“Hay una rajadura en todo; así es cómo entra la luz”. En su canción Anthem, del disco The Future (1992), Leonard Cohen habla de una grieta irreparable que existe en todos los objetos físicos y mentales. “Pero allí es por donde entra la luz, y allí es donde se encuentran la resurrección y el arrepentimiento; en la confrontación y en la rotura de las cosas “, dijo una de las pocas veces en las que el artista accedió a explicar una de sus letras.
En el siglo XV, según cuenta la leyenda, el shōgun japonés Ashikaga Yoshimasa envió a China a arreglar un chawan -un tazón para preparar y beber té- que se había resquebrajado. Era su favorito y no quería deshacerse de él. Cuando le devolvieron el artefacto, notó que había sido reparado con unos ganchos de metal extremadamente antiestéticos. Intentó una vez más, esta vez con artesanos de su propia tierra. Los trabajadores decidieron entonces convertir este objeto en una joya: rellenaron las grietas con resina lacada y oro en polvo. Así, se dice, nació el Kintsugi.
El Kintsugi -o Kintsukuroi- es una técnica centenaria de origen japonés. Consiste en reparar piezas de cerámica rotas con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. No se camuflan las grietas, se resaltan. Es parte de una filosofía que plantea que las roturas y posteriores reparaciones forman parte de la historia de un objeto, y que deben mostrarse en lugar de ocultarse. Al hacerlo, se le da nueva vida al objeto, se embellece, y se pone de manifiesto su transformación. Una vez completado el trabajo, líneas de oro brillan sobre el artefacto, dándole una apariencia única e irrepetible.
Con esta técnica se crean obras de arte; todas diferentes, con su propia historia y belleza individual. Las rajaduras que marcan los lugares exactos donde el objeto se hizo añicos brillan como cicatrices divinas. Las fallas e imperfecciones son el punto de partida hacia un todo más fuerte y bello. Son parte de un nuevo diseño que revitaliza la pieza.
En el siglo XVII, el Kintsugi ya se había convertido en una práctica popular en Japón para reparar y ornamentar objetos rotos. En la actualidad, hay pocos maestros del Kintsugi, ya que dominar esta técnica requiere de aproximadamente una década de práctica. Uno de estos maestros es Takehito Kobayashi.
Nacido en 1981, la cerámica siempre fue parte de su vida. “A mi padre le gustaban las cerámicas horneadas y desde mi infancia recorría los Rokkoyo, que son los seis hornos más antiguos de Japón y aún hoy continúan trabajando”, recuerda en diálogo con Infobae. “Así es como siempre estuve rodeado de las cerámicas. A los 25 años, cuando inicié un emprendimiento de alquiler de jarrones y floreros para restaurantes, recibí el primer pedido para hacer un Kintsugi. Ése fue el disparador por el cual inicié mis estudios y prácticas del Kintsugi por cuenta propia”.
En abril de 2009, con 27 años de edad, creó Wad, un emprendimiento que difunde las “cosas buenas” de Japón. Se inició como una galería de cerámica contemporánea, un espacio de descanso donde se pueda disfrutar del té con obras de autores, y un taller de restauración que utiliza la técnica tradicional y simplificada del Kintsugi. Tras una primera conferencia sobre esta técnica en 2012, en Polonia, inició sus talleres de Kintsugi en Taiwán y Corea, en 2017. En 2019, presentó el Kintsugi en el Centro de Investigación de Patrimonios Mundiales y el la museo de arte Cernuschi en París, Francia.
Actualmente sigue ofreciendo, dentro y fuera de Japón, conferencias y talleres sobre Kintsugi, tanto simplificado como tradicional, además de charlas sobre cómo disfrutar de los recipientes de cerámica, incluso con el té japonés. Por eso, desde la Embajada de Japón en Argentina están invitando a participar de Las cerámicas que renacen con el Kintsugi, una charla abierta del maestro el sábado 5 de septiembre a las 19 hs. vía Zoom.
“Si bien hay quienes dicen que cualquier cosa puede mejorarse con Kintsugi, esto no es así”, aclara. “Si el objeto en sí no contiene ninguna fuerza o carácter, el mismo no tiene nada para decir. Yo considero que sólo mejoran aquellos objetos verdaderamente bellos y dignos de ser preservados sobre los cuales se aplicó la técnica de Kintsugi, luego de haber comprendido su propia belleza y haber descubierto la forma acorde de arreglarlos”.
