Hace rato ya que la familia argentina descendiente de inmigrantes, reunidos en la mesa de los domingos, ya no es el estereotipo de lo que alguna vez conocimos como “la familia”. Podríamos decir que, desde la foto de Los Campanelli a la actualidad, han pasado un sinfín de cambios que hoy nos hacen pensar al grupo familiar en un lugar completamente diferente y atravesado por diversos factores de la coyuntura actual. La velocidad de los nuevos acontecimientos es vertiginosa.
Para seguir con el correlato de la pantalla chica, Los Roldán, una de las primeras ficciones que incluyó una mujer trans en la familia, quedó ya hoy como una pieza de colección si a la visibilidad de cambios en el seno de la familia se refiere. Pero hay una cuestión, la familia tipo, el concepto como lo conocíamos, ya casi no existe.
Hoy, hay si se quiere tipos de familia, o sea nuevas formas de familia: familias monoparentales, chicos con dos hogares – el de mamá y el de papá en el caso de las parejas divorciadas o separadas–, hogares compartidos entre varias personas jóvenes, hogares de altos ingresos con una pareja que decide por estilo de vida no tener hijos –los “DINKS” (sigla del inglés “dual income no kids”, es decir “doble ingreso, sin hijos”-, entre otras.
Y para que suceda esto, tuvo que correr agua mucha agua bajo el puente. Previamente al siglo XVIII la familia como estructura social se encontraba atada al ordenamiento social general, amarrada por fuertes lazos tanto a su red de parientes más lejanos (el concepto de familia extendida que incluía a tíos, tías, primos, sobrinos), como a la comunidad y a la noción de identidad familiar pasada, presente y futura: al pasado con la herencia de valores de los antepasados (tradiciones ancestrales y comportamientos heredados), en el presente -de aquel entonces - por la inmovilidad de la estructura familiar cotidiana, y en el futuro con los valores a transmitir a las generaciones futuras, ya que uno de los propósitos de la vida era la de poder dar ejemplo de cara a la posteridad).
Irrumpió entonces más adelante el amor romántico occidental, con su ideal de empatía y de espontaneidad en la relación erótica y floreció el deseo de privacidad en la intimidad de la pareja, que poco a poco se desligó de los controles que la familia extendida le imponían, y “mamá y papá” tuvieron que cambiar. “Los hijos, que hasta entonces eran una forma de conquistar territorio y preservar el patrimonio, se transformaron en una categoría social por sí misma y el matrimonio, pasó de ser fuente de patrimonio y linaje a ser una alianza con el sentimiento individual y la dicha personal al calor de una nueva domesticidad”, dice a Infobae Mariela Mociulsky, fundadora y CEO de Trendsity, una consultora de investigación y tendencias que acaba de realizar un informe sobre nuevas familias.
De acuerdo a este estudio, se pasó del concepto de familia como unidad productora y reproductora de la propiedad y el linaje (con una sexualidad instrumental) a la familia como unidad emocional, en donde existen lazos de amor y simpatía (con una sexualidad marcada por lo afectivo) que superan el rol funcional de los miembros en la estructura familiar. Así es como en la familia moderna prevalece el interés por la libertad sobre las exigencias de la comunidad, la obediencia y la conformidad con las tradiciones. “La autorrealización individual es más importante que la estabilidad comunitaria. De la ley patriarcal a la cual se sometían mujeres e hijos por igual, a la negociación constante de las reglas”, reza el informe.
Es parte del sentido común argumentar que la “familia es la base de la sociedad” ¿Pero de qué familia y de qué sociedad se está hablando al pensar esta frase tan escuchada? La licenciada María Fernanda Rivas, psicoanalista, especialista en parejas y familias, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), dice que la familia ha cambiado su estructura y fisonomía a lo largo de la historia de la Humanidad y lo sigue haciendo en forma vertiginosa. “Observamos un profundo cambio de paradigmas en relación a las relaciones familiares, que lleva a la necesaria revisión de los pilares básicos de las teorías psicológicas, sociológicas y jurídicas desde las cuales abordamos a la familia. Hoy coexisten en el mundo familias tradicionales, familias ensambladas, familias monoparentales. Las estructuras más novedosas y cuyo abordaje desde diversos campos constituye un desafío son aquellas en las cuales un hombre o una mujer sin pareja estable, o parejas heterosexuales que padecen de esterilidad han decidido procrear a partir de material genético de un donante y/o sumado a esto, han utilizado la gestación por sustitución”, sostiene a Infobae la especialista que es autora del libro La familia y la ley. Conflictos-transformaciones.
