A Javier Saiach le encanta que lo reconozcan como un autodidacta. Estudió arquitectura, pero nunca diseño de moda: aprendió por ensayo y error todo lo que sabe. Y, por cierto, sabe mucho. Cuando se lo observa, se ve su presente de éxito, asentado como uno de los diseñadores más elegidos por las celebrities, con su sofisticado espacio inaugurado en julio pasado en el Patio Bullrich, su estudio en Asunción y a punto de dar un paso en la conquista de Europa, con su nueva casa en Madrid, un sueño sobre el que está trabajando y que se hará realidad el año próximo. Pero todo esto no se explica sin tener en cuenta los años más duros de su vida.
En 2023 cumplirá 50 años y cerca de la mitad desde que comenzó a crear diseños de alta costura y prêt-à-porter pensando en una mujer —como él mismo define— “que es femenina, que le gusta estar distinta y ser única, que quiere ser mirada, que no quiere pasar desapercibida”.
Pero ese no es un Javier Saiach completo. Lleva como bagaje y crédito una vida cargada de enseñanzas que aprendió con dureza, con una madre que fue bálsamo, repartiendo concesiones y exigencias por igual, pero en una familia disfuncional. Superó el acoso escolar en el secundario y perdió todo y comenzó nuevamente por una traición paterna. De todo ha sacado algún valor, dice. Le aportó la tenacidad, la desfachatez para reinventarse y la autoexigencia que lo colocó donde está. “El éxito lo hice con el método de experimentar cosas y que me salgan bien y decir ‘es porque Dios está de mi lado y está queriendo’. Yo soy un tipo que no le tiene miedo a nada”, asegura.
Javier está en Paraguay —país a donde se fue a vivir, desde su Corrientes natal, a los 18 años y que hoy alterna con su residencia argentina— En ese día de comienzos de semana, el diálogo con Infobae, extenso e intenso, va por videollamada. Es amable, cálido, desgrana un relato potente, se emociona y por momentos se le quiebra la voz, pero no esquiva contar su historia.
Comienza por su madre: “Yoli es una influencia para mí muy grande porque ella fue una ganadora de la vida en todos los sentidos”, asegura. Ella llegó a la ciudad de Corrientes cuando era adolescente, junto a su madre, Paula, y sus tres hermanos menores, desde el pueblo de Itá Ibaté, al noreste de la capital provincial, huyendo de la miserable vida que le daba un marido ausente, a veces, y presente y goleador, otras veces. A los tres años de estar en la capital, Paula murió de repente, a los 32 años, dejando a su hija Yoli como “madre” de los tres niños más pequeños. Pasó hambre, trabajó prematuramente, no tenían familiares que contuviera a esos hermanos a la deriva. Como “madre de sus hermanos, los crió como si fueran unos príncipes, porque les dio una educación estando sola en la vida, los hizo estudiar y trabajar”, cuenta Saiach.
Luego, Yoli se enamoró y emprendió el primero de sus matrimonios. Con ese hombre “tuvo una hija, mi hermana Patricia. Fue muy dura esa relación porque su marido fue alcohólico y golpeador por lo que se terminó separando. Y a los años conoció a un Don Juan, que se llamaba Blas, que era un atrevido con las mujeres, un mujeriego empedernido y muy simpático, que era mi papá”, relata. Ahí comienza una historia nueva, pero igual en sus peores aspectos: “también tuvo la desdicha de que fuera alcohólico y golpeador. Era el modelo que se repetía inconscientemente. Esa niña abnegada, de un pueblo, que venía a una gran ciudad para tener un gran sueño y de repente se había truncado su sueño”.
Javier cuenta que su mamá pasó de ser la “madre” de sus hermanos a “ser madre verdadera con una hija y, a los 44 años, a ser ‘abuela’. Mi vieja fue mi abuela porque tenía muchas concesiones conmigo y es por eso que yo la recuerdo siempre con esa magia”. Pero admite que esa fue la mitad de ese vínculo porque también podía llegar a ser muy dura, “sus varas eran muy altas” con ese hijo que tuvo en 1973, en épocas en que ser madre a esa edad era poco menos que un acto contra la naturaleza. No fue el único molde que rompió Yoli. “Fue una audaz, la petiza iba por todo”, la describe.
“Era una especie de juez, bajaba su martillo, pero yo entendía siempre hacia el lado que quería ir. No era para castigarme a mí era en su vida así, siempre pensaba que se podía estar mejor porque la vida la hizo así, la vida hizo que siempre tenga algo mejor que esperar. Entonces se convirtió en un hada madrina para mí. Fue muy fuerte en mi vida y hay momentos en que me falta, sé que le encantaría la tienda. De repente veo partes de la tienda y me río y digo ‘qué me diría Yoli de esto’”.
