Hernán Vanoli se presenta como escritor, como sociólogo y como funcionario. Actualmente se desempeña como director de promoción internacional del Instituto Nacional de Promoción Turística (Inprotur). Su último trabajo en la primera de esas profesiones es una novela en la que ficciona su paso de dos años en una suerte de exilio voluntario en el Midwest norteamericano, ese Estados Unidos profundo, más cercano a las películas de Hollywood que a la experiencia habitual de quienes viajan a ese país a recorrer Miami o Nueva York.
En Arte folk americano desgrana con primoroso detalle una disciplina tan extraña para el argentino medio como cercana para el pueblo cazador y guerrero con el que se relaciona el protagonista de la historia: la taxidermia. En el camino del aprendizaje aparecerán las historias de veteranos de las muchas guerras que vivió Estados Unidos, hombres y mujeres dañados, gente habituada a las armas, que lucha contra la naturaleza en un paisaje conmovedor, especialmente para quienes lo contemplan desde afuera, pero de una dureza igual al suelo congelado durante los extensos inviernos.
En paralelo a su trabajo de taxidermista aprendiz, el amor de una mujer que lo llevó a ese exilio en Iowa se va derritiendo como la nieve.
Vanoli se coloca como personaje de su propia novela y, al hablar de sí mismo, habla de quienes lo rodean, de la soledad, del dolor, del estrés postraumático de los veteranos guerreros, de las contradicciones del cazador que, a la vez que mata ama a los animales, los utiliza para vivir, pero admira a esas criaturas salvajes. El personaje se diferencia y se mezcla con quienes matan para construir adornos con los cuerpos que cuelgan de la pared. Ese personaje/autor Pide trabajar sólo con los cadáveres de los “roadkill”, criaturas salvajes muertas accidentalmente en las rutas, para construir monumentos, homenajes a la belleza natural de los animales.
En un diálogo que Vanoli mantuvo con Infobae reflexionó sobre las metáforas de la taxidermia, si se trata de un arte, sobre el duelo, las pérdidas sentimentales, la imposibilidad de dejar ir, el amor y la crueldad con los animales y qué se trajo de vuelta en su mente tras su paso por Estados Unidos que, ahora descubre, es un bagaje importante en su carrera como promotor del turismo en Argentina.
—En tu faceta de escritor estás presentando tu última novela, Arte folk americano. Es una historia en la que el protagonista relata en paralelo un curso de taxidermia, una situación sentimental y las historias de vida de los compañeros de ese curso. ¿Cómo se vincula un trabajo que se hace con algo que ya no está vivo, con esa ruptura y con un exilio voluntario?
Cuando empecé a trabajar en esta novela, que como bien decís es sobre el aprendizaje de cómo embalsamar animales y al mismo tiempo de una separación, yo no sabía que me iba a separar y mi plan original era aprender a embalsamar animales porque era una actividad que a mi siempre me habías llamado mucho la atención. Me había planteado aprender eso como una especie de investigación literaria. No fui de una manera ingenua a aprender a embalsamar animales. Me interesaba escribir sobre el tema, experimentar con eso, las preguntas que embalsamar animales generaba sobre el estatuto del arte y el arte contemporáneo en especial. Pensaba hacer otra cosa, pero la vida irrumpe en la escritura y me parece que está bien eso le da cierta vitalidad. Entonces, termina siendo una novela que superpone eso con un proceso, una separación sentimental.
La taxidermia tiene que ver con la conservación pero también tiene que ver con el homenaje y con cómo lidiar con las cosas que se mueren. Entonces hay una relación entre el proceso de taxidermia y el proceso de incorporar una separación que aparece un poco en la novela. Pero además hay otra cuestión de la taxidermia que a mi me interesaba que tiene que ver con el tipo de práctica y el tipo de disciplina que te exige la taxidermia. Es, en cierto punto, lo opuesto a la compulsión de exhibirnos que todos tenemos de obtener gratificaciones casi inmediatas en base a lo que hacemos en las redes sociales. La taxidermia es un trabajo en el que todo el tiempo estás lidiando con la muerte y la muerte es lo que está fuera del régimen de representación o lo que vemos día a día en Internet. En general la muerte es lo que se trata de evitar, como los procesos de envejecimiento de descomposición. También uno podría pensar que la taxidermia es un combate contra la descomposición de las cosas. Además, te exige mucho tiempo de dedicación minuciosa, aprender muchas destrezas diferentes y más que nada dejar el ego de uno de lado.