También aparecen aquellas parejas conformadas por personas del mismo sexo que han adoptado hijos o han utilizado técnicas reproductivas con material genético de uno de ellos y un tercero. “En un orden de mayor complejidad se incluyen aquellos casos en los cuales una persona que ha estado casada y ha tenido hijos se separa y cambia su inclinación sexual, realizando una elección de pareja de sexo distinto al de la primera. O cuando alguno de los miembros de una pareja estable cambia su identidad de género pero manteniendo la unión conyugal que poseía antes del cambio y nacen hijos en el seno de esta unión”, agrega Rivas.
Podemos hablar entonces de la emergencia de nuevas formas de ser padre y de ser hijo (neoparentalidades y neofiliaciones). “Hoy se considera, por ejemplo, que las funciones materna y paterna no necesariamente están ligadas al género de los padres, ni a cuerpos que sostengan géneros acordes a los mismos, sino que ambos podrían ejercer estas funciones. Se sabe de la existencia de elementos masculinos y femeninos presentes tanto en el hombre como en la mujer que son fundamentales para la crianza del hijo. Se estudia desde otras perspectivas la presencia del deseo de hijo en el varón, a diferencia de lo que sucedía antes, cuando se pensaba que pertenecía sólo al campo de lo femenino. La sexualidad se ha apartado de su fin tradicional (la procreación) apuntalado durante siglos por los discursos religioso, médico y jurídico. La disociación que se está operando a nivel social entre acto sexual y reproducción y la observación de la no diferencia de sexos en algunas parejas está generando cambios en las “teorías sexuales infantiles” estudiadas por el psicoanálisis, dado que estas teorías también son creaciones epocales y están fuertemente influídas por las características de la cultura en la cual emergen”, explica Rivas.
La doctora en psicología Teresa Nora Popiloff, (APA), es especialista en abordaje Psicoanalítico en Familia y Pareja. Para ella, “entre tantas otras manifestaciones, nos encontramos hoy ante las consecuencias de la disolución del patriarcado, la aparición de una noción de parentalidad independiente de la definición biológica (progenitor) o social (parentalidad igualitaria), los aumentos de la violencia familiar, el abuso. Descartando toda discriminación, nos posicionamos hoy de un modo diferente ante la cuestión de la homoparentalidad o de la parentalidad llamada igualitaria o ante su posibilidad de acceso a la adopción”
Y sigue Popiloff: “Hoy, las conformaciones familiares se estructuran, por ejemplo, en base a lo que instituye el amor. Ya no es me caso para siempre. Uno construye esa idea, tal vez porque genera cierta comodidad. Un matrimonio puede durar mucho pero necesariamente no es para siempre. Hoy no está más prohibido divorciarse y está permitido separarse de distintas maneras. Algunas parejas se separan, pero se siguen encontrando y son amigos. No duermen juntos o lo hacen cada tanto pero no siempre. Se inventan nuevas formas para ver cómo cuidar, no sólo a los hijos sino también algún aspecto del vínculo de pareja como podría ser el amistoso”.
Para la doctora Mirta Goldstein, miembro titular de APA, para constituir una familia y ser nombrada como tal, hacen falta por lo menos dos generaciones: padres e hijos. “La pareja establece la diferencia sexual y la familia la diferencia generacional”, explica Goldstein a Infobae. Pero estas dos diferencias, según la especialista, son conflictivas y hasta traumáticas. “De ellas derivan los síntomas individuales y sociales. A estos conflictos hoy se suman las familias constituidas por la reproducción con asistencia médico-tecnológica que subvierte la moral de “la sangre” o la herencia biológica. La donación de óvulos y esperma rompe el ideal de la herencia genética y con ellos cambia la moral, la cultura y la elaboración de los vínculos parentales, filiatorios, fraternos. ¿Son meros cambios en las formas de parentalidad y familia? Son cambios que modifican las fantasías conscientes del individuo y del corpus social y los fantasmas inconscientes”, refiere Goldstein.
“La coexistencia hoy de matrimonios igualitarios, homoparentalidades, monoparentalidades, alquiler de vientres, manipulación genética y más, no implica un nuevo orden cultural que cada generación deberá elaborar. Son las nuevas generaciones las que tendrán que ver cómo se las arreglan con eso incognoscible del padre biológico, que puede angustiar, o como elaboran el amor de esos padres que portan rasgos diferentes. Es la angustia ante lo incognoscible lo que conduce a los hijos de donantes anónimos de esperma y óvulos, a reclamar un saber sobre la identidad; por un lado, por motivos de herencia genética que pueden complicarse, y por otro para acotar el desconcierto y la incertidumbre. La fantasía, que subyace en muchos, de enamorarse de un medio hermano o de contraer una enfermedad y necesitar saber la identidad de los progenitores, se debe más a la incertidumbre sobre la donación de amor que a los riesgos reales. Lidiamos con las angustias intergeneraciones e intrageneraciones, angustias que evidencian que cada generación de hijos lidia con cargas pesadas: los deseos inconscientes y conscientes de los padres, la necesidad de separarse de esos padres y construir la propia autonomía”, analiza Goldstein.