Y lo ejemplifica de una forma concisa: “Si ahora enterrásemos un objeto poco agraciado y 500 años después un hombre lo sacara a la luz, pienso que éste no apreciará al objeto como bello, aun cuando el mismo posea el valor que le otorga el tiempo transcurrido. No todo objeto puede mejorarse”.
En el mundo existen objetos para preservar y objetos para reciclar, según reafirma el maestro. “Creo que no es bueno preservar todo tipo de objetos. Sino, no quedarían personas cuyo trabajo consista en hacer objetos. El Kintsugi es una técnica muy noble. No es una técnica para reparar vajilla de uso cotidiano. Existe una forma de reparación llamada Kintsugi simplificado en la cual se utilizan materiales actuales para reparar”.
El método tradicional que pone en práctica Kobayashi requiere de mucho tiempo y, por supuesto, expertise y paciencia. Primero se juntan y adhieren las partes rotas y sueltas. Para ello se utiliza una mezcla de laca cruda y almidón. En su caso, usa laca y harina para obtener un adhesivo natural. En las partes faltantes o agujeros, utiliza masillas naturales que logra mezclando laca con polvos abrasivos, tierra molida o aserrín. Realiza este mismo proceso repetidas veces, y deja secar la pieza en un ambiente controlado de 70% de humedad y más de 27 °C.
Cuando el cuerpo del objeto recupera su forma original, pinta prolijamente las “heridas”, capa por capa, utilizando laca negra. Por cada capa de laca, deja secar en la habitación controlada. Luego, lija nuevamente para volver a pintarla, y así sucesivamente, entre tres y diez veces, superponiendo capas hasta lograr una superficie lisa y plana. Por último, pinta una capa de laca roja en la reparación y espolvorea oro puro para decorarla. El maestro describe el procedimiento de manera muy sencilla, pero cada paso requiere de mucho tiempo, concentración y dedicación.
“En el trabajo de Kintsugi no hay ningún tipo de declaración o afirmación personal”, asegura. “Antes de emprender mi tarea, pienso en la naturaleza y el trasfondo histórico del objeto a reparar, y en los gustos de su propietario, entre otras cosas. Considero también el balance analizando por ejemplo qué tipo de línea voy a utilizar. Una vez que pongo manos a la obra, trabajo sin pensar en nada. Lo único que hago es aspirar a terminar la obra de la manera más ideal posible, como la había imaginado en un principio. Una vez finalizada la pieza, compruebo con atención si he alcanzado las expectativas del cliente y si no he echado a perder el carácter y la fuerza del objeto. Es durante la fase previa al trabajo donde suelo pensar más”.
Pero el Kintsugi no es sólo un principio estético, sino que representa ideas subyacentes de distintas corrientes filosóficas, en especial el wabi-sabi, que comprende al mundo según la belleza imperfecta, impermanente e incompleta, como apunta Leonard Koren, autor del libro Wabi-Sabi: for Artists, Designers, Poets and Philosophers. Implica ver la belleza en la imperfección y en la vulnerabilidad. También está relacionado con el mottainai, que se refiere a “un sentido de pesar ante el uso inapropiado de un objeto o recurso”. Tiene que ver con evitar el desperdicio y promover la sustentabilidad, un movimiento que encuentra en la actualidad especial atención global.
Fanáticos de la cerámica y artistas contemporáneos se inspiran en esta técnica, pero lo cierto es que muchos libros y ensayos de bienestar y autoayuda encuentran lecciones para impartir basadas en el Kintsugi y en cómo podemos utilizarlo en el día a día para aprender a abrazar nuestras imperfecciones para que se conviertan en un motor y no en un freno.
Y más ahora, en época de pandemia, cuando la incertidumbre parece ser lo único cierto, el Kintsugi nos recuerda qué es lo importante. “Nos enseña a observar con más atención y sentir la esencia de las cosas u objetos”, reflexiona Takehito Kobayashi. “En este momento, tal vez podemos aplicar el no dejarnos llevar por la sobreinformación o lo superficial, sino intentar llegar a la verdadera esencia de lo que nos rodea”.
Fotos: Cortesía Embajada de Japón
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