Para mi la taxidermia es una homenaje piadoso al animal, uno está intentando trabajar con los restos de ese animal que ha muerto y se desprende de su propio ego. Por eso no es casual que cuando yo aprendí la disciplina en un pueblo perdido del Midwest norteamericano me encontré con muchos veteranos de guerra estadounidenses que tenían estrés postraumático porque les permitía escapar de su yo.
—Quienes te acompañan son personas que seguían trabajando con la muerte después de haber lidiado con la muerte. ¿Hay algo metafórico con la dificultad del duelo? ¿Por qué no desprenderse de eso que está muerto?
Completamente, hay un proceso que es el duelo que tiene diferentes etapas. Me parece que dedicarse a una actividad como la taxidermia implica en cierta medida una manera de tramitar el duelo. No creo que el duelo sea superación de la muerte, creo que el duelo es una incorporación de la muerte, una aceptación. Una especie de adaptación a..., no una superación o una negación.
Y en el caso de la gente que venía de vivir experiencias horrorosas en la guerra y que se dedica a eso creo que está ese doble juego. Está la idea de amigarse un poco con la muerte y de sentir que la muerte es algo que puede ser bien tratado, que puede implicar una dedicación, que puede permitir focalizarse dejando un poco afuera el costado más horroroso de la guerra.
—Después del curso cual es tu conclusión, ¿la taxidermia es un arte?
Creo que es en cierta medida un arte del pueblo. Es un arte que está muy enraizado en las costumbres populares, en la idiosincrasia estadounidense.
Es una sociedad cazadora hay muchísima fauna. Debería hablar de Midwest más que de la sociedad estadounidense completa porque EEUU tiene regiones geográficas e idiosincrasias muy diferentes. Iowa es una zona muy cazadora, que tiene una relación con la naturaleza muy particular. La naturaleza te puede matar en cualquier momento, te puede agarrar un blizzard (tormenta de nieve) en invierno en el medio de una ruta, se te rompe el auto y te morís congelado. La taxidermia es algo que está muy arraigado en las costumbres norteamericanas.
No sé si la taxidermia es un arte o no, creo que podría ser pensado como un arte del pueblo porque creo que una de las cosas que podrían llegar a definir al arte es el proceso de producción. En el proceso de producción de la taxidermia se incorporan muchísimas destrezas, el artista se separa un poco del mundo y crea algo nuevo.
Hay una relación siempre metafórica entre el animal real que vivió y el animal muerto, la taxidermia trabaja con la memoria. Muchas veces es la corporización de la memoria. Creo que tiene un efecto terapéutico muy importante y yo estoy a favor del efecto terapéutico del arte. Entonces me parece que tiene un montón de cosas para enseñarnos de lo que puede ser una experiencia artística.
—¿Habría un conflicto entre esas actividades y la conservación o el maltrato animal?
Esa fue una pregunta que me empecé a hacer antes de ir. El narrador de la novela pide que no sean animales que hayan sido cazados para la actividad. La taxidermia funciona en dos registros, un registro es el de un cazador que asesina a un animal y lo pide para exhibir como trofeo, que eso es lo más usual, y después hay otra taxidermia que lo que trata de hacer es trabajar con animales que fueron atropellados o que murieron de causas naturales, que son muchísimos. Yo pedí que fueran roadkill.
Cuando uno trabaja con ese cuerpo, disecciona, hace un trabajo de faenamiento y va aprendiendo cómo es la estructura interna del cuerpo de los animales, se rompe ese velo. Yo soy una persona que todavía consume carne, pero se rompe el velo de que la carne es un alimento más. La carne no es un alimento más, la carne es un cadáver. Yo sé que la taxidermia tiene un componente vejatorio hacia el cadáver del animal, pero también uno adquiere cierta conciencia de la similitudes con el ser humano y mucho respeto ante el sufrimiento animal.
—Leyendo la novela me da la sensación de que, aún las personas cazadoras con las que te vinculás, no odian a los animales, es un mundo en el que aún cazando no existe desprecio, al contrario, me animaría a decir que aman a los animales aún cazándolos.