Amor y pareja
Para entender los cambios en la familia sí o sí hay que entender que el amor y la pareja mutaron también con los tiempos, haciendo que naturalmente se modifique la estructura de familia. “Del ideal de ‘querer fusionar a dos seres en uno’ a buscar la propia individualidad en un marco de acompañamiento afectivo, de la pareja como fin en sí mismo, a la pareja como medio de expresión de la individualidad que negocia el respeto recíproco”, grafican en el estudio de Trendsity. “Los avances tecnológicos en materia de medicina han hecho que el promedio de vida se extendiera replanteando el “para toda la vida” implícito en el contrato matrimonial. Se ha comenzado a hablar de trayectorias familiares, y no tanto de familia en singular, ya que a lo largo de toda la vida una persona puede pasar por más de una forma familiar”, dice al respecto la licenciada Rivas.
Y agrega: “La separación o el divorcio podría considerarse hoy como parte de una de esas trayectorias familiares. El matrimonio ha sido desde siempre una construcción sobre la que han recaído fuertes cargas de idealidad. Actualmente, parecería abrirse paso a una concepción que tiene en cuenta cada vez más la voluntad y la libertad de los miembros de la pareja en relación a la vida afectiva y sexual, así como a la elección del tipo de proyecto en común”
Popiloff disiente en este punto: dice que el respeto no es negociable. “No es una mercancía. Pensar que es negociable, que se saca provecho, es una lectura capitalística de la relación. No se trata de negociar respeto recíproco sino de entender que no hay relación posible sin ser alterado, modificado por el otro”, remarca la especialista a Infobae.
Y reflexiona: “Estar juntos, estar con, no quiere decir estar unos en otros, ni estar yuxtapuestos, ni estar unos en el sitio de los otros. Tampoco quiere decir -simplemente –estar al lado de. Estar juntos no significa la unión de dos sujetos individuales. Estar juntos no es un espacio entre dos sujetos ya constituidos o constituidos espejándose sino que es la producción de un espacio que no está pensado ni como igualdad, ni como unión sino el trabajo de una diferencia que requiere compromiso y dedicación. Sin embargo, el reforzamiento de la individualidad está obstaculizando esta posibilidad de estar juntos”.
Surge aquí, dice Goldstein, otro de los temas conflictivos que tiene que ver con de qué modo compatibilizar el desarrollo de cada integrante de la familia y de la pareja, con las demandas y necesidades de esas relaciones. “Cuando no hay autonomía suficiente comienzan los problemas. Las peleas por la identidad, el espacio propio, el tiempo de cada uno, no remiten al amor la falta de amor, sino a que el amor ya no es concebido como incondicional, ni siquiera con los hijos. La costumbre de vivir solos, genera hábitos de soledad. Si solo comía cuando quería y lo que quería, la comida de los niños requiere de anticipación, preparación y de un espacio-tiempo psíquico para hacerlo con amor. Esto no es mero deber ser y hacer, sino la función de protección que una familia requiere para cuidar a las nuevas generaciones y no abandonarlas a su suerte”, refiere la psicóloga.
La familia ¿líquida?
Según los relevamientos citados en esta nota, si bien se siguen considerando desde el marketing las variables mencionadas (edad, género, NSE), el estilo de vida actual afecta la forma de conceptualizar a la familia tipo. Se pasó de la “familia tipo” a diversos “tipos de familia”. “Como se aprecia en diversas investigaciones cualitativas - el “deber ser de la familia tipo” en muchos casos remite en las personas a la familia reunida en torno a la mesa, con comidita caliente preparada por la madre”, refieren desde Trendsity.
Está claro: se trata de una imagen idealizada que no condice que una sociedad fragmentada, porque en muchos casos el papá no vuelve – como antes –”de trabajar”, la mamá no es solamente ama de casa porque además trabaja fuera del hogar. “Entre los avatares de los vínculos actuales se diluyen las imágenes idealizadas de la familia nuclear, matrimonial y heterosexual con su anclaje en la naturaleza humana. Quienes trabajamos con vínculos nos vemos en la necesidad de encontrar nuevas formas de pensar la complejidad y acompañar la ambigüedad de estos procesos. Nos vemos obligados o dejar de usar ciertos esquemas dicotómicos de pensamiento que se apoyan sobre dilemas binarios o polaridades y que utilizan las tradicionales categorías masculino-femenino, hombre-mujer, activo-pasivo, virilidad-femineidad, padre-madre, etcétera”, dice Rivas.
