Pocas personas logran tener una mirada asertiva y anticipatoria sobre los grandes fenómenos sociales, más aún si éstos son disruptivos. Anticiparse permite generar un efecto protector no sólo para el propio individuo, sino también para los demás. Cada individuo podrá ser más flexible ante la adversidad y gestionar mejor las dificultades, y también podrá ayudar a los demás e iluminar con conocimiento a los otros.
El estallido en todo el globo de la pandemia por el coronavirus SARS-CoV-2 le brinda un sentido profundo a estas ideas. Y es lo que precisamente logró el reconocido neurocientífico argentino Facundo Manes cuando en los albores de la pandemia en la Argentina - a comienzos de abril 2020 - describió a Infobae por qué la irrupción de la pandemia provocará que toda la humanidad viva un verdadero trauma social. Tres meses después de aquel reportaje corroboraremos en una extensa charla por qué tenía razón.
¿Cómo construir lazos, trama social y ciudadanía en un tiempo signado de incertidumbre? Para algunos incluso la amenaza que provoca la incertidumbre puede ser estimulante. ¿Pero qué hacer cuando se encarama el miedo sobre este panorama global sombrío que estableció la pandemia y que por definición impide la acción?
Manes trae al debate actual una idea potente que podrá ser un buen punto de partida para desentrañar la angustia y el hartazgo social: “se deben hacer lecturas realistas sobre lo que está pasando, para que el miedo no paralice. La empatía y la resiliencia serán las mejores herramientas para sobreponernos a este trauma colectivo. La fragmentación social y el “sálvese quien pueda” podría llevarnos definitivamente al desastre, señaló el neurólogo.
El gran desafío de la pospandemia será el triste saldo y los efectos del COVID-19 en la salud mental de la humanidad.
Las últimas cifras consensuadas por expertos en salud mental de Latinoamérica, España y Estados Unidos, advierten sobre la importancia de dar visibilidad a los trastornos mentales, ya que con la pandemia se evidenció un incremento en la depresión, ansiedad, estrés e incluso suicidios: 1 de cada 4 personas en el mundo sufre de trastornos mentales; el 40% de la población está experimentando síntomas leves de ansiedad y el 23% de depresión como consecuencia del aislamiento social. En el 2030 la depresión será la principal causa de discapacidad.
El neurólogo e investigador Facundo Manes dialogó a solas con Infobae: reflexiones e impresiones de un testigo calificado de la pandemia global contemporánea más grave de este siglo.
- Podemos hablar doctor Manes de la “otra pandemia”, la de los efectos del COVID-19 en la salud mental. Hace más de cinco meses que el mundo está aterrado y encerrado frente a la aparición de un nuevo virus, que la ciencia no para de estudiar, pero que hasta hoy no encontró la cura. En particular, Argentina sostiene el aislamiento social, preventivo y obligatorio más largo del mundo. ¿Cómo lo analiza?
- Facundo Manes: Las pandemias muestran que las consecuentes medidas de aislamiento pueden causar un impacto mental significativo y duradero en la población. Por eso, es importante que quienes diseñan las estrategias para enfrentar la pandemia deben tomar en cuenta que la salud es un todo integral, es imprescindible contemplar a las personas en toda su complejidad, porque, además del resguardo del contagio del virus, es fundamental cuidar nuestra integridad mental, emocional, socio-afectiva y económica. Se avecina una pandemia de enfermedad mental y debe tener una respuesta urgente y prioritaria. Si no abordamos el bienestar emocional de nuestra comunidad, se generarán costos humanos, sociales y económicos a largo plazo con enormes consecuencias.
Una reciente y precisa investigación de la Fundación INECO -que creó y preside Facundo Manes - evaluó los efectos de la pandemia y la cuarentena en la salud mental de la población, y arrojó que, al comienzo de la cuarentena, un tercio de las personas mostraban señales de afectación, sobre todo ansiedad y depresión. Con el pasar del tiempo, aumentaron ambos índices, pero sobre todo este último. Y esto se explica en gran medida por la fatiga cognitiva luego de tantas semanas de ver trastocadas las vidas. Según las últimas mediciones, después del día 80 de aislamiento, la fatiga cognitiva es el factor más prominente dentro del impacto mental general. Este cansancio tiene efecto en cómo pensamos, en cómo tomamos decisiones y en cómo nos cuidamos. Y justamente esto se produce en el momento que necesitamos más claridad para tomar las mejores decisiones para estar protegidos.
