Viajar suele ser una de las experiencias más enriquecedoras. Conocer nuevos sitios le suma el plus que hace que ese paseo sea mucho más valioso. Para que el viaje sea perfecto, muchas veces se necesitan especialistas para brindar la información precisa de cada lugar: los guías de turismo.
En 1992, Argentina instauró el 31 de mayo como el Día Nacional del Guía de Turismo, en homenaje al natalicio de Francisco Moreno, naturalista, investigador y gran promotor de los viajes turísticos. Para celebrarlo nada mejor que las historias de tres mujeres que se dedican a esta apasionante tarea y llevan la profesión en la sangre.
Dos hermanas, el mismo amor
Marina y Paula Fariña son hermanas y hablan de su trabajo con una pasión difícil de explicar. Tienen 49 y 53 años respectivamente y llevan más de la mitad de su vida abocadas a acompañar a aquellos que deciden conocer un nuevo destino. Si bien viven en la ciudad de Buenos Aires, han trabajado para numerosas empresas y recorrido el país casi por completo. Además, brindan capacitaciones para diferentes agentes de viajes. Se han desempeñado tanto en Buenos Aires como por el resto del país y el mundo con pasajeros extranjeros, argentinos, alumnos de primaria, secundaria y terciarios, docentes, grupos religiosos, de la tercera edad, agentes de viajes y pasajeros de cruceros, entre otros.
Paula, ni bien finalizó sus estudios secundarios, comenzó a estudiar psicología. Sin embargo, en un viaje a las Cataratas del Iguazú junto a su madre encontraría su verdadera pasión. “Me gustó lo que hacía la guía y le pregunté dónde había estudiado. Ni bien volví pedí el programa y empecé”, cuenta. Si bien se mantuvo un tiempo con las dos carreras, un día llegó a la encrucijada y no lo dudó. Ahí le dijo adiós a la psicología luego de dos años de estudio, algo de lo que no se iba a arrepentir jamás. “Para mí este trabajo es una pasión. No lo puedo vivir de otra manera más que esta”, agrega.
Marina, sin embargo, no sintió ese amor a primera vista. Lo de ella requirió un poco más de tiempo. Quería ser azafata porque ama viajar, pero eran otros tiempos. “Yo medía 1.52 y en esa época había todo un prejuicio con eso. Por eso mi papá me sugirió que estudiara algo que pudiera darme conocimiento y me mencionó la carrera de mi hermana. Me puse a estudiar de guía con el apoyo incondicional de Paula”. Su hermana asiente y aclara que para ella fue perfecto porque se considera muy “maestra” y la acompañó en cada materia, preparando los apuntes. De alguna manera fue su guía.
Las dos enfatizan que se trata de una carrera muy completa ya que saben temas que la gente ignora que puede conocer un guía, como primeros auxilios, folklore, fotografía, historia, geografía, idiomas, masonería, plantas, ceremonial y protocolo, street art, entre otros.
Llenas de anécdotas de todo tipo ambas coinciden en que una pregunta que siempre escuchan de turistas extranjeros es: “¿cuándo celebran ustedes la navidad?” También se divierten cuando algunos les dicen que van a dar una vuelta por el centro y que tienen pensado caminar hasta Montevideo para conocer. “Nosotros debemos hacer ese tipo de preguntas cuando somos turistas en otros países. Nos causa gracia, pero nos ponemos en el lugar de ellos también”, aclara Paula.
Para las hermanas la pasión es clave porque los contingentes quieren conocerlo todo, desde la economía del país hasta la política y siempre deben estar informadas de cada cosa que acontece en el país. Incluso hacen constantemente cursos para estar actualizadas y poder ofrecer más datos de todo lo que se ve.
Marina tiene dos frases de cabecera que utiliza siempre con sus pasajeros: “No todos los que vagan están perdidos”, de Tolkien, escritor del libro “El Señor de los anillos” y “¿Fronteras? Nunca vi una, pero escuché que existen en las mentes de algunas personas”, de Thor Heyerdahl, quien organizó la expedición Kontiki en 1947 en una balsa de juncos, atravesando el Pacífico desde Sudamérica a la polinesia francesa para probar que los viajeros de antiguas poblaciones podrían haber habitado distintos territorios. Esta última frase la utiliza en los viajes a la Antártida.
Entre la infinita cantidad de anécdotas de Paula, rescata los viajes con los jubilados. “Están tan llenos de vida que son los mejores contingentes. En Bariloche, una turista mayor se cayó en la nieve y atrás venía Angelita -no me voy a olvidar nunca su nombre- la saltó y terminó rodando. Yo tenía 21 años y no podía creer lo que estaba pasando. Sin embargo, al día siguiente debíamos ir a Circuito Chico para sacar la clásica foto con el perro San Bernardo y Angelita, que estaba en cama, quería ir a pesar de todo. Tanto insistió que obviamente vino. Me impresionó su energía. Creo que fue el mejor grupo que me tocó en la vida”, cuenta risueña.
