El compromiso en la pareja comprende cuidarse mutuamente, el respeto, la empatía, y, por ende, sostener y nutrir la base afectiva. Las consideraciones vinculares pueden ser normas generales que se naturalizan como propias, o bien se construyen en el ámbito de cada unión. Los cambios a lo largo de los años han llevado a superar las normas impuestas por la sociedad y las religiones (cumpliendo con una rígida vida marital y familiar) hasta convertirse en un modelo más flexible donde las reglas se construyen en el ámbito de lo privado.
En estos últimos tiempos la monogamia ya no ejerce tanto su poder como antes, permitiendo que las personas puedan poner en discusión esta norma moral, quizá sin transgredirla, pero por lo menos, hablar, fantasear o animarse a romperla con acuerdo previo. El nudo de la cuestión es el consenso.
Las parejas que pactan abrirse a terceras personas deben cumplir con algún tipo de acuerdo para que el vínculo original no se ponga en peligro. La regla sería: podemos estar con otras personas para que nuestro vínculo se nutra de esa experiencia, no para que ponerlo en riesgo.
Se sabe que no toda pareja está preparada para abrirla, es más, tener relaciones abiertas consensuadas con la única intención de salvar un vínculo que hace agua, es dar el paso que faltaba para la ruptura. Por lo tanto, las relaciones abiertas necesitan de un consenso previo basado en vivir nuevas experiencias sobre una base de solidez vincular.
Ojos que no ven
La infidelidad es una conducta de riesgo: ocultamiento, estar atento para no “pisarse” en los argumentos, justificar horarios, ausencias, mensajes; comprometer a amigos en la mentira, sentir que la conducta es irrefrenable, con culpa, pero con menos arrepentimiento. Las personas infieles, pueden sentir culpa por la deslealtad hacia su pareja, sin embargo, cuando tienen que hacer una crítica no todos la consideran negativa, es más, sienten que dieron rienda suelta a un deseo personal.
He aquí dos sentimientos que surgen cuando se es infiel: la culpa por faltar a un acuerdo vincular y la valoración de la conducta como un hecho privado, que solo abarca el propio deseo, como si la razón pudiera disociar el hecho: “una cosa es mi relación con mi pareja, y otra cosa es lo que me pasa con un tercero”.
En esta disociación las decisiones personales se ponen al mismo nivel de la unión de compromiso, incluso lo superan, ya que la persona “infiel” defiende su postura individual, aunque no lo diga. En estos tiempos de defensa de lo propio, de la libertad personal dentro de la pareja, la separación entre lo individual y lo compartido se convierte en el modelo a seguir: nadie quiere, como sucedía en las generaciones pasadas, que la unión se convierta en una dependencia mutua. Esta mirada personal sobre el acto infiel está siendo muy frecuente “es algo mío, lo necesitaba”.
Para algunos este argumento será una defensa para mitigar la culpa, para otros será la expresión genuina de un deseo. El tema que se pone de relieve más allá de crítica o valoración de una conducta es que, el otro, de alguna manera u otra, estará presente.
Corazón que siente
¿Y qué pasa cuando se rompe el, ocultamiento, cuándo la verdad sale a la luz? Hay distintas reacciones frente a la conducta de la pareja infiel, desde la extrañeza (“creí que lo/la conocía y me equivoqué”), la ira (“le junté la ropa y lo/la eché”), la angustia (“me decepcionó, años de amor tirados a la basura”), autorreproches (“debí estar más atento/a a las señales”), la revancha sexual (“ahora me libero, le voy a hacer caso a mis amigas/os); la revancha económica (”ahora me va a rendir cuentas de todos los bienes que me ocultó durante años”) y la reacción depresiva (”no soporto esta situación, no voy a salir de esta tristeza).
Existen estudios que demuestran que la reacción frente al hecho infiel está dentro de los factores estresantes relacionados con la humillación, provocando síntomas depresivos. Un alto porcentaje de personas refieren depresión mayor después de descubrir la infidelidad en el último año, sobre todo cuando el vínculo de pareja viene con problemas y no cuentan con los recursos psicológicos necesarios para afrontar el hecho (insatisfacción y falta de ajuste marital).
Los eventos traumáticos en general se dividen en: humillación, perdida y peligro y provocan distintos tipos de sentimientos. La humillación devalúa a la persona con respecto a sí misma y a los demás, por lo cual, la infidelidad está dentro de esta categoría.
Según esta categorización la respuesta humillación comprende tres eventos: infidelidad, el ataque verbal y físico. En general, sin importar la causa, la reacción de humillación se asocia más con la depresión. Los resultados de estos estudios sugieren que los eventos de la vida que involucran la humillación en las relaciones íntimas pueden ser correlatos importantes de depresión más en las mujeres que en los hombres.
Depresión e infidelidad
Según un estudio publicado en EE. UU. (Proceso Familiar, 2016), el diagnóstico de depresión en las personas que habían descubierto la infidelidad en el último año aumentaba nueve veces más en comparación con las que no se enteraron de una aventura de la pareja.
Los investigadores también encontraron que la infidelidad provoca sentimientos de desesperanza, impotencia y derrota, que, de por sí, son estados afectivos que predisponen a la depresión; sumado a esto, aumenta el consumo de alcohol y la ansiedad social (fobia social).
Además, los resultados sugieren que, en los 12 meses anteriores a la entrevista, las mujeres eran ocho veces más propensas que los hombres a descubrir que su pareja estaba teniendo una aventura. Se demostró también que de las tres formas de descubrir la infidelidad (entrarse por sí misma, que le cuenten otros o “in fraganti”), las dos primeras tienen más probabilidades de tener síntomas depresivos.
Terapia para mejorar o para separarse
La terapia de pareja es más difícil cuando se consulta por infidelidad y suelen ubicar al terapeuta en el rol de “juez” que debe emitir una sentencia condenatoria para el desleal. Sin embargo, si la pareja continúa el proceso terapéutico pueden logar recuperar la satisfacción conyugal (dependerá de la historia del vínculo, la mirada personal sobre el hecho infiel, y, sobre todo, del ajuste marital, es decir, de la capacidad para superar las crisis).
Cuando se torna difícil la solución, los resultados del estudio sugieren que puede haber dos caminos: mejorar su relación en un grado similar al de las parejas que no son infieles o terminar su relación a un ritmo mayor que el de las parejas que no son infieles. Y es un tema de la pareja, de nadie más; de nada sirve seguir sufriendo para sostener la apariencia “somos una pareja o una familia perfecta”.
Walter Ghedin, (MN 74.794), es médico psiquiatra y sexólogo
Seguir leyendo