Juan Guerrero tiene 26 años y padece de hipoacusia bilateral profunda. Cuando tenía cinco años, sus padres decidieron someterlo a una operación de implantes cocleares en su oído izquierdo y, a partir de esa intervención gestionada por la compañía MED-EL, pudo comenzar a escuchar con la ayuda de su fonoaudióloga y de su familia.
Según un informe publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2019, alrededor de 466 millones de personas en todo el mundo padecen pérdida de audición. Asimismo, se calcula que para 2050 más de 900 millones de personas sufrirán esta patología.
Actualmente, una de las soluciones que existen para la pérdida auditiva neurosensorial de severa a profunda es el implante coclear. Se trata del primer sustituto de un órgano sensorial: el oído. Gracias a este sistema, muchas personas que tienen hipoacusia pueden entender el habla en diferentes tipos de entornos de escucha, disfrutar de la música y distinguir una amplia variedad de sonidos, como los de la naturaleza.
¿Qué es el implante coclear?
El implante coclear consta de dos partes: un procesador de audio externo, que está situado detrás de la oreja, y un implante interno, que se coloca debajo de la piel, mediante una cirugía sencilla y de corta duración. Ambas partes se encuentran unidas por un imán. El procesador de audio externo tiene la función de captar y procesar los sonidos para transmitirlos al implante, el cual envía la información sonora a los electrodos que están dentro de la cóclea. Estos estimulan directamente el nervio auditivo.
A pesar de haber vivido situaciones de discriminación en la escuela secundaria, una de ellas proveniente de su profesora de música, a los 12 años, Juan comenzó a tocar la batería, sorteando de diferentes maneras las dificultades que se le presentaron como consecuencia de su problema auditivo, como, por ejemplo, reconocer los estribillos y los tiempos musicales. Además de su pasión por la música, también estudió teatro de la mano de Javier Sainz y Eduardo Ruderman y hasta se presentó en un casting de TV.
Ahora, el artista se desempeña como baterista en la banda “Perdonen las disculpas”, con la cual hizo varias presentaciones antes de la pandemia y continuó ensayando a través de Zoom durante el aislamiento. También, está por recibirse de Técnico en Desarrollo de Aplicaciones Móviles en la Universidad Nacional de la Matanza. Su sueño es desarrollar aplicaciones que puedan ayudar a otras personas que tengan algún tipo de discapacidad. Infobae conversó con él, a propósito del Día del Implante Coclear, que se conmemora el 25 de febrero, para conocer más de su historia:
—¿Recordás cómo fue la terapia o tratamiento luego de la intervención a tus cinco años?
—Cuando me implanté por primera y única vez mi oído izquierdo, no escuchaba al 100%, escuchaba con interferencias. Se podría decir que fui aprendiendo a escuchar de a poco, con la ayuda de mi fonoaudióloga, con la cual hice rehabilitación auditiva. Además, si escuchás de golpe, también podés perder el equilibrio o abrumarte, por eso siempre tiene que ser gradual.
—¿Cómo era tu vida antes y qué sentiste ya al contar con el implante?
—Antes de implantarme, yo era muy chico y utilizaba audífonos. Con los audífonos podía escuchar algo, pero no escuchaba bien. Me acuerdo que la fonoaudióloga venía a mi casa y gesticulaba mucho y me hacía gestos. Fue ahí cuando aprendí a leer los labios. Después de haberme implantado, hubo una gran diferencia. Con el implante pude empezar a participar de las conversaciones y distinguir los sonidos del entorno. Pero aprender a escuchar fue todo un proceso.
—¿Cómo comenzaste a tocar la batería a los 12?
—Siempre quise tocar la batería. Antes de aprender a tocar este instrumento, golpeaba el banco de la escuela con las manos y movía los pies, simulando tocar la batería. Después, les insistí a mis papás para que me lleven a clases particulares y me llevaron con quien fue mi primer profesor, Santiago. Él me tenía mucha paciencia y además era muy exigente con los tiempos, es decir, el metrónomo. Como no tenía una batería en mi casa, solo me compré los palillos.
No me resultó difícil aprender a tocar la batería, pero sí la coordinación entre platillo y bombo. Pero, después de mucha práctica y paciencia, lo logré. Cuando empecé a tocar la batería con mi banda, me resultó aún más difícil, porque ya no solo era el tiempo de la batería, tenía que prestar atención a los tiempos de todos los instrumentos, lo cual requiere mucha más coordinación.
—¿Siempre sentiste pasión por el universo de la música y el arte?
—Siempre me gustó mucho escuchar rock pesado y todas las bandas que tenían una batería. Cuando tenía 10 años, fui al cumpleaños de mi tío, que es músico y tenía una batería en su casa. Ese día él se puso a tocar la batería y mi primo la guitarra. Desde ese momento quedé fascinado y quise aprender a tocar la batería.
