La doctora en matemática Alicia Dickenstein creció sin pensar ni por un instante que las mujeres se merecían menos que los hombres. Dice que tuvo suerte, que en su casa, en la escuela y en su carrera nunca se enfrentó con una discriminación grosera por su género. Eso sí: el camino fue quizás más largo que para los varones. Se licenció y doctoró mientras criaba dos niños, y señala que hay muchas cuestiones invisibles que atentan contra el desarrollo de las mujeres en el mundo de la ciencia.
Hoy, en una fecha tan especial como el Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia, su labor fue reconocida: fue premiada por la Fundación L’Oréal y la Unesco con el galardón “Por las Mujeres en la Ciencia” por la región de Latinoamérica. Así, se convierte en la primera matemática argentina en obtener este reconocimiento, y Argentina se convierte en el país de la región con la mayor cantidad de científicas distinguidas con este Premio Internacional: siete en la categoría Laureadas y dos en la categoría Rising Talent.
Dickenstein es doctora en Ciencias Matemáticas (UBA), investigadora superior del Conicet (en el Instituto de Investigaciones Matemáticas “Luís Santaló”) y especialista en geometría algebraica. Actualmente, se desempeña también como profesora titular plenaria en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, es académica en la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Argentina (ANCEFN), y desde el 2020 de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina (ANC).
En este galardón, que honra a cinco eminentes científicas con un trayecto excepcional procedentes de todo el mundo, se recompensa la excelencia de sus trabajos de investigación en ciencias de la materia, matemáticas e informática.
La científica argentina fue distinguida por sus trabajos excepcionales a la vanguardia de la innovación matemática, aplicando la geometría algebraica al ámbito de la biología molecular. Sus investigaciones permiten comprender las estructuras y los comportamientos precisos de las moléculas y las células, incluso a una escala microscópica.
Con su trabajo en la frontera entre las matemáticas puras y aplicadas, construyó vínculos importantes con la física y la química y permitió a los biólogos adquirir una comprensión estructural profunda de las reacciones bioquímicas y de las redes enzimáticas.
En una entrevista con Infobae, Dickensetin comparte su alegría por este logro, y espera que sirva de aliento para que futuras generaciones se animen como ella a apostar por una carrera en el mundo de la matemática.
-¿Qué siente con este reconocimiento?
-La verdad es que estoy muy feliz. Fue una sorpresa, la verdad, porque la matemática no es muy apreciada por el público en general en comparación con otras disciplinas.
-¿Por qué cree que ocurre esto?
-Cuando uno hace una cosa muy sofisticada en biología, por ejemplo, ya suena interesante. Pero los objetos matemáticos son muy difíciles de explicar para que la gente se imagine. Transmitir es más complicado. Que la gente diga “qué interesante” es muy difícil. Es un área sumamente creativa y colectiva, que da muchas satisfacciones. Me alegro mucho por mí misma, por la matemática y porque pienso que lo importante de este premio es que las jóvenes se enteren de que existe para elegir esta carrera y carreras relacionadas.
-¿Qué es lo que le atrajo tanto de las matemáticas que decidió dedicarles su vida?
-A mí la matemática me divertía pero yo no sabía que había una carrera de matemática. Empecé a estudiar porque tuve suerte en el Nacional Buenos Aires de que ese año hicieran un test vocacional gratis y la psicóloga, que vio mis aptitudes, confesó ser una matemática frustrada y eso me alentó a que estudie. “¿Con qué bicho me voy a encontrar?”, pensaba yo. Pero ella me dijo que probara y que sino podía estudiar Educación, que era mi idea original. Pero estuve acertada en estudiar matemática: me encontré a mí misma.
-¿Cómo fue estudiar matemática cuando usted empezó la carrera?
-Cuando yo empecé en el 73, en el segundo cuatrimestre tuve Álgebra 1 y me encontré con gente de todos los años, incluso del doctorado. Empecé a conocer gente -no había tanta que estudie matemática-. En el 74 cerró la universidad, después vino lo que ya sabemos, años de enorme silencio en la universidad; nadie hablaba, estaba la policía... Y bueno yo me licencié en el 77, a los 22 años. Me casé en el 78 y nació mi hija cuando estaba haciendo el doctorado. Terminé en el 82 y en el 83 nació mi hijo. Estuve muchos años tratando de buscar el camino. Eso quizás es importante que lo sepa alguien que está tardando y se está desmotivando: a mí me llevó mucho tiempo.
-¿Usted sintió algún prejuicio en algún momento?
