La sexualidad es una experiencia sujeta a cambios, no solo internos según las etapas de la vida que estamos atravesando, sino externos. Las nuevas configuraciones en las relaciones, los géneros y las orientaciones fluidas, el influjo tecnológico, los diferentes modos de conquista y las variantes en el compromiso sexo-afectivo, indican que la sexualidad es una pantalla donde se proyectan diferentes alternativas según los gustos (léase deseos) de cada persona.
Por lo tanto, decir que el sexo es aburrido, tedioso o rutinario es, sobre todo en estos tiempos, una forma de expresar que las expectativas son más altas que lo que ocurre entre las sábanas. La visibilidad actual tan vasta en opciones provoca por lo menos dos tipos de reacciones: o me quedo con lo conocido o me aventuro a prácticas nuevas sin saber demasiado si estoy o estamos preparados como pareja para encararlas.
Si bien la sexualización de los cuerpos se desarrolla en los primeros años hasta la adolescencia, luego vendrá una larga etapa llena de experiencias que pueden, o no, ocultar las capacidades de cambio.
Porque, así como en la vida en general ocurren infinidad de situaciones que enriquecen nuestro saber, la sexualidad también debería estar a la altura de este, excepto que las creencias, las prohibiciones, la culpa, o el desgano, impidan salir del lugar de supuesta comodidad. Si bien son los jóvenes, las mujeres y los colectivos de la diversidad sexual los que vienen abriendo camino con los cambios, los hombres poco a poco van saliendo del closet de la sabiduría viril para adentrase en lo nuevo y logar el alivio a sus penes exigidos por la presión social y cultural de complacer.
Las mujeres pueden pedir lo que desean, guiar la mano del hombre, expresar y jugar sus fantasías, demostrar su fervor sexual o jugar a ser la “sumisa” que el hombre domina. El espacio de la cama se está convirtiendo gradualmente en un lugar de lo posible, un “como si”, un espacio lúdico que impide que aparezca la certeza que da lo conocido.
En el sexo lo conocido es deuda
Nunca tanto como ahora la rutina sexual está siendo cuestionada. Algunos la defienden a capa y espada porque en esa repetición de conductas se sienten seguros de sí mismos, sin importar si al otro le pasa lo mismo. Y esto le cabe tanto a hombres como a mujeres que se aferran a unas pocas prácticas como refuerzo a su “yo personal”, como si en la osadía de dejarse llevar por lo nuevo pusieran en juego su feminidad o su masculinidad.
Salir de la genitalidad y comenzar a darle valor al cuerpo en toda su dimensión de placer suele ser un problema para muchos. El juego erótico prolongado, sexo oral y cunnilingus (poniéndole ganas, no para complacer), penetración anal en ambos sexos, masturbación durante la relación de pareja, y toda la dimensión erótica: disfraces, juego de roles, juguetes sexuales, música, cremas, lubricantes, etc., todo esto y mucho se sabe que existe, pero pertenece a la usanza de otros cuerpos.
Si bien hace décadas atrás las personas que defendían lo conocido lo justificaban desde la moral (la inmoralidad estaba afuera, en las mujeres fáciles y en los hombres picaflores, infieles), hoy este valor esta siendo cuestionado y ya no se sostiene por la conciencia teñida de decoro. Solo queda el conformismo y la incapacidad para aceptar y probar lo nuevo.
Escuchar los relatos sexuales de otras parejas, de amigas; la exposición de saberes que se explican en los medios de comunicación y las aplicaciones; los jóvenes que vienen con preguntas y ganas de contar sus sentires, etc., todo esto y mucho más impide que la pauta moral siga teniendo vigencia. La “inmoralidad” se metió en los hogares y no se sabe qué hacer con ella. Si antes la justificación moral de la cerrazón sexual defendía las mentes de los más conservadores, ahora es frecuente escuchar la deuda que dejó el silencio durante tantos años.
En algunos casos esa deuda se expresa en conflictos vinculares, infidelidades, demandas, reproches varios y disfunciones sexuales. La etapa más crítica resulta después de la crianza de los hijos cuando las parejas tienen que volver a encontrarse sin saber demasiado qué hacer además de lo que siempre se hizo.
Amor de compromiso
El amor de compromiso es el tipo de relación amorosa que prescinde del sexo. Las personas se aman, se acompañan, pero existe acuerdo de seguir adelante a sabiendas de que el deseo sexual no está y que no van a hacer nada para encenderlo. No siempre la decisión es mutua, puede ser que uno decida y de vía libre al otro para que tenga encuentros sexuales, especie de “permiso de descarga”, la frase que acompaña es “vos salí, hace lo tuyo, pero no me cuentes”.
No siempre en el amor de compromiso existe la seguridad de que el acuerdo es igualitario, también está el que acepta sin estar demasiado convencido de la decisión. Se toma como un acuerdo tácito cuando en realidad no lo es. Este desacuerdo no dicho es motivo de frustración, de profundo malestar. Se deja de tener sexo, pero lo más importante es que se deja de comunicar el malestar, como si plantearlo fuera romper el acuerdo de compromiso sin sexo.
Lo conocido suma
Integrar, esta es la palabra que resume las experiencias en la vida en general. Estamos acostumbrados a darle una valoración dicotómica a las cosas: bueno/malo; viejo/nuevo; conocido/desconocido. En el caso del erotismo no se trata de darle más importancia a nuevas prácticas, es saber integrarlas a las anteriores. Muchas de las opciones que se pueden integrar están presentes alrededor, solo que hasta el momento no han adquirido sentido erótico.
Preparar un momento del día para estar juntos, desvestirse lentamente, salir de la cama y usar otros espacios, poner música o alguna película erótica, mirar juntos un video XXX, usar cremas para hacer masajes, etc., no requieren de mucho despliegue, solo incorporar opciones que están a mano. Muchas veces se pone la expectativa en situaciones que son más difíciles o precisan de mucha comunicación y acuerdos.
Desde ir a un hotel alojamiento, dejar el sexo fuerte para las vacaciones (cosa que se hace muy difícil cuando hay hijos); elegir juguetes sexuales hasta fantasear con un tercero o abrir la pareja, son algunas de las alternativas posibles que requieren pasar primero por lo conocido (y accesible) para luego integrar lo nuevo.
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