Luego de dos décadas en el FC Barcelona, la noticia del pase de Lionel Messi al Paris Saint-Germain desencadenó una disección profunda del universo que rodea al futbolista. Con una fascinación casi voyeurista, los ojos del mundo analizaron con atención hasta el más mínimo detalle de su llegada a París, desde el discurso de despedida que brindó al despedirse del club a la reacción de sus colegas, de su familia y, en definitiva, de la reacción colectiva a la novedad.
Si se lo vacía de la épica que rodea a la figura, se trata de un relato profundamente humano, una narrativa de cambio, una vivencia común.
Era inevitable, a su vez, que la mirada virara hacia Antonela Roccuzzo, esposa de Lionel y madre de sus tres hijos, Thiago, Mateo y Ciro. Al pañuelo que le acercó al futbolista el día de su partida, a la foto que publicó en el estadio del PSG, a su vestuario, a sus gestos y a su relación con la otra personalidad argentina radicada en París, Wanda Nara, casada con Mauro Icardi, también argentino y jugador del Paris Saint Germain. En términos concretos, gracias a un seguimiento casi milimétrico, lo que sabemos sobre su relación es que el 10 de agosto, Wanda Nara la siguió en Instagram y que, al día siguiente, el 11 de agosto, ella le correspondió.
Especulaciones sobre su vínculo inundaron internet con relatos de celos y de enemistad producto de una tácita competencia, una “guerra de estilo”, por el título de “reina de París”. La enumeración minuciosa de sus diferencias estéticas, desde sus tatuajes a sus formas de vestir, pareciera ser el único ámbito en donde puede plantearse una distinción.
Por fuera de estas categorías, el paralelismo es obvio: son argentinas, viven en la misma capital europea y sus parejas juegan al fútbol en el mismo club. Para estas mujeres la disputa por un trono que no existe es lo natural.
La narrativa de la competencia entre mujeres, tan vieja como la sociedad misma, es vista en ocasiones como el resultado de una perspectiva evolutiva en la que la rivalidad nace a raíz de la lucha por la atención masculina, o bien como el producto de una construcción social, bajo la misma lógica de que, como sostiene Simone de Beauvoir, “no se nace mujer: se llega a serlo”, las mujeres no nacen enemistadas: les enseñan a estarlo. De acuerdo con esta noción, la normalización de la disputa, el quiebre de la idea de un pacto entre mujeres, es la materialización de un mundo creado en función del hombre y un ejemplo perfecto del concepto de “divide y reinarás”.
Lejos de ser un mero entretenimiento, la “guerra de estilos” entre Wanda Nara, con su eterna legión de carteras Hermès y una preferencia por lo barroco, y Antonela Roccuzzo, embajadora de un look casual, amante del denim y de Balenciaga y Louis Vuitton, funciona como una vidriera para la industria de la moda, el imperio histórico de lo femenino, y como un medio para que esta dinámica encuentre una nueva forma de expresión.
Al final del camino, son las marcas europeas las beneficiadas por esta disputa en la que no es posible determinar un vencedor.
Chanel, Dior, Versace, Louis Vuitton, Dolce & Gabbana y Balmain son algunas de las etiquetas más frecuentes en sus vestidores. Con remeras que rondan los USD 400, zapatos de USD 1.000 y carteras que no valen menos de USD 3.000 o, en el caso las famosas Birkin de Hermès entre USD 10.000 y USD 200.000 en ediciones especiales, es posible estimar que los outfits de Wanda y Antonela nunca se encuentran por debajo de la vara de los USD 5000.
Estos montos son inapreciables, sin embargo, cuando se piensa en los retornos que obtiene la moda por tan alto grado de exposición. Con 25.2 millones de seguidores en Instagram entre ambas y constantes apariciones públicas, las dos argentinas son, en realidad, empresas multimillonarias de publicidad.
Mientras Wanda cuenta con un estilo más aspiracional, especializado y orientado a las tendencias, evidente en el uso de la famosa estampa de Fendi, los sweaters de Alberta Ferretti que popularizó la influencer italiana Chiara Ferragni y los bolsos del francés Jacquemus; Antonela opta por una imagen descontracturada, cercana y aparentemente accesible, con looks que van del clásico jean y remera (aunque esta rece Versace, Balmain o algún otro nombre extranjero) a un estilo playero con prendas de las italianas Emilio Pucci y Missoni.
Para definirlo de una manera simple: Nara es una consumidora asidua de moda que sigue de cerca a las marcas internacionales y Roccuzzo, una “girl next door”, la chica de al lado, que mantiene una mirada local sobre la estética europea.
Ambas juegan con la mezcla de exclusivas prendas de diseñador y propuestas masivas como Zara y H&M o piezas de indumentaria deportiva de marcas como Adidas en el caso de Roccuzzo y Nike para Nara, elección poco fortuita que responde a los contratos de sus maridos con ambas empresas.
En relación a esto, según mencionó en una de sus historias de Instagram, Wanda habría recibido las “Air Jordan 1 OG Dior”, unas zapatillas realizadas en colaboración entre Jordan, perteneciente a Nike y sponsor del PSG, y la casa francesa Christian Dior de regalo. Al tratarse de una edición limitada (su par es el número 57 de 8500) su precio inicial de USD 2.200 alcanzó los USD 13.000 en el mercado de reventa, siendo uno de los modelos más cotizados del 2020.
Una “guerra de estilos” entre Antonela Roccuzzo y Wanda Nara es, además de anticuada, completamente fútil. Con improntas diametralmente opuestas y un punto de encuentro o posible “campo de batalla” que se reduce a consumir las mismas marcas, no hay disputa por librar. Wanda con su opulencia desmedida y Antonela con su inocente sencillez son, en realidad, dos formas distintas de ser mujer. Y si todavía es necesario declarar un ganador, “siempre nos quedará París”.
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