La humanidad tuvo que acostumbrarse a una nueva realidad tras la llegada del COVID-19, que trajo aparejadas distintas medidas de prevención que cambiaron la realidad. Al volver de la calle, hay que desinfectar la ropa, utilizar un tapabocas, lavarse las manos con agua y con jabón o en su defecto, utilizar alcohol en gel, evitar tocarse la cara, y la lista continúa.
Lo cierto es que la vida diaria, se vio invadida por nuevas conductas que se repiten una y otra vez, que fueron instaladas en la población con un mensaje fuerte y claro: son vitales para reducir el riesgo de contagiarse del virus COVID-19 que desde un principio fue concebido como un “enemigo invisible”.
“Nos encontramos conviviendo con un depredador invisible, ya que en este caso no sabemos dónde lo podemos encontrar. Esto provoca que inevitablemente, todos estemos en un estado de alerta. No es lo mismo sentir una molestia hoy en la garganta, que meses atrás donde pasábamos por alta ciertos malestares, es decir, de golpe el mundo que conocíamos se volvió un poco persecutorio y esto produce un estado de alarma que se podría traducir en un estado de ansiedad permanente”, comentó a Infobae Pedro Horvat, médico psiquiatra y psicoanalista.
Similar a lo que sucede en el reino animal, en donde constantemente las especies se enfrentan a la posibilidad de que un depredador invada su mundo y así terminen malheridos o con sus vidas de forma definitiva, el ser humano está envuelto en un estrés constante, debido a lo que implica la presencia de que un virus esté circulando entre la comunidad y que en cualquier momento se pueden llegar a contagiar.
En este sentido, Horvat comparó la situación actual con la realidad en la que vivía el hombre de las cavernas: “En un punto nos parecemos al hombre que se refugiaba en la caverna y que miraba hacia afuera sin comprender qué ocurría cuando el sol se ponía y de pronto era de noche. Al igual que el hombre antiguo nosotros hoy buscamos refugio en nuestros hogares”.
Pero, ¿qué significa que la población viva en un estado de alerta? De acuerdo a Harry Campos Cervera, médico especialista en psiquiatría y miembro de APA, se traduce como estado permanente de ansiedad: “Esto provoca que a través de las sustancias, la corteza cerebral se excite y la persona tenga un exceso de atención, que es lo que sucede cuando salimos por ejemplo, y nos aseguramos de no tocar nada sin protegernos o hacemos mucha fuerza para no tocarnos la cara. Eso suele prenderse y apagarse rápido, pero cuando es permanente, ese es un problema que puede desencadenar varios factores que pueden llegar a impactar directamente en la salud”.
En esta misma línea, Horvat explicó que además implica es un sentimiento de permanente ansiedad: “La ansiedad es una expectativa angustiosa en relación al futuro, es decir, es algo que la persona siente porque no puede predecir ni prevenir el futuro, sea algo que imagina o algo que no puede mejorar de ninguna manera”.
De acuerdo al Centro de Control de Estados Unidos, (CDC), la pandemia de la enfermedad por coronavirus puede llegar a generar miedo, ansiedad por una nueva enfermedad y por el imaginario de lo que podría suceder. También pueden ser abrumadores y causar emociones fuertes en adultos y niños. Las acciones de salud pública, como el distanciamiento social, pueden hacer que las personas se sientan aisladas y solas y pueden aumentar el estrés y la ansiedad. Sin embargo, estas acciones son necesarias para reducir la propagación de COVID-19.
“Si la persona está en un estado de alerta permanente provoca que el sistema que se relaciona con el sistema nervioso autónomo, que es el que regula muchas funciones del organismo, desemboque directamente en una situación de estrés crónico por todo lo que implica. Hay que pensarlo como un facilitador de enfermedades, por lo que implica no desconectarse de esa sensación de estar despierto por miedo a la enfermedad. Es muy agresivo”, enfatizó Campos Cervera.
Ante este panorama, es inevitable intentar comprender el ¿por qué la persona podría estar en un constante estado de alerta? Según Campos Cervera, el pensamiento anticipatorio es un mecanismo frecuente del humano: “Si mañana tengo un examen, voy a estudiar, porque eso hace que mi presente sea más tranquilo, es decir, que podamos anticipar el mañana. Pero con el COVID-19, no se sabe cuánto tiempo vamos a vivir de esta forma, si va a haber una cura, si voy a poder volver a abrazar. Todo eso, imposibilita anticipar el futuro, lo que implica una imposibilidad del ‘yo’ para organizar una defensa”.
En este sentido, Horvat explicó que todo esta situación sin precedente alguno trae aparejado distintos malestares como: trastornos funcionales, fatiga, insomnio, irritabilidad, depresión, temor a la muerte, entre otros. “A lo largo de la cuarentena, a distintos ritmos, en cada uno de nosotros fueron apareciendo los puntos frágiles, desnudando las inestabilidades emocionales y de acuerdo a la personalidad previa, se presentaron distintas alertas que en algunos, desencadenaron incluso depresiones severas”, apuntó el profesional.
Ambos profesionales explicaron que es vital que la persona tenga una red de contención que les permita poder “descargar” sus angustias, expresar sus temores y también comunicar los miedos e incertidumbre que genera toda la situación, pero en el caso de no tener, también es posible buscar ayuda en los profesionales de la salud. “Es importante poder hablar, informarse en su medida justa, buscar actividades gratificantes que ayuden a distraerse y que se desconecten un poco porque puede llegar a ser realmente alarmante”, concluyó Campos Cervera.
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