Tomás y Agustina son una pareja heterosexual de 30 y 28 años, sin problemas de salud, ni económicos, que conviven juntos desde hace poco tiempo. Con un perfil feminista y con un reparto de tareas muy igualitario, ambos mantienen ciertas amistades por separado, pero reconocen que están enamorados y se desean. El sexo es muy importante en sus vidas y frecuente tema de conversación con sus colegas y hasta con sus respectivos padres, pero deciden ir a ver a un sexólogo porque llevan cuatro meses sin tener relaciones.
Cada día es más frecuente ver casos como el de Tomás y Agustina, parejas jóvenes que visitan los centros de sexología para tratar una situación cada día más común: la falta de relaciones sexuales. Hablamos de parejas jóvenes (entre 25 y 35 años), que apenas llevan saliendo un par de años o tres y que sienten que su vida sexual está totalmente estancada. Pero, ¿esto porqué sucede?
Cuando iniciamos una relación de pareja uno de los mayores alicientes son las relaciones sexuales. Este es el caso de personas cuya sexualidad es aceptada y disfrutada al 100%. En caso contrario, las relaciones sexuales se ven como algo aversivo y se hace lo posible para no vivenciarlas. Por eso, cabe aclarar que hablamos de personas sin ningún tipo de disfunción sexual y con una visión del sexo positiva.
Entonces, ¿qué puede hacer que dos personas jóvenes, sanas, enamoradas, sin estrés ni problemas de otra índole, deban recurrir a terapia de pareja porque, aunque tienen deseo, hace meses que no mantienen relaciones sexuales? Para los especialistas, muy probablemente, la respuesta está en la mente.
Aunque las creencias erróneas siempre han sido el gran impedimento del homo sapiens para desarrollar todo su potencial, ahora se dispone de todo un abanico de conceptos que, malinterpretados, pueden constituir el más poderoso repelente sexual.
Existe una enorme dispersión mental en torno al sexo, debido a la cantidad de información que disponemos. Todos buscamos sensaciones nuevas afuera, pero la sexualidad es concentrar la atención en el cuerpo, en el juego físico, en lo sensorial. Nuestro deber, a día de hoy, es apagar, temporalmente, la mente para poder conectar con el cuerpo.
“Los seres humanos estamos rodeados de mitos y falsas creencias que hacen que no podamos gozar en la cama. Lamentablemente, la pornografía fue uno de los pocos educadores sexuales que tuvimos, nos falta educación sexual y no nos animamos a pedir lo que nos gusta porque nos da vergüenza”, señaló Florencia Salort, ginecóloga y sexóloga del Hospital Italiano de Buenos Aires.
Debemos tener presente que el deseo sexual, o la falta de éste, tiene estrecha relación con nuestros genes y su predisposición para ser combinados con el máximo de sujetos posibles para conseguir asegurar la futura generación. Pero, aparte de los factores genéticos y evolutivos, también tenemos los factores emocionales.
Las sociedades occidentales en particular han sufrido una epidemia de enfermedades mentales en las últimas décadas, con especial influjo de las depresiones y los desórdenes de ansiedad. La inseguridad laboral e inmobiliaria, el miedo al cambio climático y otros factores como la destrucción de los espacios comunes o el deterioro de la vida social influyen y provocan problemas relacionados con la salud mental.
Una de las mayores afecciones psicológicas en la actualidad es el estrés. Las relaciones sexuales necesitan, entre otras cosas, de un ambiente interno tranquilo para darse de manera positiva. Es decir que, si tenemos la cabeza en otro lugar o estamos preocupados por algo, es mucho menos probable que tengamos ganas de sexo general.
La ciencia conecta esta epidemia con el creciente aumento de la inseguridad, muy presente en la naturaleza de la vida moderna. En este sentido, la mayoría de investigadores coincide en que son los jóvenes los que más sufren la caída de la actividad sexual.
En este mundo, aparentemente hipersexualizado, la pérdida de ganas a la hora de mantener relaciones con una pareja estable es más común de lo que parece, y los estudios así lo confirman. Un análisis de la Universidad de San Diego concluyó que los millennials (personas nacidas entre los años 1980 y 2000) tienen menos encuentros sexuales que los jóvenes de la Generación X (1960-1984) y los del Baby Boom (1946-1965).
De acuerdo con otra investigación publicada en The Journal of Sex & Marital Therapy, un 54% de los hombres y un 42% de las mujeres reconocen que no están satisfechos con la frecuencia sexual de sus relaciones de pareja a largo plazo.
Al iniciar una relación de pareja lo habitual es que la frecuencia de relaciones sexuales sea muy alta. Es una fase “regada” de hormonas, dónde la testosterona (la única hormona que se ha demostrado directamente relacionada con la apetencia sexual tanto en hombres como en mujeres) y la dopamina están a flor de piel, y eso se nota.
Como nada es para siempre, al poco tiempo de estar en pareja todo se normaliza: comenzamos a sentir más nuestra individualidad y vemos a la otra persona de una manera más racional. En muchas ocasiones, esto coincide con el hecho de mudarse juntos y comienza a existir una mayor rutina en todos los sentidos.
Actualmente la presión social por ser “el mejor” es imperante. Y no podemos hacerlo todo. Es decir que la mayoría de las veces el mayor problema reside en la falta de tiempo para tener esas relaciones sexuales y la prioridad real que le damos. Cuando hablamos de prioridad real nos referimos exactamente a eso. Una persona puede decir que para ella es súper importante alimentarse correctamente y luego, por falta de tiempo, acabar cada día comiendo cualquier cosa procesada. El resultado: incoherencia vital.
Con el sexo pasa lo mismo. Podemos gritar a los cuatro vientos que para nosotros el sexo es súper-mega-ultra importante, pero si luego no le damos la prioridad en forma de tiempo en nuestras vida no va a llegar a producirse. Y acá aparece una pieza clave de este rompecabezas: la creencia de que las relaciones sexuales tienen que llegar siempre de manera innata, sin planearlas, de forma totalmente emocional, como amantes furtivos en una noche de verano al amanecer.
Lo cierto es que esto no es así en la mayoría de los casos. Y hay parejas que, esperando a que llegue esa fuerza interna que las conecte en una relación sexual perfecta, se pasan meses y meses sin contacto. Y es que, ¿de verdad pensamos que con el ritmo de vida que llevamos el sexo es algo que va a nacer de manera “impulsiva” siempre?
“Nos sentimos exigidos por ser ‘buenos en la cama’. Vivimos rodeados de estereotipos. Creemos que los cuerpos ‘perfectos’ son sinónimo de cuerpos gozantes. O incluso que el deseo sexual tiene que ser espontáneo. Por suerte, cada vez se entiende más que el sexo también tiene que ver con las caricias, las miradas, los besos y los abrazos, y no solo con la actividad coital”, finalizó Salort.
Es muy común que uno de los miembros de la pareja tenga una libido más baja o más alta que el otro, o que uno tenga una actitud más pasiva a la hora de iniciar las relaciones sexuales. Del mismo modo, muchas personas no experimentan un deseo sexual espontáneo y descubren que éste solo suele aparecer cuando su pareja hace un avance. También es posible que necesiten que el entorno y el ambiente sean los adecuados.
Ambas cosas pueden hacer que uno de los dos sienta que el otro no se siente atraído por él, mientras que el otro siente que no pasa nada. Preocuparse por la vida sexual también puede deberse a la sensación de que no se practica tanto sexo como “se debería” y a pensar que los demás lo hacen mucho más que uno. La verdad, por supuesto, es que la cantidad “correcta” es la que le venga bien a cada persona y a su pareja, ni más ni menos.
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