El segundo factor más prominente en el impacto es la intolerancia a la incertidumbre, el no saber cómo, cuándo y de qué forma retomaremos nuestras vidas. Y el tercer factor es la depresión, que puede ser entendida en ciertos casos como una reacción biológica y psicológica en la cual nuestro organismo se rinde ante la adversidad, reduce sus intentos de solución, por considerarlos infructuosos, y se entrega a la desesperanza. En la depresión nuestro pensamiento se vuelve propenso a sus propios “sesgos cognitivos”, esto es, seleccionamos y priorizamos la información negativa.
- ¿Y qué pasa con el miedo, el sentimiento más duradero y peligroso que instaló la pandemia?
-Manes: Muy sintéticamente podemos definir al miedo como un estado emocional negativo generado por un peligro próximo. Es una alarma que nos dice que tenemos que utilizar todos nuestros recursos para sobrevivir a una situación que nos amenaza. El miedo genera una sensación muy particular y abrumadora, como si el mundo se detuviera; no es posible “posponer” el miedo para enfrentarlo más adelante, a diferencia de lo que ocurre con otras emociones.
Sumados a los trastornos de ansiedad, depresión, trastornos del sueño y signos de estrés postraumático, se suma, entonces, este sentimiento generalizado de miedo: miedo a contraer el virus, miedo por la salud de nuestras familias y seres queridos, miedo a no poder hacer frente a la situación económica, a perder las fuentes de ingresos.
El miedo es una estrategia primitiva de coerción que dista mucho de lo que las sociedades modernas y democráticas mantienen como ideal y que seguramente nosotros queremos. Frente a la política del miedo está la política de la cooperación. Las estrategias del miedo pueden ser desarticuladas con evidencias de su falsedad. Al miedo se lo enfrenta con información creíble y conocimiento: comprender trae calma. La versión más evolucionada del miedo es la ansiedad, que corresponde no a un riesgo presente, sino a una emoción orientada al futuro. Es una respuesta anticipatoria al peligro.
- ¿Cuáles son los costos de una sociedad global que no se atreve a vivir y que está inmovilizada por la peste? ¿Cómo salir adelante proactivamente frente a tanta desesperanza?
-Manes: Estamos viendo la propagación de un virus, pero también, desde el principio, hemos estado viendo la propagación del miedo. Por primera vez en la historia de la humanidad, existe también una pandemia de miedo globalizada.
El miedo es uno de esos estados emocionales que hace que el mundo se detenga, que todo el resto del entorno entre en un compás de espera hasta que ese peligro sea resuelto de alguna manera. El miedo bloquea nuestros mecanismos racionales de toma de decisiones y nos hace vulnerables a quien promete salvarnos de la amenaza. El miedo genera desconfianza y rechazo hacia lo que nos amenaza y simpatía hacia los que prometen protegernos. Como ciudadanos, debemos desconfiar de aquellos que en lugar de fomentar la unión y la cooperación para el bien común, buscan instalar la idea de que sus adversarios representan un riesgo presente o futuro y ellos son la única salvación. Instalar ideas alarmistas alimenta la sensación de caos y desprotección y ante ese escenario es que recurrimos a las opciones que prometen protección, pero que en realidad se alimentan de nuestro miedo. Mientras tanto, perdemos todos.
- ¿Qué pasa en particular con los niños y los adolescentes frente a la pandemia, a los cuales se les desdibuja la idea de futuro y aparece el mundo como algo amenazante?
-Manes: Esta situación extrema y en cierto punto desconocida e incierta impactó notablemente en el bienestar emocional de toda la sociedad y particularmente en la vida y salud de los más jóvenes. Para ellos, quienes todavía se encuentran en pleno desarrollo para gestionar sus emociones, el impacto puede ser mayor. Los niños y adolescentes tienen más probabilidades de experimentar altas tasas de depresión y ansiedad durante y después de que termine el aislamiento forzado y en la pospandemia.