Hay una anécdota que pinta en genio y figura a esa mujer pequeñita y delgadita, como su hijo la describe: “Cuando yo recién me estaba desarrollando como diseñador había hecho una colección toda bordada de piedras, con unos piedrones grandes. Era fuerte. Fue uno de los pocos desfiles a los que ella fue porque mi vieja tenía un problema grande de la vista. Cuando termina, me dice: ‘maravilloso todo, hermoso, (la imita poniendo énfasis), pero yo no me lo pondría”.
“Cuando ella se fue, yo prefiero decir que se fue antes que decir se murió, el duelo lo hice de otra manera, en vez de llorarla todo el tiempo, me permití hacer una marca que se llama La Creyente. Porque justamente ella fue conmigo eso, fue la creyente, no solamente porque creyó en mi, sino también porque me hizo creer en Dios, en la Virgen, tener valores”.
Del brillo y la emoción luminosa del recuerdo de Yoli, pasa a transmitir una sensación de dolor ancestral cuando se le pregunta por su padre: “Fue una relación difícil durante muchísimos años. Blas estaba enfermo, era alcohólico, era golpeador”. Entonces, Javier llora. “De niño no estás preparado para comprender que alguien que es parte tuya, que vos sos parte de él, pueda lastimar, humillar a una persona que tanto amás como es tu mamá”, explica. Y cuenta los excesos de Blas también contra su hermana Patricia y hasta contra una mucama que salió en defensa de la niña.
“Mi mamá no se separaba y la golpeaba y un día, yo tenía 5 años, llego y le digo, ‘mamá te va a matar, él no te quiere’. Yo desde muy temprano, supe dilucidar en mi cabeza, lo que estaba bien y lo que estaba mal de tan bien criado que estaba”, asegura, y está Yoli detrás de esa crianza.
Y una vez más desafiando las normas sociales de la época, Yoli se separó de su marido. “Durante muchos años (Blas) fue una figura prohibida. Eran muy difíciles los días del padre en una ciudad como Corrientes donde nadie se separaba, donde eran secretos a voces las infidelidades, los malos tratos de miles de personas, pero seguían las familias juntas. Por entonces no había familias separadas, imaginate pertenecer a una familia donde tu mamá se separó dos veces”.
La historia de su vida avanza varios casilleros: “Vuelvo a reencontrarme con él con 12 años”, recuerda, y detiene el relato porque la voz se le quiebra. “Dios fue tan generoso con ese encuentro porque me hizo conocerla a Margarita, la esposa de mi papá, que fue un ángel que me dio la vida y me devolvió a un papá sano, me devolvió a un papá simpático que tenía que aprender a querer de nuevo”.
Saiach cree que buena parte de su carácter de adulto —”más audaz y arriesgado”— lo comenzó a forjar cuando a los 18 años dio un paso que hubiese sido inimaginable solo unos años antes: se fue a Asunción a vivir con su papá y con Margarita. Uno imagina un renacer de una relación más sana, filtrada tal vez por esa mujer que “todo lo tomaba con una sonrisa y cuando veía que me ponía triste por algo me decía ‘vamos a comer algo rico’ y me abrazaba y me besaba”.
Pero...cuando tenía unos 27 años “mi papá se manda una muy grande”. En medio de la crisis pos 2001, endeudado, con varios meses del alquiler sin pagar, abandonó la casa donde vivían y dejó como parte de pago “mi auto, mi ropa, todo lo que me pertenecía y, como justo había salido de viaje dos días, cuando vuelvo me encuentro con que no podía retirar nada porque todo era parte de pago de sus deudas. Me quedé muy mal porque perdí todo”, dice. Hasta hoy, tantos años después, recuerda con precisión los únicos bienes con los que debió comenzar de nuevo: “Me quedé con un carry on con un jean Oxford, un short, una bermuda, una remera blanca, una remera turquesa, una camisa de jean, un par de zapatos, uno de zapatillas, unas ojotas, dos ropa interior y un swetercito finito. Seis meses me puse la misma remera turquesa porque un día se me manchó la blanca, y la misma bermuda”.
