Marisol Osatinsky todavía recuerda el momento en el que llegó al mundo Leonardo, su primer hijo, Nació con síndrome de Down y arribó para traer alegría al hogar y para asignarle el rol más lindo: ser mamá. Sin embargo, cuando el niño tenía 3 años, empezaron a notar ciertos cambios en su comportamiento que llevaron a una búsqueda para dar con un diagnostico. Leo estaba perdiendo lentamente la audición.
En este sentido, cada 19 de septiembre se conmemora en la Argentina el Día Nacional de las Personas Sordas, para recordar y conmemorar que, en 1885, el Congreso Nacional Argentino sancionó una ley que ordenaba la creación de un instituto nacional para personas sordas, que se constituyó en la primera escuela para sordos de nuestro país.
Oriundos de Tucumán, los papás del pequeño -que hoy tiene 8- notaban que de a poco iba perdiendo el habla: “Cuando era chiquito decía más de 40 palabras juntas, hasta que en una época todo se redujo al ’papá‘. Ahí fue que mi esposo se dio cuenta de que no escuchaba bien y que si le hablábamos de espaldas él no nos oía, mientras que si le hablábamos de frente nos leía los labios”.
“Comenzamos una ardua búsqueda para entender qué era lo que tenía Leo y tardamos dos años para que finalmente nos dijeran que tenía el 70% de pérdida de audición y que no era una hipoacusia severa sino que ya era profunda. Fue muy fuerte escuchar ese diagnostico pero como padres empezamos a buscar la mejor manera para combatir este resultado”, comentó emocionada a Infobae Marisol Osatinsky.
Por ese motivo, los profesionales decidieron seguir los protocolos y equiparlo con un audífono para ver cómo respondía:” Estuvo un año con audífonos y finalmente decidieron que estaba para ser implantado con un implante coclear. Sin embargo, la decisión no fue fácil, ya que primero tenían que ver si Leo tenía bien el conducto auditivo, porque los chicos con síndrome de Down suelen tener muchos problemas en esa parte. Finalmente le hicieron una tomografía y una resonancia, estaba todo diez puntos para avanzar y no hubo ningún problema al respecto. Le cambió la vida”.
Lo cierto es que en el transcurso de los audífonos y el implante, los padres, junto con su hermanita de 3 años, tuvieron que aprender lengua de señas para poder comunicarse con el pequeño: “Yo tenía miedo, no quería que aprenda las señas porque creía que se iba a rendir con las palabras. Pero no lo dudé ni un segundo, ya que veía que Leo la pasaba muy mal cuando no se podía comunicar con nosotros o no entendía lo que sucedía. Por suerte estuve equivocada: aprendimos todo lengua de señas y esa fue nuestra manera de comunicarnos hasta que obtuvimos una respuesta que nos cambió la vida”, aseguró la mamá de Leo.
“Leo no escucha bien de ninguno de los dos oídos, por eso queríamos ver si se le podía implantar un implante bilateral pero desde la obra social nos dijeron que no existía ningún caso en el mundo en el que a un chico con síndrome de Down se lo implante en ambos oídos, que primero veamos cómo resulta la primera intervención. Hoy estamos a la espera y con esperanza ya que todo salió muy bien”, enfatizó Marisol.
Volver a escuchar en familia
Los implantes cocleares son dispositivos de alta tecnología que estimulan eléctricamente las fibras nerviosas auditivas remanentes para producir impresiones sonoro-auditivas en los pacientes hipoacúsicos, en los que hubo mínimo o nulo beneficio con audífonos. Deben su nombre a la cóclea, que es la parte del oído interno con forma de tubo enrollado que asemeja a un caracol, y que alberga en su interior el órgano de Corti, responsable de la audición.
El momento del encendido del implante fue de forma remota debido a la pandemia. Desde Buenos Aires, en el Hospital Italiano, a Tucumán. Estuvo cargado de emociones y expectativa tanto de los profesionales como de la familia: “Estábamos todos muy nerviosos, queríamos que funcione y con mucha alegría te puedo decir que la respuesta fue fantástica, al día siguiente de tenerlo colocado me dijo ’mamá‘, una palabra que no escuchaba desde que él tenía 3 años. Fue una bendición”.
Hoy el pequeño de ocho años se está reencontrando con sonidos y conociendo nuevos. “Cada ruido es algo nuevo y él lo vive con un asombro que te deja muchas veces sin palabras. Va corriendo al auto y se detiene a escuchar cómo las hojas secas suenan al romperse, los ruidos de las motos, la música que tanto ama”, confesó emocionada Marisol.
Actualmente el pequeño se encuentra cursando el tercer grado de la primaria y gracias al implante podrá seguir compartiendo con su familia y amigos la felicidad de seguir conociendo sonidos y continuar asombrándose por lo cotidiano. “A aquellos padres que están en duda si avanzar o no con el implante, les diría que no hay que cansarse nunca. Acá en la Argentina tenemos muchísimos profesionales de excelente calidad. Obviamente llega un momento en el que te agobiás, llorás y estás angustiado. Hay que desahogarse y seguir para luchar por la mejor calidad de vida”.
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