El Parador La Huella se convirtió en un símbolo de José Ignacio, Uruguay, y sin dudas es uno de los pilares del gran crecimiento turístico que tuvo el pueblo de pescadores. Sin embargo, por conflictos que mantendría con algunos vecinos por supuestos daños al medio ambiente, ruidos molestos y música hasta tarde con alto volumen, próximamente cerraría su puertas y se trasladaría.
Sin embargo, la mudanza no sería en lo inmediato: trascendió que ocurriría dentro de un año, para que los dueños tengan tiempo de acondicionar el espacio en su nueva locación.
Su icónico plato de corvina a la parrilla, uno de los más pedidos por sus comensales, su interminable listado de mariscos a la parrilla y el volcán de dulce de leche con helado de banana -la opción para los más golosos- continuarán sirviéndose con la misma calidad que los hizo célebres, pero ya no en José Ignacio.
El restaurante se prepara para reubicarse y, a pesar de que el nuevo destino aún es incierto, se especula que podría tratarse de un lugar cercano a La Caracola, otro exclusivo parador sobre el mar ubicado en la lengüeta de Laguna Garzón. Aseguran que sus dueños buscan volver a construir cerca del mar, pero en las afueras del pueblo.
Luego que empezaran a circular los rumores, varios de sus clientes de más de dos décadas de fidelidad se pusieron nostálgicos y comenzaron a preocuparse por perder la cercanía con el restaurante.
Es que muchos de los vecinos de José Ignacio inundan sus mesas cada verano pero también, cuentan con su cocina en el invierno, ya que el restaurante es uno de los pocos que permanece abierto durante todo el año.
Poderosos empresarios, políticos influyentes, figuras del espectáculo nacional e internacional y hasta el Emir de Qatar, Tamim bin Hamad al Thani -que días atrás fue visto almorzando con el ex tenista Gastón Gaudio en ese restaurante- se sientan en cualquiera de sus mesas para disfrutar de las delicias culinarias de La Huella y logran pasar desapercibidos en un paisaje agreste, distinguido y solemne.
Familias tradicionales de Punta del Este atesoran en sus corazones la fiesta de casamiento de un hijo, el cumpleaños de su esposa o el aniversario de casados, situaciones en las que La Huella deja de funcionar como restaurante y se convierte en salón de fiestas.
Con premios en todo el mundo y elegido como el mejor restaurante de Uruguay, La Huella siempre integró el listado de los Latin America’s 50 Best Restaurant. En 2015 se ubicó en el puesto 11, mientras que en 2022 alcanzó el puesto 25. Pero detrás del éxito, se esconde una historia de esfuerzo, amistad e ilusión por apostar en un tranquilo pueblo de pescadores y en una zona donde apenas la electricidad llegaba a unas pocas casas.
Casi a finales de los ‘80, Ervin Eppinger y Hugo González levantaron sus hogares en José Ignacio. No se dedicaban al rubro de la gastronomía, pero querían dejar su granito de arena en aquel pueblo. Por eso, contactaron a los cocineros Martín Pittaluga y Guzmán Artagaveytia, que ya trabajaban juntos.
Hoy, ambos son sus propietarios y fundadores, junto a Gustavo Barbero. Los dos primeros se dedican a la cocina y la gestión del restaurante, mientras que el tercero es contador. Así, quedó completado un equipo que se volvió invencible con el paso de los años.
El trío de amigos, que se apoyó en los dos cocineros del equipo, solo buscaban tener un austero parador de playa. Pero su elevada gastronomía hizo que el proyecto original les quedara demasiado pequeño y terminaron transformándose en un restaurante frecuentado por turistas de todas partes del mundo convirtiéndose en un clásico de José Ignacio.
Desde su juventud, Martín Pittaluga se dedicó a la cocina y pasó por todas las instancias laborales hasta llegar a cocinero. Fue mozo y lavaplatos. Trabajó en muchas ciudades de Europa y hasta en el Orient Express.
Luego de adquirir toda esa experiencia, en los ‘90 volvió a Uruguay y se instaló en José Ignacio. Hasta que abrió La Huella, estuvo detrás de cinco restaurantes, mucho antes de que se viviera el boom inmobiliario y turístico que hoy experimenta la zona.
Por su parte, Guzmán Artagaveytía también contaba con una gran experiencia como cocinero en el exterior. Antes de asociarse en La Huella, había trabajado con Francis Mallmann en su exclusivo restaurante Los Negros, ubicado dentro de su casa, donde solo se atendían a un puñado de mesas por noche frente al faro de José Ignacio.
El Parador La Huella tomó su nombre de un cuadro pintado por el artista plástico, Pedro Fígari. En diciembre de 2001 y en medio del caos político, económico y social que por ese entonces vivía la Argentina, La Huella abrió sus puertas.
Al final de esa temporada, los números sorprendieron a sus dueños, ya que habían sido superiores a sus expectativas. Desde entonces, no pararon de crecer. Pasaron de hacer 50 cubiertos a más de 1500 por noche.
Hoy conseguir una reserva es una verdadera quimera. En diciembre de 2022, las recepcionistas les pedían a los clientes que intentaran obtener una mesa, recién, para después del 6 de enero.
El año pasado, la historia detrás de este fenómeno gastronómico captó la atención a tal punto que Alessio Rigo de Righi realizó el largometraje “La Huella, historia de un parador de playa”, que fue seleccionado en la sección Culinary Zinema del Festival de San Sebastián.
Días atrás, el documental se presentó en el José Ignacio International Film Festival, donde los espectadores observaron cómo se realizan los platos más icónicos de su carta, además de la historia del lugar contada de primera mano por sus dueños.
Hoy, veinte años después, los tres amigos uruguayos se enfrentan a un nuevo desafío: reubicar al restaurante que los consagró en el podio de Uruguay y el mundo.
Seguir leyendo: