A partir del 20 de marzo de 2020, 17 días después del primer caso confirmado de COVID-19, entró en vigencia la cuarentena obligatoria de toda la población argentina, con excepción de los trabajadores de la salud, la seguridad y defensa, la prensa y la industria, distribución y venta de alimentos. El resto de la población, solamente podía salir de sus hogares para obtener alimentos, medicamentos o pasear mascotas.
Hasta el momento, la cuarentena obligatoria lleva cerca de 135 días, durante los cuales se realizaron modificaciones de diverso tipo. Aproximadamente luego de 2 meses, el país fue diferenciándose en cuanto a las restricciones de la cuarentena (fases). Así, con excepción del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), el resto del país fue accediendo a diferentes flexibilizaciones de las medidas, incluyendo la posibilidad de atención psicológica presencial, reuniones sociales de hasta diez personas, actividades deportivas individuales, entre otras.
Actualmente, los estudios y publicaciones científicas sobre el impacto de la pandemia y las cuarentenas en la salud mental se han incrementado alrededor de todo el mundo. Las recientes y dramáticas experiencias con el COVID-19 muestran resultados similares o más graves en los actuales estudios. En el Reino Unido, reportan efectos psicológicos considerables del aislamiento social en la población. Por su parte, la experiencia italiana destaca la importancia de equipar a los servicios de salud mental con tecnología que permita la asistencia psicológica y psiquiátrica a distancia.
Según el último informe de una encuesta denominada “Salud Mental en Cuarentena” que presentó la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), a través del Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA), existe un incremento sostenido y significativo de la cantidad de personas en riesgo de padecer un trastorno psicológico o mental a los 115-124 días de cuarentena obligatoria. Recordemos que este dato es relevante porque una vez instalado un trastorno mental se requieren intervenciones de mayor complejidad, por parte de especialistas y muchas veces no son suficientes las intervenciones a distancia que proporciona la telesalud.
“El impacto psicológico de la cuarentena es altamente relevante y debe considerarse junto a otros aspectos sanitarios en la implementación de la cuarentena. La mayor duración de la cuarentena se correlaciona con mayor impacto psicológico negativo en la mayoría de los indicadores y la flexibilización de las medidas de la cuarentena se asocian con menor sintomatología psicológica aunque no con una reducción del riesgo de trastorno mental. El estudio del estado de salud mental durante la cuarentena obligatoria es crítico para diseñar intervenciones psicológicas adecuadas”, advierten los investigadores.
A pesar de la importancia de los factores psicológicos en el manejo de epidemias y pandemias, y que Argentina tiene el mayor número de psicólogos por habitantes, los organismos de salud del país han dedicado escasos recursos a tratar específicamente el impacto psicológico de las pandemias. “Dada la relevancia del impacto psicológico de las cuarentenas y las pandemias, este estudio tiene por objetivo conocer cómo las mismas afectan psicológicamente a la población de Argentina”, advirtieron.
Considerable evidencia sugiere que la cuarentena se asocia a problemas de salud mental y malestar psicológico significativo. Los hallazgos revelados por la investigación develaron que el porcentaje de personas en riesgo de trastorno psicológico se incrementó significativamente de 4,86% (período 1) a 7,20% (período 2) (z = 3.28; p <.01) y 8,10% (período 3). En el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), dicho incremento pasó de 4,9% (período 1) a 6,6% (período 2) y 9,5% (período 3) (z= 4; p = .01). En el período 3, 75,83% de los participantes reportó experimentar malestar psicológico, el 54,2% de los participantes reportó consumir alcohol y 43,75% consideraron necesario tratamiento psicológico.
La medida de cuarentena obligatoria prioriza el salvamento de vidas y ese fin, de alta prioridad, debe incluir su impacto psicológico y en la salud mental. El incremento del malestar psicológico puede a su vez aumentar el consumo de alcohol u otras conductas de riesgo para sí o para terceros, y el cumplimiento de la cuarentena a mediano plazo depende de la comprensión y capacidad de regulación emocional de las personas durante la misma.
“La salud mental es esencial, no hay una salud en términos generales sin salud mental. Los seres humanos no toleramos el malestar psicológico y tendemos a apoyarnos en la interacción social. Al disminuir los encuentros relacionales, crecen las acciones no saludables. Es importante decir que si utilizamos estos otros recursos de riesgo, sin lugar a dudas va a empeorar nuestra forma de lidiar con el estrés y el malestar”, aseveró en diálogo con este medio Martín J. Etchevers, Secretario de Investigación de la Facultad de Psicología (UBA) a cargo de este último trabajo de OPSA.