También me despertó el interés por la batería el candombe. Cuando era chico, con mis papás vacacionábamos seguido en Piriápolis, Uruguay, y una de sus tradiciones es el candombe. A mí me encantaba ver pasar la comparsa y, sobre todo, ver cuando tocaban los bombos.
Tuve una infancia muy linda. A mi mamá también le gustaba mucho la música, ponía Luis Miguel o Chayanne y nos hacía bailar. Después, a los 12 años, en el Día del Niño, me regalaron mi primera batería.
—¿Sentís que la música te ayudó a la hora de superar las dificultades que se te iban presentando? ¿En particular en la etapa de aislamiento más estricto durante la pandemia?
—La música me ayudó mucho durante la pandemia. Al principio, el aislamiento me generaba ansiedad, porque tenía muchas ganas de salir y no podía. Sumado a todos los protocolos a los cuales no estábamos acostumbrados. Entonces, para despejar un poco la mente, empecé a tocar mucho la batería: tocaba todas las canciones, de cualquier género. Particularmente, ejercité temas difíciles que me representaban desafíos y mucho tiempo de práctica. También empecé a ensayar por Zoom con mi banda, “Perdonen las disculpas”.
—¿Qué significa para vos la música y con qué tipo de desafíos te encontraste a la hora de aprender la técnica para tocar la batería con la hipoacusia?
—La música para mí significa todo y, sin el implante coclear, no hubiese podido aprender nunca a tocar la batería ni tampoco hubiese podido ir a la facultad. En mi caso, como estoy implantado de un solo oído, me acostumbré a escuchar de uno solo.
Cuando era adolescente, unos amigos me invitaron a formar parte de su banda. Fue la primera vez que fui a una sala de ensayo. Al principio era un desastre, era muy ruidoso y no coordinaba bien los tiempos. El principal problema lo tenía con los estribillos: nos los podía distinguir. Un día, después de varios intentos fallidos, se me ocurrió decirles a mis amigos que me hicieran un gesto, saludo o pisada antes de cada estribillo y, de esa forma, lo pude solucionar. Ese día el tema salió perfecto y me puse muy contento de haber encontrado una forma de tocar mejor.
Después se integró a la banda mi tío. Él me ayudaba mucho, porque es muy perfeccionista con los sonidos. La primera vez que tocamos en un festival grande fue una experiencia muy linda, sentí mucha adrenalina. Recuerdo que mis amigos me alentaron mucho ese día, me decían “dale que vos podés, vas a tocar bien”, y fue mi tío quien se puso cerca mío para hacerme gestos en los estribillos. Fluyó todo de una forma muy armoniosa.
En otro festival recuerdo que me perdí y no podía recordar la letra de la canción. Ese día se me ocurrió leerle los labios al público y, de esa forma, pude seguir tocando.
—¿Qué le dirías a un niño o niña que tiene un tipo de hipoacusia como la que vivís vos?
—Mi consejo para los chicos y las chicas que tienen hipoacusia es que sigan adelante con todo lo que se propongan y que nunca bajen los brazos: es la única forma de ser feliz. También les recomiendo que no se rindan y busquen soluciones para poder escuchar, como, por ejemplo, el implante coclear. La fonoaudiología es fundamental para mejorar el lenguaje y la audición y, en lo personal, también recomiendo hacer talleres de actuación y de improvisación, que ayudan a sacar el miedo y la vergüenza.
—¿Qué te ayudó a sobreponerte a los obstáculos y/o a la discriminación?
—Hasta el segundo año de la secundaria la pasé muy mal en el colegio. Mis compañeros me cargaban por mi forma de hablar, por mi timbre de voz y porque repetía mucho las palabras. También tuve profesores que me hicieron sentir muy mal. Particularmente, una profesora de música que tuve durante dos años. Ella nos tomaba teoría y práctica auditiva. Me acuerdo que ponía música en un equipo pequeño y nos hacía distinguir los distintos instrumentos. Pero, yo “pegaba” mi oído al equipo de música y, así y todo, me costaba mucho realizar este ejercicio. A pesar de que en la teoría me iba bien, en este ejercicio me calificaban con 0 y 1, sin tener en cuenta mi problema auditivo.
Una de las personas que me ayudó a sobreponerme a los obstáculos y a la discriminación fue una compañera del colegio, que me ayudaba mucho a tocar la flauta y con las clases de música. También me ayudó su papá, que era músico. Me juntaba con él todos los sábados para practicar y aprender a discriminar los sonidos y las melodías.
Además, me ayudaron mucho mi papá, mi tío, mis amigos de la banda y la tecnología del implante coclear.
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