Marina recuerda que cuando trabajaba haciendo tours por la ciudad de Buenos Aires con turistas de distintas nacionalidades se encontró con una familia de chilenos que venían con un niño de 8 años, aproximadamente. “Era un día de lluvia torrencial y esos días los turistas se fastidian porque no se ve bien; los vidrios se empañan y en las paradas para visitar los sitios de interés se ven expuestos al clima. Mientras guiaba dentro del vehículo noté que el niño tenía sus manitos y carita pegada al vidrio y una sonrisa enorme, lo que mantuvo por un largo rato. Me dio curiosidad y le pregunté a la madre que era lo que lo tenía tan encantado y me dijo que ellos eran del norte de Chile, de Atacama (una de las zonas desérticas más extensas del mundo) y nunca había visto llover. Esto fue en mis primeros años de actividad y desde ahí empecé a abrir mucho la cabeza, a entender que la gente tiene distintas expectativas de lo que quiere visitar; aprendí a escuchar y prestar atención para poder entregar la mejor experiencia posible para ese viajero que ahorró, invirtió y esperó que ese viaje fuera una vivencia única y lo más importante, respeto por los diferentes intereses personales”.
Para ellas lo que se ofrece hoy no es un mero relato de lo que se está viendo sino turismo de experiencias. Esto incluye maridajes, degustaciones, que los visitantes aprendan a hacer empanadas. “El guía está en contacto con todos los eslabones de la cadena del turismo: el agente de viajes, el transportista, el hotel, el lugar elegido para comidas de los pasajeros, la compañía naviera en los paseos, otros guías colegas, los lugares de espectáculos que se ofrecen a los pasajeros, los museos, las estancias en el campo argentino, en todo lo que va a conformar el paseo y disfrute de los pasajeros está el guía de turismo presente. Carrera, la agencia, los compañeros. Es una profesión que se ejerce con mucha pasión”, agrega la mayor de las hermanas.
La inclusión siempre está presente en este trabajo. Por eso cuentan que siempre trabajaron con diferentes pasajeros, incluso cuando la inclusión no se vivía como en la actualidad. “Desde siempre tenemos pasajeros hipoacúsicos, ciegos, con problemas motrices (muchos de los pasajeros de cruceros son mayores y con serios problemas motrices), gente con adicciones, no binarios, trans, y todo esto en las épocas que no todo era tan abierto como ahora, pero el guía de turismo siempre tiene una sensibilidad especial para todo tipo de pasajeros, y esto se va acentuando con la experiencia que te da tratar con tantas personas y que es lo más lindo de nuestro trabajo, el trato con la gente y la vocación de servicio y atención al turista que todos los guías tenemos”, concluye Paula.
Un amor en la Patagonia
En 2005, la joven británica Zoe Taylor, oriunda de Stratford-upon-Avon, tierra de Shakespeare, decidió conocer la Patagonia ya que se desempeñaba como guía en otro continente y sentía que le quedaba esa materia pendiente.
Ese viaje le cambió la vida. En El Chaltén, donde hoy reside, encontró un lugar en el que considera que se viven experiencias únicas y todos los días son inesperados. El clima es un buen protagonista de la zona. “La gente cree que hablar de la Patagonia es referirse a Bariloche pero acá el paisaje es agreste, se ve nieve incluso en enero y el viento sopla con tanta intensidad que nos acompaña a cada paso”, cuenta.
En ese viaje iniciático conoció a Leonardo Amoroso, un guía de trekking que luego de cuatro años se convirtió en su marido. Echó raíces y hoy es una apasionada de su tierra. Juntos armaron en 2007 Walk Patagonia, una empresa de turismo en la que, además, capacitan a guías y otras empresas turísticas para que puedan descubrir la Patagonia a través de los cinco sentidos.
Para ella el contacto con las personas es lo más importante, compartir cosas con ellas y por eso se dedicó al turismo “estar con la gente cuando se encuentra de vacaciones es único. Todos están contentos y es el mejor estado en el que se puede encontrar una persona”, cuenta.
Amante de patinar en la nieve cuenta que el trabajo del guía es muy valioso, sin embargo, admite que a veces es estresante ya que es necesario estar al tanto de mucha información y actualizarse porque el paisaje no es lo único que cuenta. Recuerda con nostalgia las épocas en las que pasaba tres semanas con los grupos de turistas, pero admite que hoy es feliz transmitiendo su conocimiento a sus pares.
Un homenaje a las y los guías de turismo en su día porque sin ellas y ellos sería imposible conocer los detalles más profundos de los sitios que se visitan. Un brindis por su tarea.