Muchos son más resilientes, pero otros no. Los datos muestran que el impacto aumenta a medida que continúa el confinamiento. Estamos observando que muchos chicos no quieren salir a la calle por miedo a contagiarse del virus. Se debe ofrecer apoyo preventivo y precoz, intervención cuando sea posible y debemos estar preparados para un aumento de los problemas de salud mental en esta población. Para adaptarse mejor, los más pequeños necesitan soporte emocional de los adultos a cargo, rutinas y un entorno cercano predecible. En esas condiciones responderán mejor. Lo más importante con los niños, niñas y adolescentes es acompañarlos, ser claros y responder sus preguntas concretas sin sobreexponerlos a la información y a las preocupaciones.
- ¿Cuáles son los impactos en el cerebro y en la actividad cognitiva de una pandemia sobre los individuos?
-Manes: Una de las cuestiones tiene que ver con los llamados sesgos de optimismo. Cuando llegamos a límites de agotamiento, operamos con recursos cognitivos limitados y fallamos al evaluar los riesgos al momento de tomar decisiones, volviéndonos más impulsivos. Debemos tener cuidado con ese exceso de confianza en nuestra repentina seguridad, porque el peligro aún continúa y es real.
Por otro lado, es importante evitar que la situación nos nuble el pensamiento crítico y que dejemos que ciertas cuestiones que afectan a la salud pública se conviertan en objeto de disputa entre facciones. Esto puede ocurrir porque nuestras opiniones y creencias no se basan solamente en la evidencia disponible, sino que están mediadas por razonamientos motivados, en función de cómo una causa se relaciona con nuestra identidad grupal o ideológica. Si una causa es defendida por un grupo o una persona con la que no coincidimos, tendemos a desestimar la evidencia. Así, los sesgos y el razonamiento motivado también influyen en que tomemos o no en serio los problemas.
Los trastornos cerebrales son una de las mayores amenazas para la salud pública y deben considerarse como uno de los principales desafíos mundiales del futuro por su impacto humano, médico, social y económico. Si bien se ha logrado un gran avance en cuanto a las herramientas diagnósticas y terapéuticas, el acceso a la atención sanitaria es muy dispar. Esto ocurre porque las enfermedades del cerebro no suelen ser primordiales en las agendas de salud.
A diferencia de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer, en la mayoría de los casos la carga de los trastornos cerebrales tiende a manifestarse en discapacidades y efectos en la vida de las personas afectadas y sus cuidadores, más que en muertes tempranas.
- ¿Cómo un testigo calificado de este tiempo, como ve a la Argentina que además necesitará recuperar su trama psico-socio-económica para salir adelante?
-Manes: La pandemia ha puesto al descubierto y en el centro de la escena muchos problemas históricos de nuestro país. Por empezar, el hecho de que las viejas formas de hacer las cosas no funcionan; que no importa cuánto dinero se gana, si todos los que están a su alrededor están hambrientos y enfermos. Y que nuestra sociedad y nuestra democracia solo funcionan cuando pensamos no solo en nosotros mismos sino en lo demás. Para este proyecto de desarrollo inclusivo necesitamos respuestas innovadoras y honestas.
No podemos enfrentar esta crisis y cambiar la tendencia decadente crónica de nuestro país con las mismas prácticas de siempre. Es una responsabilidad que no puede paralizarnos, sino que debe ser un estímulo para salir de nuestras zonas de confort y liderar con el ejemplo. Tenemos una deuda de inspiración y modelos con las nuevas generaciones: en nuestro país los jóvenes desconfían de la política y de las instituciones, no ven a la educación como camino a la movilidad social ascendente y esa es una herida muy grande de nuestra democracia, que debemos sanar con compromiso y responsabilidad. Tenemos que trabajar para ponerle fin a la grieta que nos embrutece y nos hace cada vez más pobres. Necesitamos líderes que nos unan y desconfiar de los líderes que nos dividen.
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