Pero los malos tiempos solo acababan de comenzar. Poco después “las empresas donde yo trabajaba dejaron de pagar los sueldos”, recuerda. Los días comenzaron a transcurrir y debió llegar al límite. “Había pasado 10 días sin comer, estaba en un hotelito que era el último mes que tenía para pagar y estaba muy desahuciado en el corazón, había perdido miles de cosas juntas. Lo había perdido a mi papá, en ese momento estaba distanciado de mi mamá, no tenía trabajo, era mucho junto para alguien que era muy aniñado”. Aún así, en el fondo, la esperanza y la convicción de salir, siempre estuvieron. “Yo decía cuando rezaba a la noche: “sé, Dios, que si yo fuera ese nene mimado que fui hasta hace seis meses, no podría ser lo talentoso que voy a ser en algún momento. Voy a tener una historia para escribir un libro y esto va a ser parte de una historia rica, que yo voy a contar”.
El bullying
Este es un capítulo aparte en la vida del destacado diseñador de moda. Además de su propia historia personal con el acoso escolar, tiene un punto de vista para aportar sobre una problemática tan actual.
—Sufriste bullying en el colegio. ¿Qué recordás de eso?
—Ese mundo no tan fácil lo sufrí en la secundaria, donde tenía compañeros que me decían que era muy fino y que era muy suave y todos los derivados que podían tener. Después de años muchos vinieron y me escribieron y me decían ‘Javi tal vez fui muy duro con vos, tal vez no sabía, tal vez era muy chico’. Con el bullying es muy fácil disculparse, pero después de haber pasado tanto tiempo eso queda porque es como la gota que va y va llenando el vaso.
—¿Qué te enseño lo sufrido?
—A mí me enseñó que pertenecemos a una sociedad en la que el bullying no parte de los chicos, parte de los grandes porque un chico no inventa en su cabeza una frase o un estilo de acoso, tal vez puede salir una burla por un determinado suceso, pero uno escucha muchas cosas que son más de personas grandes. Cuando era chico me planteaba, ‘será que el profesor o la profesora no se dan cuenta’. No, se daban cuenta, lo que pasaba es que eran otras épocas cuando era común que la gente pudiera burlarse de otra. Hoy hacer bullying por la sexualidad o poner determinado mote está mal concebido, pero sigue existiendo. El bullying hay que considerarlo desde las casas porque yo creo que está impartido, más que por los chicos, por los grandes.
—¿Queda algo permanente en la persona que lo sufre?
—Muchas veces el bullying se queda en cierta parte del corazón y de la memoria. Hoy en día me pasa todavía que, cuando salgo al final de un desfile, me armo de fuerza y digo ‘qué será lo que va a decir la gente, me va a juzgar, me va a criticar’. Y yo cuando desde mi lado escucho críticas o alguna reacción contra una persona les digo, no se olviden siempre que pueden tener hermanos, hijos, mamá, papá que pueden pasar por eso y no es agradable.
La vida del diseñador de moda
—¿Cómo es la vida del diseñador de moda?
—La carrera de diseñador como la ven mis amigos o la gente que me conoce, sería la ideal que es volar en clase ejecutiva, ir a grandes desfiles, viajar por todo el mundo, tener grandes escaparates. Pero la realidad es distinta, la realidad es que de repente el bordado que querías no sale de esa manera, que te hicieron mal un corte, que la clienta tiene una forma de mostrarse cuando está toda con ropa y sin ropas de otro determinado estilo, la forma de su cuerpo no ayuda o lo que te gusta a vos no le gusta a la clienta o tiene unas expectativas y pide un determinado tipo de corte o de color que no le sienta. La carrera de diseñador y estar en la industria de la moda es una cuestión de supervivencia y de permanencia, donde uno tiene que estar afirmándose y rindiendo una lección todos los días.
Uno entiende que para estar tenés que pelearla. Hoy porque las cosas están bien, me estoy levantando a las 7 de la mañana. Toda mi vida fui un trabajador nato. Para estar donde estamos nosotros, que creo que estamos bastante bien, en Latinoamérica por lo menos, hay un sacrificio y un renunciamiento muy grande.
—¿Cuáles son tus proyectos hoy?
—Tengo un sueño que ya está en la mitad, es mi desembarco en Madrid. Tengo un show el 9 de marzo en el Hotel Ritz de Madrid que está inspirado en el Jardín de las Delicias de El Bosco. Estoy feliz proyectando eso. Es un desfile con el desembarco del estudio para instalarme en Madrid y también tener la tienda en Buenos Aires y tener el estudio en Paraguay. Es una presentación de una Casa Saiach en Madrid. Vamos de a poquito, como Alejandro Magno, colonizando partes y ganando el espacio.
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