No le importa que sea el continente más frío, más seco, más ventoso y con más de 2000 metros sobre el nivel del mar como altura media del planeta. Jazmín Fogel se enamoró de la Antártida. Decidió viajar allí desde enero de 2020 para colaborar como bioquímica en las investigaciones que realizan los científicos del Instituto Antártico Argentino, y ahora se encuentra en el único continente sin el nuevo coronavirus en el mundo. Aunque está muy lejos de sus familiares y amigos, Fogel afirma: “En la Antártida me siento más segura en el resto del mundo que está en pandemia”.
Fogel es una de las 24 habitantes de la base permanente Carlini, una de las estaciones científicas de la Argentina ubicada en la isla 25 de Mayo, a 120 kilómetros al Norte de la Península Antártica. En la zona, sólo hay hielos, lomadas suaves y puede observar el Cerro Tres Hermanos. Fogel había ido dos veces antes de quedarse a vivir durante 2020, y quedó encantada con el ambiente. Quiso volver.
“Adoro salir a caminar cerca de los pingüinos y navegar cuando el tiempo lo permite. También me gusta la posibilidad de trabajar al aire libre en este lugar tan inmenso y aislado, y aprender a convivir con otras personas que tienen diferentes profesiones. Colaborar con las diferentes investigaciones en curso es un gran honor”, cuenta al ser entrevistada por Infobae por teléfono.
En la Base Carlini (antes se llamaba Jubany), se empezaron a realizar investigaciones científicas en la década de los años cincuenta, con descubrimientos en geología. Ahora, se están llevando a cabo una gran diversidad de trabajos sobre fauna, flora, y el impacto de las actividades humanas sobre un ecosistema que ha sido afectado por la crisis climática global. Fogel, nacida en la localidad bonaerense de Pigüé y licenciada en bioquímica por la Universidad Nacional de La Plata, colabora con la toma de muestras para el monitoreo de los ambientes cercanos y participa en la actualización de un censo de los mamíferos marinos y aves que habitan en la zona cercana a la base Carlini.
Cuando cursaba la facultad, Fogel quería investigar sobre salud humana. “Pero fui mutando con mis ideas a partir de que pude visitar la Antártida. Desde la bioquímica se puede ayudar a saber más del clima, de la fauna y de un montón de temas que se investigan aquí”, aclara. Desde su rol de “invernante científica-técnica”, Fogel participa en tareas que tienen que ver con los estudios que llevan adelante los investigadores del Instituto Antártico Argentino.
Ponen toda su energía para monitorear la contaminación por hidrocarburos y aprovechar la capacidad de microbios para que puedan remediar los suelos alterados. Estudian qué mecanismos de adaptación posibilitan que los microorganismos viven en un ambiente extremo, con miras al potenciales aplicaciones en biotecnología. Realizan estudios de monitoreo de la presencia de metales pesados, de los grandes predadores, como los elefantes marinos y las focas, de las aves como los petreles o las escúas, y de las poblaciones de krill, que son crustáceos muy pequeños que son eslabones claves en la cadena de alimentación del ecosistema antártico. La mayoría son investigadores y técnicos del Instituto Antártico Argentino, que depende de la Secretaría de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur de la Cancillería Argentina, a cargo de Daniel Filmus.
La base -que lleva el nombre de un investigador que trabajó más de 20 años en la zona, Alejandro Ricardo Carlini, está en la costa de la isla. Además del lugar donde están los dormitorios, la base tiene dos grandes instalaciones: el Laboratorio Antártico Mutidisciplinario y en el Laboratorio Dallmann (donde en el verano trabajan juntos investigadores de Alemania, Holanda y Argentina).
Ante el avance de la pandemia desde China hacia el mundo, tanto en la base Carlini como el resto de otras estaciones científicas de Argentina (son seis estaciones permanentes en total) se cambiaron algunas actividades. Eran comunes las visitas e inspecciones entre las bases, donde por el Tratado Antártico hay un compromiso entre las naciones para intercambiar los resultados de los estudios científicos y de las mediciones que se hacen.
“Si bien estamos realizando las tareas programadas, las visitas desde otras bases antárticas están suspendidas. También hay un protocolo específico en casos de recibir alguna carga por barcos”, cuenta Fogel. ¿Cómo se adaptó a vivir tan lejos de todo?, le preguntó Infobae. “Antes de venir, tuve que pasar un examen, incluyendo una evaluación psicológica. Ya estaba mentalizada sobre cómo es vivir en este lugar. Sabía la dinámica de trabajo de la Base Carlini. Aunque estoy lejos, me conecto diariamente con familiares y amigos. Aquí, tenemos una vida en comunidad, donde todos lavamos los platos, limpiamos, y cocinamos además de realizar trabajos científicos”.
Fogel se siente lejos de la pandemia que azota a la humanidad. “Cuando me cuentan las noticias de los casos en aumento de la enfermedad COVID-19, me siento más protegida en este lugar. No tenemos que andar con barbijos. Pero a veces tengo una sensación ambivalente: siento que me estoy perdiendo un gran capítulo en la historia de la humanidad”.
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