiempo en casa. La cara me la cuidé toda la vida, lo que hice fue ir agregando etapas: limpieza, loción, hidratante. No tengo cirugías porque para mí son algo serio, pero siempre tuve buenos dermatólogos que me acompañaron cada uno en un etapa diferente, y los tratamientos que hago tienen que ver con restablecer colágeno. No uso rellenos ni nada que altere facciones. Y básicamente nunca hice canje.

–¿Cómo te llevás con ese mundo nuevo de los canjes?

–No entro. No pido, ni doy.

–Una última pregunta retroactiva: ¿Qué le dirías a la Eva que hace exactamente 21 años siguió su sueño y abrió su marca en el living?

–Hay algo que sí me diría; yo fui y soy de tiempos muy lentos, y quizá me detuve demasiado en algunas cosas que no valían la pena. Yo entré al mundo de la Moda pidiendo permiso porque no era Diseñadora de Indumentaria con título de ninguna Universidad y fui muy criticada y medio snobeada por gente que sí lo era, y eso me dolía, porque toda la vida respeté muchísimo lo académico y me formé todo el tiempo, porque en mi familia la diferencia se hacía estudiando. Fui un poco insolente y llegué por eso, pero me diría que no hay que hacerle tanto caso a lo que dicen los demás. Eso: “No hagas tanto caso, Eva”.

Seguir leyendo