-La verdad es que tuve mucha suerte porque nunca pensé que las mujeres podían ser menos que los hombres. Seguí de largo sin darme cuenta. Pero, ahora, mirando para atrás me di cuenta de que esquivé muchas de esas cosas. No les di bolilla. Les agradezco a mis padres que nunca me hicieron sentir menos.
-Según el último informe de la Unesco, todavía son muy pocas las mujeres en la ciencia. ¿Por qué?
-Hay varias razones. Algunas no son sumamente visibles. Una es que, por ejemplo, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, en donde yo trabajo y que es muy prestigiosa, es muy difícil entrar a un cargo por concurso siendo mujer. Es muy serio y abierto, como debe ser, pero para acceder para las mujeres es desventajoso, porque tuviste un hijo, por ejemplo, y te demoraste, y de golpe tenés que competir con alguien que no paró para nada en su carrera.
Además, hay cuestiones en la sociedad que generan una autocensura en las mujeres, que piensan que ese lugar en la ciencia no es para ellas, pero eso es un condicionamiento social. Hay estudios que dicen también que para un puesto para el que se piden cinco requisitos, si un hombre tiene dos ya se postula, en cambio la mujer si ve que no cumple los cinco no se presenta. Es algo muy difícil de desarticular.
No se ve discriminación grosera, aunque quizás haya prejuicios, pero ya no hay tantas cosas visibles: lo más difícil de desarticular son las cosas que se hacen en base a las creencias sociales y que son difíciles de cambiar. Si ves a un chico todo el día metido con la compu decís: “Ah, mirá qué bien”. Pero si es una chica pensás: “Qué bicho raro”. Genera rechazo. Y ese pensamiento de la sociedad nos penetra. No necesariamente son con maldad, pero inhiben a las mujeres.
-¿De qué manera cree que se puede incentivar a que cada vez más mujeres se vuelquen a esta área?
-No digo que ello vaya a solucionar las cosas, pero estos premios, que se sepa que existen, que existen las posibilidades para trabajar en ciencia, ayudan. Nadie va a dedicarse a algo que no sabe que existe. Hay muchas iniciativas hoy pero hay que pensar desde la escuela. Pero para eso hay que percibir el problema. La gente no sabe que discrimina, en muchos casos. A veces, las cosas suceden sin que uno se de cuenta.
-¿Qué es la matemática para usted?
-Es diversión. Conozco a coautores de distintas edades, géneros... Me hice muchos amigos con los que he trabajado. Me gusta trabajar con los alumnos. La matemática es muy social y muy humana. Te genera un pensamiento crítico de pensar el porqué de las cosas, y cuál es el origen de algunas cuestiones. Ese pensamiento ayuda. La matemática te ayuda a extraer y a mirar las cosas. Te da una visión del mundo.
La escasez de mujeres en la ciencia, un problema que persiste
Según el último informe de la UNESCO sobre la ciencia publicado hoy, el número de mujeres que optan por carreras científicas tiende a aumentar para alcanzar un poco más del 33% entre los investigadores mundiales. Todavía son muy pocas, y esta evolución sigue siendo muy lenta, en particular en física, matemáticas, informática e ingeniería. Sólo el 28% de los graduados en ingeniería y el 40% en informática son mujeres.
Shamila Nair-Bedouelle, subdirectora general de Ciencias Naturales de la UNESCO, afirma que “este nuevo estudio muestra que no es suficiente atraer a las mujeres a una disciplina científica o tecnológica. También debemos saber cómo retenerlas, velando por que sus carreras no estén sembradas de obstáculos y que sus logros sean reconocidos y apoyados por la comunidad científica internacional. Si bien representan el 33% de los investigadores, solo el 12% de ellas, en promedio, son miembros de academias nacionales de ciencias de todo el mundo.”
Más allá de un desafío de igualdad, se trata de un desafío mundial de sociedad cuando sabemos que la incipiente 4a revolución industrial o “revolución 4.0” se centrará en el ámbito científico que es donde justamente escasean las mujeres. Éstas representan apenas un 22% en inteligencia artificial, lo que acarrea desde ya sesgos erróneos en los datos desarrollados. Y las perspectivas son alarmantes: mientras que la mitad de los empleos actuales habrán desaparecido de aquí al 2050, en los empleos que terminarán por automatizarse, hay una sobrerrepresentación de mujeres del 70%.
Por ello, es fundamental actuar a favor de una mayor inclusión en la investigación y motivar a las jóvenes a orientarse a carreras científicas, en las que desafortunadamente todavía piensan poco: son tres cuartos en Europa en desear encontrar un trabajo al servicio de un mundo mejor, pero solamente 37% de ellas consideran optar por una carrera científica.
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