El incremento sostenido de la cantidad de personas en riesgo de padecer un trastorno psicológico o mental es mayor en la región de mayor densidad poblacional del país: el AMBA, llegando a casi el 10% de la población con riesgo de trastorno mental. Esta es la región donde las medidas de la cuarentena son más estrictas y la incidencia de la pandemia es mayor, tanto en tasas de morbilidad como de mortalidad. “La diferencia observada entre habitantes de contextos urbanos y rurales puede ser interpretada en el mismo sentido. Al mayor riesgo de contagio debe agregársele el mayor riesgo de trastorno mental que existe en las grandes ciudades en comparación con aquellas más pequeñas y los contextos rurales, con independencia de la pandemia y la cuarentena”, explicaron.
Por su parte, los indicadores de síntomas psicológicos clínicos a nivel global (GSI) se incrementaron significativamente del período 1 al 2 y luego descienden del período 2 al 3, acercándose a los niveles del período 1. La muestra del período 2 presentó más del doble del indicador de síntomas que la muestra del período 1 y a los 115-124 días de cuarentena (período 3) se observa dicho descenso. Esta reducción del período 3 podría relacionarse con las flexibilizaciones de la medida de cuarentena y con una adaptación de los participantes a la situación.
“Las personas que tenían recursos para afrontar y lidiar con el malestar lo fueron resolviendo y los que estaban en peores condiciones no lo pudieron resolver. Las relaciones interpersonales, hacer psicoterapia, yoga y meditación fueron factores que funcionaron frente al estrés. Las conductas saludables constituyen factores protectores cuando no hay un trastorno mental de trasfondo, se asocian a indicadores de mayor salud y mecanismos de regulación o capacidad de afrontamiento del estrés. Los sectores vulnerables en términos psicológicos, son aquellos que requieren mas intervenciones y tienen menos mecanismos de afrontamiento”, indicó el experto.
En cuanto a las conductas saludables, los hallazgos muestran que más de la mitad de la población no realiza las actividades que se consideran saludables en los tres períodos considerados. En la minoría que sí realiza estas actividades, se observó un incremento sostenido en los tres períodos de la práctica de yoga y meditación y una disminución también sostenida en los tres períodos de la práctica religiosa. En este último punto, debe considerarse que durante los periodos 2 y 3 se habilitaron parcialmente los templos religiosos par actividades no grupales.
Luego de largos debates en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se autorizó la salida del hogar para la práctica individual recreativa en horarios nocturnos (caminatas, correr y bicicleta). Que más de la mitad de la población no realice actividades saludables resulta relevante para el impacto psicológico de la duración de la cuarentena. Es decir, además de promover la salud mental y general, las conductas saludables permiten tolerar la cuarentena, amortiguando su impacto en el malestar psicológico. Que una minoría de la población recurra a estos factores protectores y que este hecho se acentúe con la duración de la cuarentena son predictores de un mayor impacto psicológico negativo de la medida.
Por otra parte, la disminución de actividades saludables podría explicarse no solo por las restricciones sino como una consecuencia de sintomatología depresiva que puede ir incrementándose a lo largo del tiempo. El 75% de los participantes experimentan malestar psicológico a los 115-124 días de cuarentena obligatoria. Frente a esta situación, más del 12% de los participantes recurre a la consulta psicológica. Esto resulta alentador, dado que en los anteriores períodos menos personas reportaron utilizar este recurso.
Sin embargo, una proporción creciente de los participantes reportó utilizar el recurso de la automedicación y un proporción considerable, el alcohol. De hecho, el consumo de alcohol se incrementa con la duración de la cuarentena llegando a más de la mitad de los participantes en el tercer período. No se observa lo mismo con respecto al tabaco y aumenta muy levemente el porcentaje de participantes que reporta consumir drogas ilegales. El consumo de todas estas sustancias es una de las conductas problemáticas que se implementan para manejar el malestar psicológico. Si bien proporcionan un alivio porque impactan en la neurotransmisión produciendo placer o sedación, pasado su efecto deterioran la salud global.
