Hay algo que el bajo deseo, la evitación y la asexualidad comparten: la ausencia o disminución de la frecuencia de encuentros sexuales. Es por eso que quizá podemos confundir estos tres escenarios cuando en realidad se trata de situaciones bien diferentes.
Hablamos de evitación cuando la persona desea tener sexo pero aquella situación (real o imaginaria) le genera un monto tal de preocupación, ansiedad o miedo que lo conduce a la evitación. La evitación suele ser la consecuencia de la anticipación. Es decir, que la persona se anticipa a la escena sexual, que despierta emociones negativas (diferentes según el caso) y eso desemboca en una conducta evitativa. Esto es cada vez más común en las consultas sexológicas actuales.
Algunos de los principales motivos que se esconden detrás de la evitación:
- Temor por no estar a la altura: hacerlo mal, no satisfacer al otro, ser rechazados, etc. Con el aumento del sexo casual y las citas por apps, la presión por “perder la virginidad”, las personas lamentablemente sienten que en un primer encuentro se pone en juego su valor personal.
- Ansiedad por el propio desempeño: preocupaciones por no llegar al orgasmo, dificultades con la erección o por eyacular antes de lo deseado.
Alimentados por una altísima exigencia y sostenido por la falta de información adecuada sobre el propio cuerpo, las personas se presionan para “no fallar”, rendir como un robot, y si algo no sale cómo lo imaginan crece la angustia, el temor y la ansiedad alrededor del encuentro sexual. El miedo a no alcanzar la erección suele ser un gran motivo de evitación del sexo.
- Miedo al dolor: porque hemos escuchado la falsa creencia de que el sexo siempre es doloroso o porque hemos tenido situaciones previas donde hemos sentido dolor. Esto se da en mujeres y particularmente en torno a la penetración.
- Vergüenza, pudor, dificultades con la imagen corporal. Principalmente preocupaciones por el tamaño del pene y cuestiones ligadas al peso.
Los dos primeros escenarios, por lo general, están más relacionados a conductas ansiógenas que pueden trabajarse, en caso de que la persona así lo desee, dentro en un espacio terapéutico con técnicas psicológicas como la cognitivo-conductual, la terapia sexual y, especialmente, la meditación guiada o el mindfulness. También suele trabajarse desde la desensibilización sistemática, que consiste en la aproximación progresiva y sucesiva de la persona hacia escenas relacionadas con su miedo, proveyendo herramientas para fortalecer la confianza y la autoestima y trabajar falsas creencias.
En caso del miedo al dolor, se aborda desde tratamientos interdisciplinarios en conjunto con un terapeuta sexual, un médico ginecólogo y generalmente especialistas en suelo pélvico. Claro que es necesario realizar una correcta evaluación previa.
Por ultimo, si lo que vemos es una alteración de la imagen corporal, lo podemos abordar con especialistas en este área con la correspondiente evaluación para descartar un trastorno alimentario.
Hasta acá se mencionaron situaciones donde la persona desea mantener un encuentro íntimo, pero por diversos motivos lo evita, suspende, cancela, etc. Estas conductas pueden mal interpretarse como falta de deseo o desinterés, al no conocerse los verdaderos motivos.
El bajo deseo propiamente dicho se refiere a una disminución o ausencia de pensamientos, fantasías y actividad sexual, que le provoca malestar a la persona y afecta su calidad de vida. Es como si la persona no pudiera conectar con su erotismo y esto puede darse dentro de un período especifico o ser más de larga data. Cuando experimentamos una desconexión con el deseo, es común que podamos registrarlo o que nuestra pareja nos lo comente, esto nos produce cierto conflicto por lo que buscamos aumentarlo o resolverlo debido a la insatisfacción que nos produce.
En cambio, otra situación completamente diferente es cuando hablamos de asexualidad. La asexualidad hace referencia a aquellas personas que no experimentan atracción sexual hacia terceros. De hecho, es considerada una orientación sexual. Así como existen personas que se sienten atraídas hacia personas del género opuesto (heterosexual), o del propio género (homosexual), están aquellas que no experimentan atracción (asexuales). Una manera muy sencilla de comprenderlo es pensar lo que te genera una persona de tu mismo sexo, siendo heterosexual.
Ser asexual no es igual a tener bajo o nulo deseo sexual. Una persona asexual no siente ese interés hacia las relaciones sexuales ni pretende tenerlo, no es algo en su vida que le mueva la aguja. No sienten una motivación para buscar el encuentro o repetirlo. Y esa falta de atracción es inherente a su personalidad, no es algo de contexto.
Los asexuales, a diferencia de las personas con bajo deseo, no presentan malestar por aumentar su deseo. Las dificultades que sí pueden presentar tienden a ser a nivel vincular, cuando tienen una pareja que no es asexual, y a nivel social por esta falta de entendimiento de lo que es la asexualidad.
En todos los casos, es tan importante entrar en contacto con la propia realidad, para así poder aceptarla y/o transformarla, como respetar lo que le pasa al otro, para no generar presiones y malestares. Educar desde la infancia y la juventud brindando la información adecuada es la base fundamental sobre la que podremos construir ese respeto.
*Cecilia Ce es psicóloga, sexóloga y autora de los libros Sexo ATR y Carnaval toda la vida (editorial Planeta). En Instagram: @lic.ceciliace.
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