Desde hace un tiempo y anunciada y previsiblemente, un fantasma recurrente y cíclico vuelve a emerger, como tantas veces en el pasado, de manera progresiva e irrefrenable: la desesperanza, la desmotivación, el pesimismo, la idea que nada sirve o que nada que uno pueda hacer puede tener algún efecto sobre el propio presente.
Existe desde el mito de Pandora, la incógnita sobre lo último que quedó en esa caja, la esperanza. Los exegetas se dividen entre considerar que era un demonio que había quedado controlado dentro del ánfora, o que era mal presagio o era aquello que daba justamente esperanzas (en sentido positivo) a los seres humanos. Esta misma ambivalencia, respuesta diferente y opuesta frente al mismo hecho, es la que existe en nuestra sociedad respecto a lo emocional. Al tiempo que somos una sociedad con una preocupación obsesiva por lo psicológico-emocional, por otro lado, demostramos un notable desprecio por ese aspecto del ser como si fuese un aspecto apendicular casi cosmético, pero no parte indivisible del todo.
Los negacionistas, son aquellos que ante la evidencia empírica de algo, lo niegan para tomar una idea más conveniente. Su característica es que no aceptas la evidencia y por definición se basan en una creencia o dogma que remite a un contenido de pensamiento en el cual la rigidez es virtud. En el momento actual, como en toda época de cambio de paradigmas, esto se ha vuelto particularmente significativo, desde quienes niegan la realidad de la pandemia a la de los que niegan otro aspecto que no sea estrictamente infectológico que adjudican al COVID-19. En esta última variable están los negacionistas de la vida psíquica de las personas. Hemos escuchados así seudo- dilemas sobre si la vida (biológica) precedía a la vida (psíquica) creando una dicotomía donde no la hay. La realidad es que, al no existir tal dicotomía, la insistencia en una unilateralidad en el mensaje dejó las consecuencias de toda parcialidad que son el colapso del todo.
Nos encontramos que, bajo el lema de negar la angustia, o el malestar de los niños y jóvenes, tal como expresaran sorprendentemente pediatras, ahora nos encontramos con la consecuencia más que previsible, inevitable.
Dejaremos de lado las reales y crueles, sobre las cuales por supuesto no tenemos ni queremos estadísticas, consecuencias sobre la salud mental y las secuelas traumáticas que mostraran sus consecuencias polifacéticas durante años, con el consecuente costo, por si fuera necesario, en la salud que, si parece importar, la física. Pero vemos algo quizás menos aparente pero quizás más insidioso y es la pérdida de esperanza, en especial la pérdida de la motivación. Personas que consultas o preguntan, manifiestan desgano, pérdida de energía, de voluntad, de iniciativa, dificultad de salir de sus hogares, cansancio físico, y psíquico sin haber tenido antecedentes psiquiátricos son constantes.
Nos enteramos día a día de alumnos que ya no concurren a sus aulas virtuales, la sensación subjetiva sólo en parte de un 2020 perdido, y por ende el abandono del necesario estímulo a moverse, tal cosa es la motivación. Frente a todo esto un nuevo fantasma reaparece como tantas veces el planteo de la emigración, la búsqueda de pasaportes, búsqueda en redes con expatriados y su implicancia para proyectar aquí y ahora.
Los griegos veían en la esperanza algo terrible, ya que esperaba que algo externo, llegaría a cambiar el destino, en ese aspecto lo consideraban terrible ya que el ser delegaba su poder de influir y actuar en su vida.
La psicología experimental hoy nos enseña algo, de lo cual hablaremos quizás, y es que la motivación no precede a la acción, sino que es una consecuencia de esta, no es algo que esperemos esté presente para poder actuar. Quizás salir del estado actual, sea entender que la motivación, la esperanza, puede ser una trampa en la cual nos quedemos esperando algo que puede o no ocurrir, pero solo puede existir el impulso, el deseo o la decisión interna, cuando ya no hay motivación.
Salir de la expectativa y hacerse cargo de la propia existencia o caer en la desmotivación y buscar motivaciones lejanas, siempre elusivas, puede ser la luz en épocas inciertas.
*Enrique De Rosa es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y perito forense
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