“Hoy no hay una homogeneidad, ‘un modo de estar en familias o parejas’ que sea considerado ‘el buen modo o el modo correcto’. Consecuentemente, no hay modos descarriados, modos por fuera de, modos excluidos de aquellos. Nos encontramos con modos de estar juntos que no hacen familia o pareja en el sentido en que las conocimos en la modernidad. Me refiero a familias con funciones fijas, en la que los lugares (padre-madre-hijo) están establecidos, y sólo hay que ocuparlos. Tal vez aquellos modos de estar juntos se volvieron hoy meros clichés y necesitamos liberarnos de esas imágenes prefabricadas, de esos esquemas reconocibles para poder acompañar los procesos de transformación que nos desafían y desafían nuestras conceptualizaciones. Necesitamos entrar de lleno en los nuevos modos para encontrar aquello que acontece, aquello que se impone como real aún cuando no tengamos categorías para nominarlo”, apunta Popiloff.
“En este nuevo mundo de límites difusos y de nuevas estructuras, cada vez más es una posibilidad legítima el “ensamble de familias”, el elegir no tener hijos (y esto no implica una condena social como en otras épocas), o la elección de postergar la decisión hasta estar consolidado en otros aspectos y luego tener sólo un hijo, ya sea por la edad de la madre como “para poder dedicarle todo lo necesario”, por cuestiones económicas, o por la dificultad de “ceder espacios de individualidad” esto es más común en los países más desarrollados donde la cantidad de adultos por chico es mucho mayor y está generando un “envejecimiento de la sociedad” y también un nuevo posicionamiento y “poder” de los chicos en la sociedad. Vidas posibles, elecciones posibles, a gusto del individuo y en sintonía con los valores que viva como propios y guíen su conducta”, explica Mociulsky
Cambios en la forma de decir
Otro cambio que sucede es que las nuevas técnicas reproductivas producen modificaciones en los sistemas de parentesco y en las formas de nombrarse, la filiación, la maternidad, la paternidad y la identidad sexuada. Estas nuevas formas de decir son algo más que cambios simbólicos. “Esto sin duda tiene incidencia en la subjetividad, es decir, en la construcción de la identidad de los sujetos. Se han producido también, en los últimos tiempos, importantes modificaciones en los términos utilizados para nombrar las vicisitudes de la vincularidad: por ejemplo en lugar de “esposo” y “esposa” se dice “cónyuges”, en vez de “patria potestad” se dice “responsabilidad parental” y en lugar de “tenencia” del hijo se dice “cuidado personal”, explica Rivas.
Se introduce la figura de los progenitores afines para reemplazar la despectiva denominación de “padrastro” y “madrastra”. “Se habla de “voluntad procreacional” para referirse al deseo de tener hijos, más allá de los elementos genéticos en juego. Al lado de los lazos biológicos o genéticos se ha comenzado a hablar del parentesco social afectivo (o parentesco por afinidad), para reflejar la relación que existe entre personas que, sin ser pacientes se comportan como si lo fueran, como lo que sucede en las familias llamadas “ensambladas”, con las nuevas parejas de los padres/madres y los parientes consanguíneos de éstos. Muchos cambios se han operado en las estructuras de las familias, pero lo que no ha cambiado -y es posible que nunca cambie- como dice Elizabeth Roudinesco en su libro La familia en desorden, es que todos desean y necesitan pertenecer a una familia”, agrega Rivas.
Se puede ver ver esta nueva configuración de familia mediante una megatendencia socio-cultural: necesidad de definir y afirmar la propia identidad, de diferenciarse y construirse constantemente. “La identidad ya no está ya definida previamente como en otras épocas, se ha convertido en un trabajo propio y continuo”, concluyen desde Trendsity.
La creciente competitividad y exigencia en la que vivimos genera desconfianza en el entorno social, provocando crisis de representatividad, ya que al perder las redes sociales de seguridad el entorno es percibido como amenazante. “Este panorama conlleva a un auto-repliegue y aislamiento en muchos casos. Hay quienes dicen que se puede elegir como estilo de vida mayor individualismo, más egocentrismo, autosuficiencia, autoreferencia, cuestionamiento de los estereotipos. ¿Los lazos afectivos son más escasos entonces, y por ende, más valorados? “Nadie puede saber con certeza hacia adónde va la familia porque los cambios sociales suceden a pesar de nuestras preferencias”, dice Rivas.
No hay dudas que es necesario reformular las teorías y encuadres desde los cuales interpretamos y acompañamos estas transformaciones. ”Concebimos a las familias y a las personas como sistemas en cambio permanente, insertos, a su vez en una cultura que los modifica y que a la vez éstos modifican. La Ciencia avanza sobre la naturaleza y a la vez la cuestiona permanentemente mostrando su fuerte incidencia en las relaciones familiares. Sin dudas podemos decir que la familia construye a la sociedad y a la vez la sociedad es construída por ésta”, finaliza Rivas.
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