Comparto. Hay un gran amor por los animales y funciona también esta escisión que todos vivimos. Todos amamos a nuestras mascotas y después nos comemos un buen asado y uno vive en esa contradicción y eso les pasa a los cazadores. Los cazadores y los taxidermistas pueden salir a matar gansos y tal vez a dispararles a 50 gansos en una tarde y al mismo tiempo pueden tener un ganso como mascota. Tienen muchas mascotas y hay un gran amor y un gran respeto por los animales. Es un respeto amoroso, no como uno podría pensar que los quieren porque son la materia prima con la que trabajan, sino que es un respeto con admiración. Observar las formas de vida de los animales, la inteligencia animal, las formas colaborativas entre los animales, ciertos momentos de libertad y de paz que tienen los animales que los taxidermistas observan mucho porque para hacer una representación realista de los movimientos, de las posiciones, hay que mirar muchos videos, muchas fotos y hay que mirar a los animales en situación natural.
—¿Qué te trajiste del Midwest que te cambió la cabeza?
El click principal que hice fue el de sentirme profundamente argentino. A uno obviamente le gusta conocer otros países y creo que los argentinos tenemos en muchos casos una especie de trauma cultural arraigado desde hace generaciones de que estamos muy lejos de Occidente. Además que para cualquier persona hacer un viaje, conocer otras culturas, hablar con otro tipo de gente que se crió con otras tradiciones es algo que abre mucho la cabeza. Ayuda a que uno tenga apertura, a que entienda que el otro es diferente y a cierto relativismo que es necesario para cualquier tipo de convivencia.
Nunca había tenido tanta dimensión de lo que significaba para mí mi país y de las cosas que tenía mi país como cuando estuve afuera. No es solamente la melancolía tanguera tiene que ver con reconocer algunas potencialidades que tiene nuestro país que yo sinceramente no las valoraba tanto. El click que hice fue darme cuenta de que me gustaba mucho ser argentino, que amaba mucho a mi país de que me encantaba conocer otros lugares, pero que sólo podría vivir en la Argentina. Me di cuenta de que no podría ser feliz en otro lugar que no sea la Argentina.
—¿Fue un aporte para tu actividad de ahora, como funcionario del Ministerio de Turismo?
Completamente, ahora que estoy trabajando de funcionario en la Dirección de Promoción del Inprotur y esa experiencia me sirvió muchísimo porque me sirvió también para ver Argentina desde los ojos de un extranjero.
Trabajo con Matías Lammens, que es el ministro de Turismo, y tenemos un grupo de trabajo que también quiere mucho al país y me encontré con gente que estaba muy comprometida con esto. También para mí fue un poco incómodo o tensionante la cuestión de ser escritor y pasar a ser funcionario. Mis novelas anteriores hablaban mucho de la política, pero a mi me gusta resaltar esa continuidad. Trato de parecerme a escritores que se metieron en la política, en la gestión, en la función pública. Son dos universos que tienen mucho para relacionarse y para vincularse.
—¿Cómo se promociona a Argentina en el exterior?
Uno de los principales desafíos que tiene uno cuando trata de mostrar a Argentina como destino turístico es primero tratar de explicar y dar a conocer que Argentina es un país que es mucho más que Buenos Aires. En muchos países está asociado a Buenos Aires o a un par de lugares, como puede ser el glaciar o las cataratas. Argentina tiene una riqueza impresionante, es un destino donde se pueden tener experiencias culturales, gastronómicas, de aventura, de todo tipo. Lo primero, la misión es mostrar a Argentina como un destino sólido y completo que es realmente único en el contexto latinoamericano. A mi lo que más me entusiasma es poder contar cómo somos: una tierra donde las cosas se viven con muchísima intensidad, con muchísima pasión. Acá le ponemos mucha pasión a las cosas y somos un país que tiene un culto a las relaciones sociales, un culto a la amistad, una relación con sus artistas, con su talento con lo que yo llamo el pathos, el drama, que es impresionante.
La vitalidad, la vida nocturna, la cantidad de grupos que autogestionan y producen cultura, los paisajes que uno encuentra en todos los rincones de Argentina, creo que eso es muy poco frecuente y eso va acompañado con una manera de ser que nos hace únicos en el mundo que somos extremadamente amistosos y amigables y que por eso vale la pena siempre tenerlo en cuenta.
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