La actividad social es una opción creciente a través de los tres períodos elegida por alrededor del 40% de los participantes para manejar su malestar psicológico. La vida social, en el contexto de la cuarentena, resulta un recurso importante para lidiar con el malestar emocional. Sin embargo, dado que los participantes no especificaron si dichas actividades son realizadas en forma virtual o presencial, es un dato a tomar con cautela y considerarlo con respecto al cumplimiento de las medidas de aislamiento.
Además, se observó un incremento sostenido durante los tres períodos del uso de la medicación para la relajación y el manejo de los “nervios”. Esto resulta preocupante, en la medida en que el estrés continuo que representa una pandemia como la actual, pueden llevar al incremento de la automedicación, empeorando la salud de la población.
Las alteraciones del sueño afectan alrededor del 75% de los participantes en los tres períodos. Estas alteraciones son uno de los síntomas más frecuentes tanto en los trastornos de ansiedad como en la depresión. La disminución de la actividad física y la menor exposición a la luz solar en las grandes urbes alteran los ciclos del sueño.
Asimismo, la relación con los trastornos afectivos es relevante y debe considerarse también a la hora de promover la salud y prevenir el desarrollo de trastornos mentales. Con respecto a la vida sexual, la mayoría de la población ha reportado un empeoramiento de la misma en los tres períodos. La sexualidad es considerada una de las conductas saludables junto al deporte y la vida social. El empeoramiento de la misma se asocia con los índices de malestar y la extendida restricción social.
La cuarentena obligatoria para las personas solteras o divorciadas/separadas impide los encuentros sexuales. Es de prever que finalizada la cuarentena estas dificultades vinculares persistan por el temor al contagio. Aún en parejas consolidadas la sexualidad puede deteriorarse por mayor conflictividad interpersonal y familiar.
El porcentaje de participantes con ideas de muerte y suicidas a partir de la crisis de la COVID-19 se comporta de modo similar al índice de riesgo de trastorno mental en el tercer período. El suicidio en la gran mayoría de los casos se asocia a trastornos mentales, como la depresión, el alcoholismo y la comorbilidad entre trastornos psicóticos y trastornos relacionados con sustancias. Es importarte recordar que la OMS dedica un día especial al año a la Prevención del Suicidio dada su envergadura global (WHO, 2012) y que cada 40 segundos en el mundo una persona comete suicidio.
Durante la epidemia del SARS 2003 se observó un aumento del 30% de suicidio en los adultos mayores. Ambas epidemias dejaron como secuelas abuso doméstico e infantil, suicidio, autolesión, abuso de alcohol y sustancias y otros problemas psicosociales tales como falta de sentido y anomia, ciberacoso, ludopatías, rupturas de relación y delincuencia juvenil. En nuestro contexto y de acuerdo a nuestros hallazgos, existe el riesgo de que se incrementen trastornos mentales que conllevan a comportamientos patológicos como la autolesión, el suicidio y la violencia doméstica. Para prevenir estas graves consecuencias, la inclusión de intervenciones psicosociales y políticas de salud activas son críticas.
Mejorar el acceso de la población a intervenciones psicológicas resulta prioritario. Alrededor del 40% de la población ha reportado la necesidad de acceder a tratamiento psicológico en este tercer período. Entre las razones por las que no lo ha logrado se encuentran las siguientes: el problema económico, la preferencia por tratamiento presencial y la falta de cobertura médica o la falta de respuesta de los centros de salud cercanos. El cierre parcial de servicios de salud mental, operando solamente en guardias externas, junto a la demora en la autorización de la práctica de los psicólogos clínicos de modo presencial aumenta las dificultades de acceso por parte de la población a la atención psicológica.
La cantidad de profesionales capacitados y los problemas abordables con efectividad la telepsicología aún no ha sido estudiada en el país. Tampoco ha sido establecida la proporción de población que cuenta con los recursos digitales para acceder a dichos abordajes. “Nuestros hallazgos enfatizan la necesidad de mejorar el seguimiento del impacto psicológico de la cuarentena y la pandemia así como evaluar las intervenciones psicosociales o abordajes en crisis, presenciales y a distancia, para encontrar modelos óptimos de implementar políticas de salud que incluyan la salud mental”, reza el estudio
Para Etchevers, la capacidad de regulación emocional de las personas durante la pandemia es la base de una gran cantidad de problemas psicopatológicos. “Las emociones desreguladas son las causantes de muchas conductas disfunciones. La capacidad para procesarlas, un ejercicio que se adquiere a lo largo del tiempo, convierte a las personas en más tolerables a los estados emocionales negativos o a la variación de los mismos”, concluyó.
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